viernes, 16 de febrero de 2024

El gesto de la paz (Ritos y gestos - V)



            Es un gesto que se ha vuelto a recuperar con la reforma litúrgica, pero cuya realización práctica está siendo desmesurada.
                                                                          
Su historia

            Los primeros cristianos se daban en la celebración el famoso "osculum pacis" del que habla varias veces San Pablo (Rm 16,16; 1Co 16,20; 2Co 13,12).



            El gesto tenía lugar, en los primeros siglos, al final de la liturgia de la Palabra, antes de presentar el pan y el vino: antes de presentar las ofrendas al altar, debemos reconciliarnos con el hermano. También con el beso santo de paz se sellaba la oración de los fieles; Dios aceptará la oración concorde de sus hijos.

            En el siglo V, con el Papa Inocencio I se cambia el lugar de la paz en el rito romano y se pone antes de la comunión "en señal de consentimiento del pueblo con todo lo que se ha hecho en los misterios". Más tarde, con San Gregorio Magno evolucionó el gesto como preparación para la comunión. En el siglo XI se fue perdiendo la riqueza del gesto, y se pasó al sacerdote y los ministros y luego se daba a besar el "portapaz".


           “En la liturgia romana se le asignó pronto el lugar actual, como última preparación para la Comunión, mientras que otras liturgias lo situaron al principio de la “misa-sacrificio”.
           El ósculo de paz –con ciertas restricciones- permaneció en vigor hasta los últimos decenios de la Edad Media. Primitivamente, los fieles se abrazaban unos a otros según el orden en que se encontraban (desde luego los hombres y las mujeres estaban separados entre sí).
           Pero, a partir del siglo X, prevaleció la costumbre de que el ósculo de paz partiera del altar y se transmitiera como una bendición procedente del “sancta sanctorum”: es lo que se practica ahora entre los religiosos de Coro, por lo menos en las misas solemnes. Muchos solían considerar el ósculo de paz como una comunión espiritual. Pero, según evolucionaban los tiempos, se hizo más apremiante la necesidad de modificar y regular en el culto público este ósculo, que la ulterior civilización ha restringido a una señal de afecto en el ámbito familiar... Similar fue el origen del rito que siguen hoy los clérigos en la misa solemne. Otro procedimiento: el celebrante besa la imagen del portapaz, que luego es besada igualmente por todos los presentes (esta ceremonia está permitida en todas las misas)”[1].

            Hoy se realiza después de una oración fija, el saludo del presidente y la invitación. No se piensa que haya ningún canto de paz aquí, como, en 2014, dejó bien claro una carta de la Cong. para el Culto divino sobre el rito de la paz.

            La paz se intercambia, a ser posible dando el "beso de la paz" (o un abrazo o un apretón de manos), tal como determina el Misal y especifica cada Conferencia de Obispos.

           “Todos, empero, según lo determinado por la Conferencia de Obispos, se expresan unos a otros la paz, la comunión y la caridad. Mientras se da la paz, se puede decir: La paz del Señor esté siempre contigo, a lo cual se responde: Amén” (IGMR 154).

                                                                  Significado

                                   “Los fieles imploran la paz y la unidad para toda la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar en un mismo pan” (IGMR 56 b)


            a) Se trata de la paz de Cristo. No es una paz humana, sino aquella que brota del Resucitado, un don del Espíritu Santo.

            b) Gesto de fraternidad cristiana y eucarística. Antes de comulgar deseamos la paz a los hermanos, porque todos somos miembros de un mismo Cuerpo. Si hubiese divisiones, no podríamos acercarnos a la mesa del Señor. Este gesto está más motivado por la fe que por la amistad.

            c) Es universal. La deseamos a todos, presentes o no, y se la damos a los que nos rodean, aunque no los conozcamos. Así se construye la Iglesia.

            Pero el signo de la paz no es explosión afectiva indiscriminada; es la paz de Cristo dentro de la celebración litúrgica e inmediatamente antes de comulgar. No debe, pues, romper el clima de preparación al Sacramento ni el recogimiento:

           “Se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 49).

