Los
cristianos hacemos la señal de la cruz con frecuencia. O nos la hacen otros,
como en el Bautismo, en la Confirmación con el crisma o en las bendiciones.
Al
principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se
extendió poco a poco a lo que hoy conocemos: o hacer la gran cruz sobre
nosotros mismos (frente, pecho, hombros) o la triple cruz (frente, boca,
pecho).
En
la Traditio apostolica, aparece esta signación en la frente: “Signo tu frente
con el signo de la cruz para que venzas a Satanás”. Es, pues, una costumbre muy
antigua. Tertuliano lo muestra como un gesto piadoso muy extendido entre los
cristianos: al ponerse en camino, al salir o al entrar, vestirse, lavarse, ir a
la mesa, a la cama, al sentarnos… (De coron. milittis, III).
También lo comenta san Cirilo de Jerusalén en una
catequesis:
“No nos avergoncemos de confesar al crucificado. Hagamos
confiadamente con los dedos la señal de la cruz sobre la frente, y que la cruz
esté presente en todo momento: sobre el pan que comemos y sobre los líquidos
que bebemos; al entrar y al salir; antes de dormir; al acostarse y al
levantarse; al ir de camino y cuando se está parado. Es una gran protección; de
balde, en favor de los pobres; sin esfuerzo, en atención a los débiles, puesto
que la gracia viene de Dios; señal de los fieles y terror de los demonios, ya
que triunfó de ellos en la cruz exhibiéndolos públicamente. Cuando ven la cruz
se acuerdan del crucificado, tiemblan ante quien quebrantó la cabeza del
Leviatán. No menosprecies la señal de la cruz por ser un regalo; justamente por
eso tienes que mostrar mejor el reconocimiento con tu bienhechor” (S. Cirilo de
Jerusalén, Cat. 13,36).
Ya
Prudencio, en el siglo V, señala cómo junto a la frente se signa el pecho
(Cathemer. VI,29), y más tarde se añadió la signación de los labios.
Sentido de
la cruz
Es
un gesto lleno de significado. Esta señal de la cruz es una verdadera confesión
de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la cruz de Cristo. Es un signo de
pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra persona esta señal es como si
dijéramos: "estoy bautizado, pertenezco a Cristo, Él es mi
Salvador..."
Ya
en el AT se habla de la cruz como la tau que llevan como señal los marcados y
Ap habla de la marca que llevan los elegidos (Ap 7,3), nosotros los cristianos,
al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la cruz nos confesamos como miembros
del nuevo Pueblo de Dios.
Signaciones
en la liturgia de la Misa
Se
usa en muchos momentos en la liturgia. Cabe resaltar y realizar dignamente el
signo de la cruz al inicio y final de la Eucaristía: no se puede uno signar con
ella y luego no querer aceptar la propia cruz. En su nombre, y por haber sido
salvados por la cruz, comenzamos y terminamos toda celebración.
“Terminado
el canto de entrada, estando todos de pie, el sacerdote y los fieles se signan
con la señal de la cruz. El sacerdote dice: “En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu santo”. El pueblo responde: “Amén”” (IGMR 124).
El
diácono, para leer el Evangelio, pide antes la bendición a quien preside; la
recibe y se santigua. Según interpreta Amalario alegóricamente:
“El diácono debe procurar con diligencia que su corazón
sintonice con las palabras del Señor, para que la oración del sacerdote no
resulte infructuosa. Debe tener al Señor en su interior. Lo ha recibido por
medio de la bendición del sacerdote y, para que no surjan palabras que vengan a
imponerse ni se introduzcan de nocivas, es protegido por el signo de la cruz
que la mano del sacerdote hace sobre su cabeza” (El oficio de la Misa, cap.
XVIII, n. 5).
El
ministro ordenado que lee el Evangelio, inmediatamente después de decir
“Lectura del santo Evangelio”…, “signando con el pulgar el libro y a sí mismo
en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también los demás…” (IGMR
134)… Es una triple signación que todos hacen, tanto el lector como todos los
fieles presentes.
Esto
viene ya de antiguo. El diácono, según el uso franco-carolingio, se signaba en
la frente y en el pecho; en los labios se añadió más tarde, en el siglo XI. Y
en ese mismo siglo XI se sumó también la signación del libro de los Evangelios.
También los fieles se signaban a la vez que el diácono…, y se añadió la
costumbre de santiguarse de nuevo al acabar la lectura del Evangelio.
Amalario
ya explicó la signación de los fieles al Evangelio en la frente:
“En el momento en que el diácono saluda es oportuno que
todo el pueblo esté vuelto hacia él. Después de esto, el sacerdote y todo el
pueblo se vuelve hacia Oriente, hasta mientras el diácono empiece a hacer que
hable el Señor, y hacen la cruz en sus frentes. Esto es algo que no debe
tenerse por vano. Lo que el sacerdote, por medio de su súplica hace que penetre
en el corazón del diácono, esto mismo debe procurar cada uno de los fieles que
penetre en su interior” (El oficio de la Misa, cap. XVIII, n. 7).
Y
también cómo se santiguaban al terminar la lectura evangélica:
“El que no se encuentra preparado para acoger el
Evangelio, que diga por lo menos, para que pueda captar las palabras del
Evangelio: “Gloria a ti, Señor”. Una vez hecha esta oración deben protegerse
con la señal de la cruz para confirmar todo aquello que, gracias a los buenos
pensamientos y buenas palabras, sembraron en su interior” (El oficio de la
Misa, cap. XVIII, n. 9).
