lunes, 18 de marzo de 2024

La santidad que suplicamos (Palabras sobre la santidad - CXX)



            Como la santidad es don y gracia, hay que suplicarla una y otra vez en oración a Dios, pedírsela humilde y confiadamente. No es lo que nosotros hagamos, o construyamos, sino acción gratuita del Señor y de su gracia.

            En la liturgia suplicamos esa santidad; lo hacemos con mucha frecuencia en las preces de Laudes, para vivir la nueva jornada que empieza en santidad y justicia.


            Sigamos el hilo de las preces de Laudes de los tiempos fuertes de la liturgia y hallaremos unas bellas perspectivas de la santidad cristiana, esa santidad que ha de ser nuestro deseo y anhelo constantes.

´           1) En primer lugar, a Dios se le pide que nos haga santos, que nos dé santidad porque sólo de Él puede provenir, sólo Él puede regalarla. Dios es quien nos santifica: “Santifica, Señor, todo nuestro espíritu, alma y cuerpo, y guárdanos sin reproche hasta el día de la venida de tu Hijo” (Domingo I Adviento); “Tú que eres la fuente de toda santidad, consérvanos santos y sin tacha hasta el día de tu venida” (Jueves I Adv); “Tú que llamas y santificas a los que eliges, llévanos a nosotros, pecadores, a tu felicidad y corónanos en tu reino” (Viernes I Adv).

            Dios da la santidad y la conserva: “Oh Dios, que prometiste a tu pueblo en vástago que haría justicia, vela por la santidad de tu Iglesia” (Sábado I Adv); “inclina, oh Dios, el corazón de los hombres a tu palabra, y afianza la santidad de tus fieles” (Sábado I Adv).

            Es el Señor el autor de toda santidad: “Tú que te has hecho semejante a nosotros, concédenos a nosotros ser semejantes a ti” (Sta. María, 1 de enero); es la santidad participación en la vida divina: “Tú que sin dejar de ser Dios como el Padre, quisiste hacerte hombre como nosotros, haz que nuestra vida alcance su plenitud por la participación en tu vida divina” (8 de enero); es la santidad configuración con Cristo: “Señor de misericordia, que en el bautismo nos diste una vida nueva, te pedimos que nos hagas cada día más conformes a ti” (Lunes I Cuaresma).


            En cada jornada, en cada día, es Dios quien nos hace santos, quien nos santifica: “Salvador nuestro, Señor Jesús, que con tu victoria sobre la muerte nos has alegrado y con tu resurrección nos has exaltado y nos has enriquecido, ilumina hoy nuestras mentes y santifica nuestra jornada con la gracia de tu Espíritu Santo” (Miércoles III Pascua).

            2) La liturgia, orando, suplicando, nos enseña y educa a caminar en santidad, con un estilo propio: “Haz que durante este día caminemos en santidad y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa” (Domingo I Adv), con obras santas: “Tú que por la fe nos has llevado a la luz, haz que te agrademos también con nuestras obras” (Miércoles II Adv).

            Caminar en santidad es vivir en fidelidad al bautismo, dóciles a la gracia del bautismo, con un tono bautismal en la existencia: “Salvador del mundo, que con tu nacimiento nos has revelado la fidelidad de Dios, haz que nosotros seamos también fieles a las promesas de nuestro bautismo” (Natividad del Señor); “Tú que nos has salvado por la fe, haz que vivamos hoy según la fe que profesamos en nuestro bautismo” (Domingo II Pasc).

            Y es también, caminar en santidad, estar unidos a Cristo y seguir los ejemplos e su santísima humanidad: “Señor, tú que viniste para ser la vid verdadera que nos diera el fruto de vida, haz que permanezcamos siempre en ti y demos fruto abundante” (Natividad del Señor), “Oh Jesús, maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz, haz que los ejemplos de tu humanidad santa sea norma para nuestra vida” (3 de enero).       

            Es vivir de otro modo, de otra manera, como hostia viva, como testigos de Dios, insertados en el misterio de Cristo: “Con todos los santos mártires de Cristo, te presentamos nuestros cuerpos como una hostia santa” (10 de enero), “con todos los santos, que han sido testigos de la Iglesia, te consagramos nuestra vida de todo corazón” (10 de enero); “concédenos vivir más profundamente el misterio de Cristo, para que podamos dar testimonio de él con más fuerza y claridad” (Martes II Cuar). Así reconocemos que es Dios mismo quien nos santifica y encamina nuestros pasos por el camino de la santidad: “Purifícanos con tu verdad y encamina nuestros pasos por las sendas de la santidad, para que oremos siempre el bien según tu agrado” (Viernes III Pasc).

