Las
manos son muy elocuentes, según la postura que tomen. Nuestra oración, sobre
todo en la celebración litúrgica, sólo es completa y expresiva cuando el gesto
y la acción se unen a la palabra. Todo el cuerpo se convierte en lenguaje: los
ojos que miran, las posturas del cuerpo, el canto, el movimiento, las manos...
Las
manos son como una prolongación de lo más íntimo del ser humano. Representan
una admirable fusión del cuerpo y del espíritu. Cuando la Biblia habla del
poder de Dios, usa muchas veces "la mano de
Dios", el "dedo de Dios", todo es "obra de sus
manos" (Sal 18). El poder de la mano de Dios pasó a Cristo: "el
Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano" (Jn 3,35).
También
nosotros expresamos algo con las manos en la liturgia.
Brazos abiertos y elevados, manos extendidas
Es
la postura típica del hombre orante, que aparece en las pinturas de las
catacumbas. "Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos
invocándote" (Sal 62) "El alzar de mis manos como ofrenda de
la tarde" (Sal 140). A los Padres les gustaba comparar esta figura con
el Crucificado: los brazos extendidos son el Crucificado que ora por mi voz y
el Padre escucha mi oración porque rezo unido a Cristo crucificado[1].
“Es costumbre en la Iglesia que los Obispos o los
presbíteros dirijan a Dios las oraciones estando de pie y teniendo las manos un
poco elevadas y extendidas. Esta costumbre ya se encuentra en la tradición del
Antiguo Testamento y fue recibida por los cristianos en memoria de la Pasión
del Señor. “Nosotros no sólo elevamos (las manos), sino que además las
extendemos, y después de (cantar) la Pasión del Señor, también orando aclamamos
a Cristo” (Tertuliano, De orat., 14)” (Caeremoniale, n. 104).
Orar
con las manos extendidas es lo propio del sacerdote en la divina liturgia:
-con las manos a la
altura de los hombros, en las oraciones menores (oración colecta, sobre las
ofrendas, postcomunión, etc…)
-con las manos más
elevadas, a la altura de la cabeza, en las grandes plegarias (prefacio y
plegaria eucarística, bendición del agua bautismal, o el obispo en la plegaria
de ordenación, en la consagración del crisma, etc…); así lo expresa una rúbrica
al inicio del prefacio que señala que extiende las manos al decir: “El Señor
esté con vosotros” (la altura normal, hasta los hombros) y luego las eleva al
decir : “Levantemos el corazón” y así las mantiene elevadas el resto de la
plegaria.
Orar in
modum crucis
Salomón, el rey ora: “se puso ante
el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos
hacia el cielo y dijo: “Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo
en la tierra...”” (1Re 8,22-23). “Cuando Salomón terminó de dirigir al Señor
toda esta oración y esta súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde
estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo” (1Re 8,54). Así
mismo, igualmente, lo narra el libro de las Crónicas: “Salomón, puesto de pie
ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea del Israel, extendió las
manos. Porque él había hecho un estrado de bronce, de dos metros y medio de
largo, dos y medio de ancho, y uno y medio de alto, y lo había colocado en
medio del atrio. Salomón subió al estrado, se arrodilló frente a toda la
asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo” (2Cro 6,12-13).
Los salmos oran y cantan pidiendo
que Dios escuche la oración “cuando elevo mis manos hacia tu Santuario” (Sal
28,2); o el salmo vespertino 140,2: “Suba mi oración como incienso en tu
presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde”.
Y terrible es la denuncia del Señor
por boca de Isaías: “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque
multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de
sangre” (Is 1,15). Cuando las palmas de las manos, en horizontal, miran al
cielo, ¡Dios las ve desde arriba manchadas de sangre, de injusticias, de
pecados!
La Iglesia asumió este gesto orante
tan expresivo, y al asumirlo, lo modificó. Ya no sería con las palmas en
horizontal al cuerpo erguido para que Dios las vea desde el cielo, sino que las palmas se pondrían mirando
hacia delante, para que el cuerpo al orar hiciera memoria del Señor en la cruz.
Este cambio es propulsado y explicado por Tertuliano y Orígenes en sus
respectivos tratados sobre la oración. Los cristianos deben modificar la
práctica primitiva de alzar las manos hacia lo alto para extenderlos, en
cambio, en la representación simbólica de la crucifixión y del Crucificado, y
con los ojos mirando al cielo según el modo tradicional (cf. Lc 18,13).
