Como
la santidad es don y gracia, hay que suplicarla una y otra vez en oración a
Dios, pedírsela humilde y confiadamente. No es lo que nosotros hagamos, o
construyamos, sino acción gratuita del Señor y de su gracia.
En
la liturgia suplicamos esa santidad; lo hacemos con mucha frecuencia en las
preces de Laudes, para vivir la nueva jornada que empieza en santidad y
justicia.
Sigamos
el hilo de las preces de Laudes de los tiempos fuertes de la liturgia y
hallaremos unas bellas perspectivas de la santidad cristiana, esa santidad que
ha de ser nuestro deseo y anhelo constantes.
´ 1)
En primer lugar, a Dios se le pide que nos haga santos, que nos dé santidad
porque sólo de Él puede provenir, sólo Él puede regalarla. Dios es quien nos
santifica: “Santifica, Señor, todo nuestro espíritu, alma y cuerpo, y guárdanos
sin reproche hasta el día de la venida de tu Hijo” (Domingo I Adviento); “Tú
que eres la fuente de toda santidad, consérvanos santos y sin tacha hasta el
día de tu venida” (Jueves I Adv); “Tú que llamas y santificas a los que eliges,
llévanos a nosotros, pecadores, a tu felicidad y corónanos en tu reino”
(Viernes I Adv).
Dios
da la santidad y la conserva: “Oh Dios, que prometiste a tu pueblo en vástago
que haría justicia, vela por la santidad de tu Iglesia” (Sábado I Adv); “inclina,
oh Dios, el corazón de los hombres a tu palabra, y afianza la santidad de tus
fieles” (Sábado I Adv).
Es
el Señor el autor de toda santidad: “Tú que te has hecho semejante a nosotros,
concédenos a nosotros ser semejantes a ti” (Sta. María, 1 de enero); es la
santidad participación en la vida divina: “Tú que sin dejar de ser Dios como el
Padre, quisiste hacerte hombre como nosotros, haz que nuestra vida alcance su
plenitud por la participación en tu vida divina” (8 de enero); es la santidad
configuración con Cristo: “Señor de misericordia, que en el bautismo nos diste
una vida nueva, te pedimos que nos hagas cada día más conformes a ti” (Lunes I
Cuaresma).
En
cada jornada, en cada día, es Dios quien nos hace santos, quien nos santifica: “Salvador
nuestro, Señor Jesús, que con tu victoria sobre la muerte nos has alegrado y
con tu resurrección nos has exaltado y nos has enriquecido, ilumina hoy
nuestras mentes y santifica nuestra jornada con la gracia de tu Espíritu Santo”
(Miércoles III Pascua).
2)
La liturgia, orando, suplicando, nos enseña y educa a caminar en santidad, con
un estilo propio: “Haz que durante este día caminemos en santidad y llevemos
una vida sobria, honrada y religiosa” (Domingo I Adv), con obras santas: “Tú
que por la fe nos has llevado a la luz, haz que te agrademos también con
nuestras obras” (Miércoles II Adv).
Caminar
en santidad es vivir en fidelidad al bautismo, dóciles a la gracia del
bautismo, con un tono bautismal en la existencia: “Salvador del mundo, que con
tu nacimiento nos has revelado la fidelidad de Dios, haz que nosotros seamos
también fieles a las promesas de nuestro bautismo” (Natividad del Señor); “Tú
que nos has salvado por la fe, haz que vivamos hoy según la fe que profesamos
en nuestro bautismo” (Domingo II Pasc).
Y
es también, caminar en santidad, estar unidos a Cristo y seguir los ejemplos e
su santísima humanidad: “Señor, tú que viniste para ser la vid verdadera que
nos diera el fruto de vida, haz que permanezcamos siempre en ti y demos fruto
abundante” (Natividad del Señor), “Oh Jesús, maravilla de Consejero, Dios
fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz, haz que los ejemplos de tu
humanidad santa sea norma para nuestra vida” (3 de enero).
Es
vivir de otro modo, de otra manera, como hostia viva, como testigos de Dios,
insertados en el misterio de Cristo: “Con todos los santos mártires de Cristo,
te presentamos nuestros cuerpos como una hostia santa” (10 de enero), “con
todos los santos, que han sido testigos de la Iglesia, te consagramos nuestra
vida de todo corazón” (10 de enero); “concédenos vivir más profundamente el
misterio de Cristo, para que podamos dar testimonio de él con más fuerza y
claridad” (Martes II Cuar). Así reconocemos que es Dios mismo quien nos
santifica y encamina nuestros pasos por el camino de la santidad: “Purifícanos
con tu verdad y encamina nuestros pasos por las sendas de la santidad, para que
oremos siempre el bien según tu agrado” (Viernes III Pasc).