            3) Esta santidad que se pide en oración es una santidad que se vive en el mundo, en lo cotidiano.

            ¿Cómo se vive así, cómo es la santidad cotidiana? Es humildad, obediencia, seguir el camino de los mandamientos, trabajar bien y a conciencia. Buen ejemplo nos lo proporcionan las preces de la Fiesta de la Sgda. Familia: “Oh Jesús, Palabra eterna del Padre, que quisiste vivir bajo la autoridad de María y de José, enséñanos a vivir en la humildad y en la obediencia”, “Maestro de los hombres, que quisiste que María, tu madre, conserva en su corazón tus palabras y tus acciones, enséñanos a escuchar con corazón puro y bueno las palabras de tu boca”, “Oh Cristo, tú que creaste el universo y quisiste ser llamado hijo del carpintero, enséñanos a trabajar, con empeño y a conciencia, en nuestras propias tareas”, “Oh Jesús, que en el seno de tu familia de Nazaret creciste en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres, concédenos crecer siempre en ti, que eres nuestra cabeza”.

            En santidad, glorificamos a Dios en todo: “Rey y Dios nuestro, que al venir al mundo has dignificado al hombre, haz que te honremos todos los días de nuestra vida con nuestra fe y nuestras costumbres” (Sta. María, 1 de enero). Se obra con rectitud, haciendo el bien: “Que procuremos, Señor, hacer lo bueno, lo recto y lo verdadero ante ti, y que busquemos tu rostro con sinceridad de corazón” (Lunes I Cuar). Con fe, vive de la Providencia y todo lo recibe de la mano de Dios: “Concédenos, Señor, el espíritu de fe y de acción de gracias, para recibir siempre con gozo lo bueno y soportar con paciencia lo adverso” (Miércoles II Cuar), y la caridad sobrenatural da forma a todos los actos, a cada momento, cada día: “Haz que busquemos la caridad no únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria” (Miércoles II Cuar), “desde el comienzo del día, acrecienta en nosotros el amor a nuestros hermanos y el deseo de cumplir tu voluntad durante toda la jornada” (Sábado II Cuar).

            Al Señor se le pide vivir buscando en todo su gloria: “Bendice, Señor, las acciones de este día y ayúdanos a buscar en ellas tu gloria y el bien de nuestros hermanos” (Viernes II Pasc). Entonces la santidad cotidiana será vivir ofreciéndose en sacrificio y alabando a Dios: “Hijo el Padre, maestro y hermano nuestro, tú que has hecho de nosotros un pueblo de reyes y sacerdotes, enséñanos a ofrecer con alegría nuestro sacrificio de alabanza” (Domingo III Pasc).


            Por último, la santidad es vivir una vida profundamente evangélica, siguiendo el Evangelio al pie de la letra, como norma. La santidad irradia el amor de Dios: “Hijo de Dios, que nos has revelado el amor del Padre, haz que también nuestra caridad manifieste a los hombres el amor de Dios” (4 de enero). Esta vida en santidad es profundamente evangélica, marcada por las bienaventuranzas: “Rey del universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y tu sencillez” (5 de enero); “Tú que te hiciste niño y fuiste recostado en un pesebre, renueva en nosotros la sencillez de los niños” (9 de enero).

            La santidad se hace servidora de los hombres a imagen de Cristo Siervo: “Oh Cristo, que para enseñarnos un camino de humildad te abajaste recibiendo el bautismo de Juan, danos un espíritu de humilde servicio a todos los hombres” (Btmo. del Señor), “enséñanos, Señor, a ser hoy alegría para los que sufren, y haz que sepamos servirte en cada uno de los necesitados” (Lunes I Cuar). Es una santidad acompasada por las virtudes cristianas que dan forma a una personalidad nueva y madura: “Señor Jesús, tú que eres manso y humilde de corazón, danos entrañas de misericordia, bondad y humildad, y haz que tengamos paciencia con todos” (Sábado I Cuar).

            Vivir así siempre es una gracia: “Concédenos vivir auténticamente el espíritu evangélico, para que hoy y siempre sigamos el camino de tus mandamientos” (martes II Pasc), siendo hijos de Dios, sacerdotes por el bautismo: “Oh Cristo, que en tu bautismo nos revelaste a la Trinidad, renueva el espíritu de adopción y el sacerdocio real de los bautizados” (Btmo. del Señor).

            Éstas son las súplicas de la Iglesia; así oramos suplicando a Dios pidiendo el don más necesario: ser santos.

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