jueves, 14 de diciembre de 2023

Extender las manos (Ritos y gestos - II)



            Las manos son muy elocuentes, según la postura que tomen. Nuestra oración, sobre todo en la celebración litúrgica, sólo es completa y expresiva cuando el gesto y la acción se unen a la palabra. Todo el cuerpo se convierte en lenguaje: los ojos que miran, las posturas del cuerpo, el canto, el movimiento, las manos...


            Las manos son como una prolongación de lo más íntimo del ser humano. Representan una admirable fusión del cuerpo y del espíritu. Cuando la Biblia habla del poder de Dios, usa muchas veces "la mano de Dios", el "dedo de Dios", todo es "obra de sus manos" (Sal 18). El poder de la mano de Dios pasó a Cristo: "el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano" (Jn 3,35).

            También nosotros expresamos algo con las manos en la liturgia.

Brazos abiertos y elevados, manos extendidas


            Es la postura típica del hombre orante, que aparece en las pinturas de las catacumbas. "Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote" (Sal 62) "El alzar de mis manos como ofrenda de la tarde" (Sal 140). A los Padres les gustaba comparar esta figura con el Crucificado: los brazos extendidos son el Crucificado que ora por mi voz y el Padre escucha mi oración porque rezo unido a Cristo crucificado[1].


           “Es costumbre en la Iglesia que los Obispos o los presbíteros dirijan a Dios las oraciones estando de pie y teniendo las manos un poco elevadas y extendidas. Esta costumbre ya se encuentra en la tradición del Antiguo Testamento y fue recibida por los cristianos en memoria de la Pasión del Señor. “Nosotros no sólo elevamos (las manos), sino que además las extendemos, y después de (cantar) la Pasión del Señor, también orando aclamamos a Cristo” (Tertuliano, De orat., 14)” (Caeremoniale, n. 104).


            Orar con las manos extendidas es lo propio del sacerdote en la divina liturgia:

-con las manos a la altura de los hombros, en las oraciones menores (oración colecta, sobre las ofrendas, postcomunión, etc…)

-con las manos más elevadas, a la altura de la cabeza, en las grandes plegarias (prefacio y plegaria eucarística, bendición del agua bautismal, o el obispo en la plegaria de ordenación, en la consagración del crisma, etc…); así lo expresa una rúbrica al inicio del prefacio que señala que extiende las manos al decir: “El Señor esté con vosotros” (la altura normal, hasta los hombros) y luego las eleva al decir : “Levantemos el corazón” y así las mantiene elevadas el resto de la plegaria.


Orar in modum crucis



           Uno de los signos casi universales para la oración es extender las manos. El cuerpo hace oración también, el cuerpo expresa la oración y las manos abiertas señalan la indigencia, el recibir, el señalar al cielo; esto es que común a distintas religiones por su valor expresivo, lo encontramos claramente en el Antiguo Testamento. El orante se dirige a Dios extendiendo sus manos hacia el cielo, por así decir, para que Dios desde arriba vea las palmas de las manos extendidas.

            Salomón, el rey ora: “se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: “Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra...”” (1Re 8,22-23). “Cuando Salomón terminó de dirigir al Señor toda esta oración y esta súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo” (1Re 8,54). Así mismo, igualmente, lo narra el libro de las Crónicas: “Salomón, puesto de pie ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea del Israel, extendió las manos. Porque él había hecho un estrado de bronce, de dos metros y medio de largo, dos y medio de ancho, y uno y medio de alto, y lo había colocado en medio del atrio. Salomón subió al estrado, se arrodilló frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo” (2Cro 6,12-13).

            Los salmos oran y cantan pidiendo que Dios escuche la oración “cuando elevo mis manos hacia tu Santuario” (Sal 28,2); o el salmo vespertino 140,2: “Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde”.

            Y terrible es la denuncia del Señor por boca de Isaías: “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1,15). Cuando las palmas de las manos, en horizontal, miran al cielo, ¡Dios las ve desde arriba manchadas de sangre, de injusticias, de pecados!