3)
Esta santidad que se pide en oración es una santidad que se vive en el mundo,
en lo cotidiano.
¿Cómo
se vive así, cómo es la santidad cotidiana? Es humildad, obediencia, seguir el
camino de los mandamientos, trabajar bien y a conciencia. Buen ejemplo nos lo
proporcionan las preces de la Fiesta de la Sgda. Familia: “Oh Jesús, Palabra
eterna del Padre, que quisiste vivir bajo la autoridad de María y de José,
enséñanos a vivir en la humildad y en la obediencia”, “Maestro de los hombres,
que quisiste que María, tu madre, conserva en su corazón tus palabras y tus
acciones, enséñanos a escuchar con corazón puro y bueno las palabras de tu boca”,
“Oh Cristo, tú que creaste el universo y quisiste ser llamado hijo del
carpintero, enséñanos a trabajar, con empeño y a conciencia, en nuestras
propias tareas”, “Oh Jesús, que en el seno de tu familia de Nazaret creciste en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres, concédenos crecer
siempre en ti, que eres nuestra cabeza”.
En
santidad, glorificamos a Dios en todo: “Rey y Dios nuestro, que al venir al
mundo has dignificado al hombre, haz que te honremos todos los días de nuestra
vida con nuestra fe y nuestras costumbres” (Sta. María, 1 de enero). Se obra
con rectitud, haciendo el bien: “Que procuremos, Señor, hacer lo bueno, lo
recto y lo verdadero ante ti, y que busquemos tu rostro con sinceridad de
corazón” (Lunes I Cuar). Con fe, vive de la Providencia y todo lo recibe de la
mano de Dios: “Concédenos, Señor, el espíritu de fe y de acción de gracias,
para recibir siempre con gozo lo bueno y soportar con paciencia lo adverso”
(Miércoles II Cuar), y la caridad sobrenatural da forma a todos los actos, a
cada momento, cada día: “Haz que busquemos la caridad no únicamente en los acontecimientos
importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria” (Miércoles II Cuar), “desde
el comienzo del día, acrecienta en nosotros el amor a nuestros hermanos y el
deseo de cumplir tu voluntad durante toda la jornada” (Sábado II Cuar).
Al
Señor se le pide vivir buscando en todo su gloria: “Bendice, Señor, las
acciones de este día y ayúdanos a buscar en ellas tu gloria y el bien de
nuestros hermanos” (Viernes II Pasc). Entonces la santidad cotidiana será vivir
ofreciéndose en sacrificio y alabando a Dios: “Hijo el Padre, maestro y hermano
nuestro, tú que has hecho de nosotros un pueblo de reyes y sacerdotes,
enséñanos a ofrecer con alegría nuestro sacrificio de alabanza” (Domingo III
Pasc).
Por
último, la santidad es vivir una vida profundamente evangélica, siguiendo el
Evangelio al pie de la letra, como norma. La santidad irradia el amor de Dios: “Hijo
de Dios, que nos has revelado el amor del Padre, haz que también nuestra caridad
manifieste a los hombres el amor de Dios” (4 de enero). Esta vida en santidad
es profundamente evangélica, marcada por las bienaventuranzas: “Rey del
universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a
imitar siempre tu pobreza y tu sencillez” (5 de enero); “Tú que te hiciste niño
y fuiste recostado en un pesebre, renueva en nosotros la sencillez de los niños”
(9 de enero).
La
santidad se hace servidora de los hombres a imagen de Cristo Siervo: “Oh Cristo,
que para enseñarnos un camino de humildad te abajaste recibiendo el bautismo de
Juan, danos un espíritu de humilde servicio a todos los hombres” (Btmo. del
Señor), “enséñanos, Señor, a ser hoy alegría para los que sufren, y haz que
sepamos servirte en cada uno de los necesitados” (Lunes I Cuar). Es una
santidad acompasada por las virtudes cristianas que dan forma a una
personalidad nueva y madura: “Señor Jesús, tú que eres manso y humilde de
corazón, danos entrañas de misericordia, bondad y humildad, y haz que tengamos
paciencia con todos” (Sábado I Cuar).
Vivir
así siempre es una gracia: “Concédenos vivir auténticamente el espíritu
evangélico, para que hoy y siempre sigamos el camino de tus mandamientos”
(martes II Pasc), siendo hijos de Dios, sacerdotes por el bautismo: “Oh Cristo,
que en tu bautismo nos revelaste a la Trinidad, renueva el espíritu de adopción
y el sacerdocio real de los bautizados” (Btmo. del Señor).
Éstas
son las súplicas de la Iglesia; así oramos suplicando a Dios pidiendo el don
más necesario: ser santos.
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