jueves, 4 de enero de 2024

Signarse (Ritos y gestos - III)



            Los cristianos hacemos la señal de la cruz con frecuencia. O nos la hacen otros, como en el Bautismo, en la Confirmación con el crisma o en las bendiciones.

            Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se extendió poco a poco a lo que hoy conocemos: o hacer la gran cruz sobre nosotros mismos (frente, pecho, hombros) o la triple cruz (frente, boca, pecho).


            En la Traditio apostolica, aparece esta signación en la frente: “Signo tu frente con el signo de la cruz para que venzas a Satanás”. Es, pues, una costumbre muy antigua. Tertuliano lo muestra como un gesto piadoso muy extendido entre los cristianos: al ponerse en camino, al salir o al entrar, vestirse, lavarse, ir a la mesa, a la cama, al sentarnos… (De coron. milittis, III).

También lo comenta san Cirilo de Jerusalén en una catequesis:

           “No nos avergoncemos de confesar al crucificado. Hagamos confiadamente con los dedos la señal de la cruz sobre la frente, y que la cruz esté presente en todo momento: sobre el pan que comemos y sobre los líquidos que bebemos; al entrar y al salir; antes de dormir; al acostarse y al levantarse; al ir de camino y cuando se está parado. Es una gran protección; de balde, en favor de los pobres; sin esfuerzo, en atención a los débiles, puesto que la gracia viene de Dios; señal de los fieles y terror de los demonios, ya que triunfó de ellos en la cruz exhibiéndolos públicamente. Cuando ven la cruz se acuerdan del crucificado, tiemblan ante quien quebrantó la cabeza del Leviatán. No menosprecies la señal de la cruz por ser un regalo; justamente por eso tienes que mostrar mejor el reconocimiento con tu bienhechor” (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. 13,36).


            Ya Prudencio, en el siglo V, señala cómo junto a la frente se signa el pecho (Cathemer. VI,29), y más tarde se añadió la signación de los labios.


Sentido de la cruz


            Es un gesto lleno de significado. Esta señal de la cruz es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra persona esta señal es como si dijéramos: "estoy bautizado, pertenezco a Cristo, Él es mi Salvador..."

            Ya en el AT se habla de la cruz como la tau que llevan como señal los marcados y Ap habla de la marca que llevan los elegidos (Ap 7,3), nosotros los cristianos, al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la cruz nos confesamos como miembros del nuevo Pueblo de Dios.
Signaciones en la liturgia de la Misa


            Se usa en muchos momentos en la liturgia. Cabe resaltar y realizar dignamente el signo de la cruz al inicio y final de la Eucaristía: no se puede uno signar con ella y luego no querer aceptar la propia cruz. En su nombre, y por haber sido salvados por la cruz, comenzamos y terminamos toda celebración.

            “Terminado el canto de entrada, estando todos de pie, el sacerdote y los fieles se signan con la señal de la cruz. El sacerdote dice: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo”. El pueblo responde: “Amén”” (IGMR 124).

            El diácono, para leer el Evangelio, pide antes la bendición a quien preside; la recibe y se santigua. Según interpreta Amalario alegóricamente:

           “El diácono debe procurar con diligencia que su corazón sintonice con las palabras del Señor, para que la oración del sacerdote no resulte infructuosa. Debe tener al Señor en su interior. Lo ha recibido por medio de la bendición del sacerdote y, para que no surjan palabras que vengan a imponerse ni se introduzcan de nocivas, es protegido por el signo de la cruz que la mano del sacerdote hace sobre su cabeza” (El oficio de la Misa, cap. XVIII, n. 5).

            El ministro ordenado que lee el Evangelio, inmediatamente después de decir “Lectura del santo Evangelio”…, “signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también los demás…” (IGMR 134)… Es una triple signación que todos hacen, tanto el lector como todos los fieles presentes.

            Esto viene ya de antiguo. El diácono, según el uso franco-carolingio, se signaba en la frente y en el pecho; en los labios se añadió más tarde, en el siglo XI. Y en ese mismo siglo XI se sumó también la signación del libro de los Evangelios. También los fieles se signaban a la vez que el diácono…, y se añadió la costumbre de santiguarse de nuevo al acabar la lectura del Evangelio.

            Amalario ya explicó la signación de los fieles al Evangelio en la frente:

           “En el momento en que el diácono saluda es oportuno que todo el pueblo esté vuelto hacia él. Después de esto, el sacerdote y todo el pueblo se vuelve hacia Oriente, hasta mientras el diácono empiece a hacer que hable el Señor, y hacen la cruz en sus frentes. Esto es algo que no debe tenerse por vano. Lo que el sacerdote, por medio de su súplica hace que penetre en el corazón del diácono, esto mismo debe procurar cada uno de los fieles que penetre en su interior” (El oficio de la Misa, cap. XVIII, n. 7).

            Y también cómo se santiguaban al terminar la lectura evangélica:

           “El que no se encuentra preparado para acoger el Evangelio, que diga por lo menos, para que pueda captar las palabras del Evangelio: “Gloria a ti, Señor”. Una vez hecha esta oración deben protegerse con la señal de la cruz para confirmar todo aquello que, gracias a los buenos pensamientos y buenas palabras, sembraron en su interior” (El oficio de la Misa, cap. XVIII, n. 9).

