La exposición del Santísimo, ya
sea breve o prolongada, requiere el silencio que permita adorar, entrar en el
misterio insondable de Cristo y rendirle el corazón. La sucesión de plegarias
vocales, rosario y preces para dar inmediatamente la bendición eucarística no
permite orar un rato en silencio y los documentos de la Iglesia lo corrigen.
Siempre
que se expone el Santísimo Sacramento, debe guardarse un rato amplio de
silencio para poder orar, meditar y contemplar al Señor:
“Durante la exposición todo debe
organizarse de manera que los fieles, atentos a la oración, se dediquen a
Cristo, el Señor.
Para alimentar la oración íntima
pueden admitirse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía o breves
exhortaciones que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene
también que los fieles respondan cantando a la palabra de Dios. En momentos
oportunos debe guardarse un silencio sagrado” (Inst. Eucharisticum mysterium,
62).
No
sólo en la exposición prolongada, sino también en la exposición breve del
Santísimo, el silencio debe permitir la oración personal:
“Aun las exposiciones breves del
Santísimo Sacramento, tenidas según las normas del derecho, deben ordenarse de
tal manera que antes de la bendición con el Santísimo Sacramento, según la
oportunidad, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la palabra de
Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada
durante algún tiempo” (Inst. Eucharisticum mysterium, 66).
Esta
normativa de la instrucción Eucharisticum mysterium es recogida al pie de la
letra por el Ritual del culto a la Eucaristía fuera de la Misa. Refiriéndose
a la exposición breve, repite diciendo:
“Las exposiciones breves del
Santísimo Sacramento deben ordenarse de tal manera que, antes de la bendición
con el Santísimo Sacramento, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de
la palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio
prolongada durante algún tiempo” (RCCE 89).
Lo
mismo ocurre al referirse a la exposición prolongada y adoración en las
comunidades religiosas y, podríamos añadir, en la adoración perpetua de tantas
capillas:
“…Se las recomienda que organicen
esta piadosa costumbre según el espíritu de la sagrada liturgia, de forma que,
cuando la adoración ante Cristo, el Señor, se tenga con participación de toda
la comunidad, se haga con sagradas lecturas, cánticos y algún tiempo de
silencio, para fomentar más eficazmente la vida espiritual de la comunidad”
(RCCE 90).
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