            Esto no hace más que responder a lo que la 3º edición de la IGMR prescribe:

“cada uno exprese la paz sobriamente sólo a los más cercanos a él” (IGMR 82).

            El sacerdote sólo dará la paz a los ministros más cercanos y no abandonará el altar como si fuese momento de saludos corteses, de felicitaciones o de pésame:

           “El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero permaneciendo siempre dentro del presbiterio para que la celebración no se perturbe. Haga del mismo modo si por alguna causa razonable desea dar la paz a unos pocos fieles” (IGMR 154).


            No hay lugar para la frivolidad en este beso-abrazo de paz. No es intercambio de saludos afectuosos, ni emotividad sin freno. La Tradición de la Iglesia le daba un valor espiritual:

           “Después del diácono clama: “Recibíos mutuamente y saludaos mutuamente”. No pienses que aquel beso es como los que se dan en el foro entre amigos ordinarios. No es así éste; sino que este ósculo concilia unas almas con otras, y relega al olvido todo recuerdo rencoroso. Así pues, el beso es señal de que se funden las almas y de que se destierra todo rencor… Así pues, el beso es reconciliación, y por eso santo…” (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. Mist., V,3).

           “Ellos en cambio [los cristianos] ruegan por todo el mundo, que es el mayor testimonio de amistad. Por la misma causa nos abrazamos también en los misterios [la Santa Misa], para que muchos seamos uno” (S. Juan Crisóstomo, Hom. ev. Jn., 78,4).

           “En el ósculo divino [tenemos] la identidad de todos con todos, y primero de cada uno consigo mismo y con Dios, en los mismos pensamientos y pareceres y amor” (S. Máximo Confesor, Mistagogia, c. 24).


            Para realizar bien el rito de la paz, aclarando dudas y cortando abusos, la Cong. para el Culto divino publicó una Carta. Dice esta Carta (con fecha 8 de junio de 2014):

1. «La paz os dejo, mi paz os doy» [1], son las palabras con las que Jesús promete a sus discípulos reunidos en el cenáculo, antes de afrontar la pasión, el don de la paz, para infundirles la gozosa certeza de su presencia permanente. Después de su resurrección, el Señor lleva a cabo su promesa presentándose en medio de ellos, en el lugar donde se encontraban por temor a los judíos, diciendo: «¡Paz a vosotros!» [2]. La paz, fruto de la Redención que Cristo ha traído al mundo con su muerte y resurrección, es el don que el Resucitado sigue ofreciendo hoy a su Iglesia, reunida para la celebración Eucarística, de modo que pueda testimoniarla en la vida de cada día.
 2. En la tradición litúrgica romana el signo de la paz, colocado antes de la Comunión, tiene un significado teológico propio. Éste encuentra su punto de referencia en la contemplación eucarística del misterio pascual -diversamente a como hacen otras familias litúrgicas que se inspiran en el pasaje evangélico de Mateo (cf. Mt 5, 23)- presentándose así como el “beso pascual” de Cristo resucitado presente en el altar [3]. Los ritos que preparan a la comunión constituyen un conjunto bien articulado dentro del cual cada elemento tiene su propio significado y contribuye al sentido del conjunto de la secuencia ritual, que conduce a la participación sacramental en el misterio celebrado. El signo de la paz, por tanto, se encuentra entre el Paternoster -al cual se une mediante el embolismo que prepara al gesto de la paz- y la fracción del pan -durante la cual se implora al Cordero de Dios que nos dé su paz-. Con este gesto, que «significa la paz, la comunión y la caridad» [4], la Iglesia «implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental» [5], es decir, la comunión en el Cuerpo de Cristo Señor.

            Para una digna realización del rito de la paz en la Misa, que refleje la verdad de lo que se hace -la paz de Cristo- y se evite lo que lo desfigura (meros saludos y abrazos sin más, intentando saludar a todos), la Congregación para el Culto divino, con carta de 8 de junio de 2014, ha recordado lo que ya estaba marcado.