            Todos nos signamos en la frente, boca y pecho al iniciarse el santo Evangelio. Se trata de ahuyentar al enemigo malo, empeñado en robarnos la semilla de la palabra de Dios arrancándola de nuestro corazón.

            Así pues, el sentido de esta signación es una confesión de que estamos dispuestos a defender con la frente alta la fe que Cristo nos ha enseñado, y que está escrita en este libro, confesándola con la boca y guardándola fielmente en el corazón.

            En la Misa, además, nos signamos al recibir la bendición final, aunque ninguna rúbrica lo explicita curiosamente.

            Otra signación, ésta sólo del sacerdote celebrante –y los concelebrantes- se produce en el Canon romano, cuando en el “supplices”, se reza profundamente inclinado: “Te pedimos humildemente que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo…” cuando al final se endereza y dice: “seamos colmados de gracia y bendición”, santiguándose a la vez.


Signación en la Iniciación cristiana

            La cruz en la frente, que fue costumbre piadosísima entre los cristianos en los primeros siglos, provenía del gesto ritual del catecumenado. Con esta signación eran recibidos en el catecumenado para llegar al Bautismo. ¡La cruz marca la vida para siempre!, la cruz es nuestra señal, nuestro camino, nuestra redención.

            En el rito de entrada en el catecumenado, tras un diálogo con los candidatos y un exorcismo, se les signa con la cruz. Se les invita a acercarse diciendo:

            “Ahora, pues, queridos candidatos, acercaos con vuestros padrinos para recibir la señal de vuestra nueva condición”.

            Entonces se le signa en la frente (también según la oportunidad, los catequistas y los padrinos):

N., recibe la cruz en la frente:
Cristo mismo te fortalece
con la señal de su caridad.
Aprende ahora a conocerle y a seguirle.

            Luego sobre los sentidos:

Recibid la señal de la cruz en los oídos, para que oigáis la voz del Señor.

Recibid la señal de la cruz en los ojos, para que veáis la claridad de Dios.

Recibid la señal de la cruz en la boca, para que respondáis a la palabra de Dios.

Recibid la señal de la cruz en el pecho, para que Cristo habite por la fe en vuestros corazones.

Recibid la señal de la cruz en la espalda, para que llevéis el yugo suave de Cristo.

            Terminadas las signaciones, reza la siguiente plegaria:

Escucha, Señor, con clemencia nuestras preces
por estos catecúmenos N. y N.,
que hemos signado con la señal de la cruz de Cristo,
y defiéndelos con su fuerza,
para que siguiendo las primeras enseñanzas
por las que pueden vislumbrar tu gloria,
mediante la observancia de tus mandatos,
lleguen a la gloria del nuevo nacimiento.

            O bien:

Oh Dios todopoderoso,
que por la cruz y resurrección de tu Hijo,
llenaste de vida a tu pueblo,
te rogamos nos concedas
que tus siervos, a los que hemos signado con la cruz,
siguiendo las huellas de Cristo,
tengan en su vida la fuerza salvadora de la cruz,
y la manifiesten en su conducta. (RICA 83-87).

            En el Bautismo de niños también se realiza igualmente la signación. Es el primer rito, en la acogida, que se hace en el atrio de la iglesia u otro lugar oportuno:

            Dice el ministro:

N. y N., la Iglesia de Dios os recibe con gran alegría.
Yo, en su nombre, os signo con la señal de Cristo Salvador.
Y vosotros, padres (y padrinos), haced también sobre ellos la señal de la cruz (RBN 114).

            También el momento cumbre de la Confirmación, la crismación del confirmando, se hace imponiéndole la mano y trazando con el pulgar empapado en crisma la señal de la cruz en la frente con la fórmula sacramental: “N., recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”. Es la marca salvadora en la frente, y por la cruz nos viene el Espíritu Santo que brota del costado de Cristo.


En el Oficio divino de la Liturgia de las Horas

            En el aspecto ritual, la Liturgia de las Horas no es sumamente expresiva; exceptuando las posturas corporales (de pie y sentados), sólo cabe las inclinaciones profundas en los respectivos “Gloria al Padre” y las signaciones.

            También nos santiguamos en distintos momentos del Oficio divino:

            “Todos harán la señal de la cruz, desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho:

a)      al comienzo de las Horas, cuando se dice “Dios mío, ven en mi auxilio”;
b)      al comienzo de los cánticos evangélicos de Laudes, Vísperas y Completas.

            Harán la señal de la cruz sobre la boca al comienzo del Invitatorio, al proferir las palabras “Señor, ábreme los labios”” (IGLH 266).


            Pero todas estas signaciones, el momento de santiguarse, han de ser conscientes y bien hechos. Una cierta urbanidad litúrgica pide que no sea un gesto precipitado, casi una caricatura, sino lento, reposado.

            “Hay una urbanidad de la piedad. —Apréndela. —Dan pena esos hombres "piadosos", que no saben asistir a Misa —aunque la oigan a diario—, ni santiguarse —hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación—, ni hincar la rodilla ante el Sagrario —sus genuflexiones ridículas parecen una burla—, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora” (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 541).



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