En
varios momentos de la liturgia, se emplea el agua bendecida para rociar con
ella a los fieles o al altar mismo.
Aspersión
en la Misa dominical
En
cierto modo, la aspersión era una preparación espiritual de todos los fieles
para la celebración eucarística. Se rociaba a los fieles con agua bendita los
domingos antes de la misa mayor, mientras se canta el “Asperges” o el “Vidi aquam”;
el primero con ideas de arrepentimiento y purificación del salmo Miserere; la
segunda antífona con versículos del salmo 117 evocando el misterio pascual –y
reservada para la cincuentena pascual-.
Según
el Misal de S. Pío V, el Asperges debe hacerse en las Catedrales y Colegiatas
antes de la Misa conventual los domingos; se puede antes de la Misa cantada o
solemne de los domingos en las parroquias y demás iglesias.
Se
hace estando el sacerdote revestido con capa pluvial: primero asperja el altar,
luego a sí mismo, al diácono y subdiácono, y luego a los fieles desde la
entrada del presbiterio (Martínez de Antoñana, I, pp. 587-589). Entonces deja
la capa pluvial, se reviste la casulla y comienza la Misa.
El
Misal actual igualmente prevé la aspersión en la Misa dominical, pero dentro
del desarrollo de la misma Misa, en lugar del acto penitencial. “El domingo, especialmente en el tiempo pascual, a
veces puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo,
en vez del acostumbrado acto penitencial” (IGMR 51).
Aspersión
en el rito exequial
Entre
los ritos finales de las exequias, en el último adiós al cuerpo del difunto,
figura “la aspersión, que recuerda la inscripción en la vida eterna realizada
por el bautismo” (RE, n. 11).
“Con
respeto al último adiós hay que subrayar, ante todo, el gesto de la aspersión
que manifiesta la relación de la muerte del cristiano con el bautismo, que ya
en el inicio de su vida cristiana lo incorporó a la muerte y resurrección de
Cristo; este rito se hará siempre –incluso en el rito breve, propio de los
tanatorios- de forma expresiva, con agua abundante y dando el celebrante la
vuelta completa al féretro mientras hace la aspersión” (RE, n. 49).
No
se recibe el cadáver con agua bendita, sino que se reserva para el rito final:
“En el rito de acogida no conviene hacer ya la aspersión del cadáver, a fin de
que este significativo gesto logre todo su realce en el momento del último
adiós al difunto” (RE, n. 44).
Una
monición ritual explica a los fieles presentes el sentido de esta aspersión:
“Vamos ahora a rociar el cadáver de nuestro hermano con
agua bendecida. Así, en este momento en que nos disponemos a sepultar su
cuerpo, evocaremos el bautismo, por el que, al inicio de su vida, se incorporó
ya simbólicamente a la muerte y a la resurrección de Cristo. Porque, de la
misma forma que Cristo no quedó definitivamente en el sepulcro, así creemos que
nuestro hermano, a semejanza de Jesús, resucitará a la vida. Que al rociar,
pues, este cadáver con agua, semejante a la del bautismo, se acreciente nuestra
esperanza de que la resurrección, simbolizada cuando este cuerpo salió del agua
bautismal, se convertirá un día en realidad visible en este cadáver hoy sin
vida” (RE, n. 647).
“El agua que vamos a derramar ahora sobre el cuerpo de
este hermano nuestro nos recuerda que en el bautismo fue hecho miembro del
cuerpo de Jesucristo, que murió y fue sepultado, pero que con su gloriosa
resurrección venció la muerte” (RE, n. 885).
Y
la rúbrica: “El que preside da la vuelta al féretro aspergiéndolo con agua
bendita”.
Aspersión
en la dedicación de iglesias y altares
Al
inicio del rito, se procede a esta aspersión. “El obispo bendice agua y asperja
con ella al pueblo, que es el templo espiritual, y asperja también los muros de
la iglesia y el altar” (RDIA 11).
El
ritual describe esta ceremonia:
“Terminado
el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de
penitencia y en recuerdo del bautismo, y para purificar los muros y el altar de
la nueva iglesia.
Los
ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo
invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:
“Queridos
hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa, supliquémosle que bendiga
esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados, en señal de penitencia
y en recuerdo del bautismo, y con la cual se purificarán los muros y el nuevo
altar. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al
Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su Iglesia”.
La
misma oración de bendición del agua vuelve a reiterar las mismas ideas:
“Santifica
con tu bendición esta agua, creatura tuya,
para
que, rociada sobre nosotros y sobre los muros de esta iglesia,
sea
señal del bautismo,
por
el cual, lavados en Cristo,
llegamos
a ser templos de tu Espíritu;
concédenos
a nosotros
y a
cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios
llegar
a la celestial Jerusalén”.
El
obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo y los
muros de la iglesia, pasando por la nave de la misma; de regreso al
presbiterio, rocía el altar.
Aspersión
en la Vigilia pascual
La
tercera parte de la santa Vigilia pascual es la liturgia bautismal, en la que
son bautizados y crismados los catecúmenos, completando su Iniciación
cristiana, y después todos los fieles son requeridos a renovar sus promesas
bautismales.
Leamos las rúbricas de la Carta de la
Cong. para el Culto divino:
"88. La liturgia bautismal es la tercera parte de la Vigilia. La pascua de Cristo y nuestra se celebra ahora en el sacramento. Esto se manifiesta más plenamente en aquellas Iglesias que poseen la fuente bautismal, y más aún cuando tiene lugar la iniciación cristiana de adultos, o al menos el bautismo de niños. Aun en el caso en que no haya bautizos en las iglesias parroquiales se hace la bendición del agua bautismal. Si esta bendición no se hace en la fuente bautismal sino en el presbiterio, el agua bautismal debe ser trasladada después al baptisterio, donde será conservada durante todo el tiempo pascual. Donde no hayan bautizos ni se deba bendecir el agua bautismal, hágase la bendición del agua para la aspersión de la asamblea, a fin de recordar el bautismo.
"88. La liturgia bautismal es la tercera parte de la Vigilia. La pascua de Cristo y nuestra se celebra ahora en el sacramento. Esto se manifiesta más plenamente en aquellas Iglesias que poseen la fuente bautismal, y más aún cuando tiene lugar la iniciación cristiana de adultos, o al menos el bautismo de niños. Aun en el caso en que no haya bautizos en las iglesias parroquiales se hace la bendición del agua bautismal. Si esta bendición no se hace en la fuente bautismal sino en el presbiterio, el agua bautismal debe ser trasladada después al baptisterio, donde será conservada durante todo el tiempo pascual. Donde no hayan bautizos ni se deba bendecir el agua bautismal, hágase la bendición del agua para la aspersión de la asamblea, a fin de recordar el bautismo.
89. A continuación tiene lugar la renovación de promesas bautismales introducidas por la monición que hace el sacerdote celebrante. Los fieles, de pie y con las velas encendidas en sus manos responden a las interrogaciones. Después tiene lugar la aspersión: de esta manera los gestos y las palabras que los acompañan recuerdan a los fieles el bautismo que, un día, recibieron. El sacerdote celebrante hace la aspersión pasando por toda la nave de la iglesia, mientras la asamblea canta la antífona "Vidi aquam" u otro canto de índole bautismal"".
Una
rúbrica interesante señala que, en la Catedral, junto al obispo pueden ir otros
presbíteros realizando la aspersión, así se llega a cubrir antes todas las
naves de los fieles (cf. CE 369: “el obispo con mitra asperja al pueblo con
agua bendita, con ayuda de los presbíteros, si es el caso…”)
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