            Recoge citas del Misal romano y, explicando el sentido de este rito, recuerda cómo hay que realizarlo y cuáles son las maneras defectuosas que se han introducido.

6. El tema tratado es importante. Si los fieles no comprenden y no demuestran vivir, en sus gestos rituales, el significado correcto del rito de la paz, se debilita el concepto cristiano de la paz y se ve afectada negativamente su misma fructuosa participación en la Eucaristía. Por tanto, junto a las precedentes reflexiones, que pueden constituir el núcleo de una oportuna catequesis al respecto, para la cual se ofrecerán algunas líneas orientativas, se somete a la prudente consideración de las Conferencias de los Obispos algunas sugerencias prácticas:

a) Se aclara definitivamente que el rito de la paz alcanza ya su profundo significado con la oración y el ofrecimiento de la paz en el contexto de la Eucaristía. El darse la paz correctamente entre los participantes en la Misa enriquece su significado y confiere expresividad al rito mismo. Por tanto, es totalmente legítimo afirmar que no es necesario invitar “mecánicamente” a darse la paz. Si se prevé que tal intercambio no se llevará adecuadamente por circunstancias concretas, o se retiene pedagógicamente conveniente no realizarlo en determinadas ocasiones, se puede omitir, e incluso, debe ser omitido. Se recuerda que la rúbrica del Misal dice: “Deinde, pro opportunitate, diaconus, vel sacerdos, subiungit: Offerte bobis pacem” [8].

b) En base a las presentes reflexiones, puede ser aconsejable que, con ocasión de la publicación de la tercera edición típica del Misal Romano en el propio País, o cuando se hagan nuevas ediciones del mismo, las Conferencias consideren si es oportuno cambiar el modo de darse la paz establecido en su momento. Por ejemplo, en aquellos lugares en los que optó por gestos familiares y profanos de saludo, tras la experiencia de estos años, se podrían sustituir por otros gestos más apropiados.

c) De todos modos, será necesario que en el momento de darse la paz se eviten algunos abusos tales como:
- La introducción de un “canto para la paz”, inexistente en el Rito romano [9].
- Los desplazamientos de los fieles para intercambiarse la paz.
- El que el sacerdote abandone el altar para dar la paz a algunos fieles.
- Que en algunas circunstancias, como la solemnidad de Pascua o de Navidad, o durante las celebraciones rituales, como el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, el Matrimonio, las sagradas Órdenes, las Profesiones religiosas o las Exequias, el darse la paz sea ocasión para felicitar o expresar condolencias entre los presentes [10].

d) Se invita igualmente a todas las Conferencias de los Obispos a preparar catequesis litúrgicas sobre el significado del rito de la paz en la liturgia romana y sobre su correcto desarrollo en la celebración de la Santa Misa. A éste propósito, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos acompaña la presente carta circular con algunas pistas orientativas.

7. La íntima relación entre lex orandi y lex credendi debe obviamente extenderse a la lex vivendi. Conseguir hoy un compromiso serio de los católicos de cara a la construcción de un mundo más justo y pacífico implica una comprensión más profunda del significado cristiano de la paz y de su expresión en la celebración litúrgica. Se invita, pues, con insistencia a dar pasos eficaces en tal materia ya que de ello depende la calidad de nuestra participación eucarística y el que nos veamos incluidos entre los que meren la gracia prometida en las bienaventuranzas a los trabajan y construyen la paz.

            Termina el documento expresando el deseo de que se dé difusión amplia a esta normativa y se vaya implantando en todas partes para un fiel desarrollo de la liturgia, ordenado y espiritual.

            Ahora bien, cumplamos las normas del Misal:

a) No es obligatorio el intercambio de saludos
b) Se hace con moderación, sólo a los que están al lado
c) No hay “Canto de paz”; se hace en silencio y de manera ágil, sin que parezca el recreo después de clase.
d) El sacerdote espera -¡lo dice el Misal!- a que se acabe el osculum pacis para comenzar la Fracción y se cante el Agnus Dei.




[1] JUNGMANN, J.A., Breve historia..., p. 71.

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