Todos
nos signamos en la frente, boca y pecho al iniciarse el santo Evangelio. Se
trata de ahuyentar al enemigo malo, empeñado en robarnos la semilla de la
palabra de Dios arrancándola de nuestro corazón.
Así
pues, el sentido de esta signación es una confesión de que estamos dispuestos a
defender con la frente alta la fe que Cristo nos ha enseñado, y que está
escrita en este libro, confesándola con la boca y guardándola fielmente en el
corazón.
En
la Misa, además, nos signamos al recibir la bendición final, aunque ninguna
rúbrica lo explicita curiosamente.
Otra
signación, ésta sólo del sacerdote celebrante –y los concelebrantes- se produce
en el Canon romano, cuando en el “supplices”, se reza profundamente inclinado:
“Te pedimos humildemente que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el
altar del cielo…” cuando al final se endereza y dice: “seamos colmados de gracia
y bendición”, santiguándose a la vez.
Signación
en la Iniciación cristiana
La
cruz en la frente, que fue costumbre piadosísima entre los cristianos en los
primeros siglos, provenía del gesto ritual del catecumenado. Con esta signación
eran recibidos en el catecumenado para llegar al Bautismo. ¡La cruz marca la
vida para siempre!, la cruz es nuestra señal, nuestro camino, nuestra
redención.
En
el rito de entrada en el catecumenado, tras un diálogo con los candidatos y un
exorcismo, se les signa con la cruz. Se les invita a acercarse diciendo:
“Ahora,
pues, queridos candidatos, acercaos con vuestros padrinos para recibir la señal
de vuestra nueva condición”.
Entonces
se le signa en la frente (también según la oportunidad, los catequistas y los
padrinos):
N., recibe la cruz en
la frente:
Cristo mismo te
fortalece
con la señal de su
caridad.
Aprende ahora a
conocerle y a seguirle.
Luego
sobre los sentidos:
Recibid la señal de la
cruz en los oídos, para que oigáis la voz del Señor.
Recibid la señal de la
cruz en los ojos, para que veáis la claridad de Dios.
Recibid la señal de la
cruz en la boca, para que respondáis a la palabra de Dios.
Recibid la señal de la
cruz en el pecho, para que Cristo habite por la fe en vuestros corazones.
Recibid la señal de la
cruz en la espalda, para que llevéis el yugo suave de Cristo.
Terminadas
las signaciones, reza la siguiente plegaria:
Escucha, Señor, con
clemencia nuestras preces
por estos catecúmenos
N. y N.,
que hemos signado con
la señal de la cruz de Cristo,
y defiéndelos con su
fuerza,
para que siguiendo las
primeras enseñanzas
por las que pueden
vislumbrar tu gloria,
mediante la observancia
de tus mandatos,
lleguen a la gloria del
nuevo nacimiento.
O
bien:
Oh Dios todopoderoso,
que por la cruz y
resurrección de tu Hijo,
llenaste de vida a tu
pueblo,
te rogamos nos concedas
que tus siervos, a los
que hemos signado con la cruz,
siguiendo las huellas
de Cristo,
tengan en su vida la
fuerza salvadora de la cruz,
y la manifiesten en su
conducta. (RICA 83-87).
En
el Bautismo de niños también se
realiza igualmente la signación. Es el primer rito, en la acogida, que se hace
en el atrio de la iglesia u otro lugar oportuno:
Dice
el ministro:
N. y N., la Iglesia de
Dios os recibe con gran alegría.
Yo, en su nombre, os
signo con la señal de Cristo Salvador.
Y vosotros, padres (y
padrinos), haced también sobre ellos la señal de la cruz (RBN 114).
También
el momento cumbre de la Confirmación,
la crismación del confirmando, se hace imponiéndole la mano y trazando con el
pulgar empapado en crisma la señal de la cruz en la frente con la fórmula
sacramental: “N., recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”. Es la marca
salvadora en la frente, y por la cruz nos viene el Espíritu Santo que brota del
costado de Cristo.
En el
Oficio divino de la Liturgia de las Horas
En
el aspecto ritual, la Liturgia de las Horas no es sumamente expresiva;
exceptuando las posturas corporales (de pie y sentados), sólo cabe las
inclinaciones profundas en los respectivos “Gloria al Padre” y las signaciones.
También
nos santiguamos en distintos momentos del Oficio divino:
“Todos
harán la señal de la cruz, desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo
al derecho:
a)
al comienzo de las Horas, cuando se dice “Dios mío,
ven en mi auxilio”;
b)
al comienzo de los cánticos evangélicos de Laudes,
Vísperas y Completas.
Harán
la señal de la cruz sobre la boca al comienzo del Invitatorio, al proferir las
palabras “Señor, ábreme los labios”” (IGLH 266).
Pero
todas estas signaciones, el momento de santiguarse, han de ser conscientes y
bien hechos. Una cierta urbanidad litúrgica pide que no sea un gesto
precipitado, casi una caricatura, sino lento, reposado.
“Hay una urbanidad de la piedad.
—Apréndela. —Dan pena esos hombres "piadosos", que no saben asistir a
Misa —aunque la oigan a diario—, ni santiguarse —hacen unos raros garabatos,
llenos de precipitación—, ni hincar la rodilla ante el Sagrario —sus
genuflexiones ridículas parecen una burla—, ni inclinar reverentemente la cabeza
ante una imagen de la Señora” (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 541).
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