"El amor [la caridad] no es maleducado ni egoísta”, o, en otra traducción, es “decoroso”.
El amor es hasta tal punto entrega al otro, un darse al otro, que lo respeta en
todo incluso hasta límites insospechados, y, en ese respeto en todo al otro,
incluye la delicadeza, que es suavidad y paciencia en el crecimiento del otro,
que es educación en el trato.
Se aprende esta delicadeza de alma,
verdadera virtud, muy exquisita, al mirar la delicadeza de nuestro Señor. Dios
es muy delicado en el trato con cada alma; es un amor educado y suave.
La historia
de la salvación es un fluir de infidelidad del hombre, pero fidelidad de Dios,
y Él renueva la alianza, la amplía. No destruye, aguarda paciente a que el
pueblo de Israel recapacite, se convierta, vuelva a su Señor. Tan delicado es
su amor fiel, que se da y se revela progresivamente según Israel sea capaz de
acoger y comprender.
En Cristo contemplamos la delicadeza
encarnada, reflejo de la suavidad misericordiosa del Corazón del Padre. Con
suavidad, sin repugnancia, movido por el amor, toma de la mano a la suegra de
Pedro, enferma con fiebre (Mc
1,31) y, compadecido de un leproso, extiende la mano, lo toca
y lo cura (Mc 1,41). Con paciencia instruye en privado a sus torpes discípulos que
difícilmente logran comprender la profundidad de las palabras del Maestro (“tenían la mente embotada”, Mc 6,52), y
Él, amablemente, se lo explica todo en privado (Mc 4,34; 7,17ss; 9,31), con
pedagogía, acompañando el proceso de la fe en sus Apóstoles durante el curso de
su vida pública.
Atento a los detalles, en su trato con los demás, aconseja dar
de comer a la hija de Jairo tras haberla resucitado (Lc 8,55), e
igualmente se da cuenta de cómo la muchedumbre que le escucha en su predicación
está cansada, lejos de las aldeas y sin nada de comer, multiplicando los panes
y los peces (Mc 6,30ss). Viendo a sus discípulos cansados pero felices después del primer
envío apostólico, los invita a retirarse y descansar con él: “Venid también, vosotros aparte, a un lugar
tranquilo, para descansar un poco” (Mc 6,31).
La
delicadeza es una expresión de amor que, por tanto, repercute positiva y
agradablemente, en todas las realidades humanas, desechando la negligencia, el
descuido, la dejadez, la precipitación, la impaciencia, los modos groseros de
comportarse y llevando al hombre a la exquisitez en el trato, la paciencia, la
amabilidad, lo noble y justo, el esmero, la entrega, la educación, la finura de
alma en todo y para todos.
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