Las palmas hacia delante,
mostrándolas, “alzando las manos libres de iras y divisiones” (1Tm 2,8), es
memoria del Crucificado; es la oración del mismo Cristo Mediador que muestra
sus llagas gloriosas al Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos. Oramos
“in modum crucis” uniéndonos a Cristo crucificado; oramos “in modum crucis”,
especialmente el sacerdote en la acción litúrgica, porque actúa in persona
Christi.
La Tradición enseñaba a orar a los
fieles extendiendo las manos con las palmas hacia delante para orar “in modum
crucis”:
“Los
ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras
que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo: pues no
hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves cuando levantan el
vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si
fueran manos, y hacen algo que parece también oración.
¿Qué
más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor a quien
corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos” (Tertuliano,
De oratione, 29).
Y sobre todo, es clásico el
siguiente texto del mismo autor:
“Pero
nosotros, no solamente alzamos las manos, sino también las extendemos y, según
la regla de la pasión del Señor, también con la oración hacemos nuestra
profesión a Cristo” (Tertuliano, De oratione, 14).
O san Máximo de Turín:
“El
hombre no tiene más que alzar las manos para hacer de su cuerpo la figura de la
Cruz; he aquí por qué se nos enseña extender los brazos cuando oramos, para
proclamar con este gesto la Pasión del Señor” (Hom. II de Cruce Domini).
Otros textos patrísticos que señalan
esta práctica los encontramos en Tertuliano, Apologético, 30; Orígenes,
Homilías sobre el Éxodo 3,3; Minucio Félix, Octavius 29; S. Ambrosio, De
sacramentis 6, 4, 18; etc.
En la oración privada y personal, ya
sabemos cómo expresar la plegaria, con el signo de la cruz al extender nuestras
manos; pero también el Obispo o el sacerdote al presidir la liturgia: el gesto
orante es importante por lo que significa, la intercesión del mismo Señor y la
memoria de la Cruz de Cristo. Si se realiza bien el signo orante, éste será
profundamente evocativo de la redención lograda por Cristo Jesús, aunque haya
que vencer la costumbre más cómoda de extender sólo un poco los brazos casi
pegados al cuerpo y sin llegar a mostrar las palmas de las manos.
Es, simplemente, orar "in modum
crucis", con y en Cristo crucificado, tal y como señala (recordémoslo de
nuevo) el Caeremonialeepiscoporum:
"104.
Es costumbre en la Iglesia que el Obispo o el presbítero dirija a Dios las
oraciones estando de pie y teniendo las manos un poco alzadas y extendidas.
Este uso en la oración está ya atestiguado en la tradición del Antiguo (Cf. Es
9, 29; Sal 27, 2; 62, 5; 133, 2; Is 1, 15) y ha sido recibido por los
cristianos en recuerdo de la Pasión del Señor".
Palmas de las manos hacia arriba
La
actitud del pobre que lo espera todo de Dios. Típica de la oración de petición
y de perdón. Es la forma de comulgar en las manos según la venerable Tradición
de la Iglesia. Todo lo contrario al puño cerrado de la violencia o del egoísmo.
En
la comunión en la mano –posibilidad que ofrece la Iglesia- las manos se
extienden humildemente formando un trono, haciendo una cruz con las manos
abiertas para recibir el Cuerpo mismo del Señor, con suma reverencia.
“La Comunión en la mano
debe manifestar, tanto como la Comunión recibida en la boca, el respeto a la
presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por esto se insistirá, tal como lo
hacían los Padres de la Iglesia, acerca de la nobleza que debe tener en sí el
gesto del comulgante. Así ocurría con los recién bautizados del siglo IV, que
recibían la consigna de tender las dos manos haciendo "de la mano
izquierda un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al
Rey" (6ª catequesis mistagógica de Jerusalén, n. 21: PG 33, col. 1125, o también
Sourceschréet., 126, p. 171; S. Juan Crisóstomo, Homilia 47: PG 63, col. 898,
etc.).*
2. De acuerdo igualmente con las
enseñanzas de los Padres, se insistirá en el Amén que pronuncia el fiel, como
respuesta a la fórmula del ministro: "El Cuerpo de Cristo"; este Amén
debe ser la afirmación de la fe: "Cum ergo petieris, dicit tibi sacerdos
‘Corpus Christi’ et tu dicis ‘Amen’, hoc est ‘verum’; quodconfiteturlingua,
teneataffectus" (S. Ambrosio, De Sacramentis, 4, 25: SC 25 bis, p. 116)”
(Cong. Culto divino, Notificación acerca de la comunión en la mano, 1985).
Humildemente
se extienden las manos para recibir con las palmas hacia arriba en las
distintas unciones –Unción de enfermos y en la ordenación presbiteral-. El don
del Señor se va a comunicar mediante el óleo con que se ungen, despacio, las
palmas de las manos.
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