            La Iglesia asumió este gesto orante tan expresivo, y al asumirlo, lo modificó. Ya no sería con las palmas en horizontal al cuerpo erguido para que Dios las vea desde el cielo, sino que las palmas se pondrían mirando hacia delante, para que el cuerpo al orar hiciera memoria del Señor en la cruz. Este cambio es propulsado y explicado por Tertuliano y Orígenes en sus respectivos tratados sobre la oración. Los cristianos deben modificar la práctica primitiva de alzar las manos hacia lo alto para extenderlos, en cambio, en la representación simbólica de la crucifixión y del Crucificado, y con los ojos mirando al cielo según el modo tradicional (cf. Lc 18,13).

            Las palmas hacia delante, mostrándolas, “alzando las manos libres de iras y divisiones” (1Tm 2,8), es memoria del Crucificado; es la oración del mismo Cristo Mediador que muestra sus llagas gloriosas al Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos. Oramos “in modum crucis” uniéndonos a Cristo crucificado; oramos “in modum crucis”, especialmente el sacerdote en la acción litúrgica, porque actúa in persona Christi.

            La Tradición enseñaba a orar a los fieles extendiendo las manos con las palmas hacia delante para orar “in modum crucis”:

“Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo: pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración.

¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos” (Tertuliano, De oratione, 29).

            Y sobre todo, es clásico el siguiente texto del mismo autor:

“Pero nosotros, no solamente alzamos las manos, sino también las extendemos y, según la regla de la pasión del Señor, también con la oración hacemos nuestra profesión a Cristo” (Tertuliano, De oratione, 14).

            O san Máximo de Turín:

“El hombre no tiene más que alzar las manos para hacer de su cuerpo la figura de la Cruz; he aquí por qué se nos enseña extender los brazos cuando oramos, para proclamar con este gesto la Pasión del Señor” (Hom. II de Cruce Domini).

            Otros textos patrísticos que señalan esta práctica los encontramos en Tertuliano, Apologético, 30; Orígenes, Homilías sobre el Éxodo 3,3; Minucio Félix, Octavius 29; S. Ambrosio, De sacramentis 6, 4, 18; etc.
           
            En la oración privada y personal, ya sabemos cómo expresar la plegaria, con el signo de la cruz al extender nuestras manos; pero también el Obispo o el sacerdote al presidir la liturgia: el gesto orante es importante por lo que significa, la intercesión del mismo Señor y la memoria de la Cruz de Cristo. Si se realiza bien el signo orante, éste será profundamente evocativo de la redención lograda por Cristo Jesús, aunque haya que vencer la costumbre más cómoda de extender sólo un poco los brazos casi pegados al cuerpo y sin llegar a mostrar las palmas de las manos.

            Es, simplemente, orar "in modum crucis", con y en Cristo crucificado, tal y como señala (recordémoslo de nuevo) el Caeremonialeepiscoporum:


"104. Es costumbre en la Iglesia que el Obispo o el presbítero dirija a Dios las oraciones estando de pie y teniendo las manos un poco alzadas y extendidas. Este uso en la oración está ya atestiguado en la tradición del Antiguo (Cf. Es 9, 29; Sal 27, 2; 62, 5; 133, 2; Is 1, 15) y ha sido recibido por los cristianos en recuerdo de la Pasión del Señor".


Palmas de las manos hacia arriba


            La actitud del pobre que lo espera todo de Dios. Típica de la oración de petición y de perdón. Es la forma de comulgar en las manos según la venerable Tradición de la Iglesia. Todo lo contrario al puño cerrado de la violencia o del egoísmo.

            En la comunión en la mano –posibilidad que ofrece la Iglesia- las manos se extienden humildemente formando un trono, haciendo una cruz con las manos abiertas para recibir el Cuerpo mismo del Señor, con suma reverencia.

“La Comunión en la mano debe manifestar, tanto como la Comunión recibida en la boca, el respeto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por esto se insistirá, tal como lo hacían los Padres de la Iglesia, acerca de la nobleza que debe tener en sí el gesto del comulgante. Así ocurría con los recién bautizados del siglo IV, que recibían la consigna de tender las dos manos haciendo "de la mano izquierda un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey" (6ª catequesis mistagógica de Jerusalén, n. 21: PG 33, col. 1125, o también Sourceschréet., 126, p. 171; S. Juan Crisóstomo, Homilia 47: PG 63, col. 898, etc.).*

        2. De acuerdo igualmente con las enseñanzas de los Padres, se insistirá en el Amén que pronuncia el fiel, como respuesta a la fórmula del ministro: "El Cuerpo de Cristo"; este Amén debe ser la afirmación de la fe: "Cum ergo petieris, dicit tibi sacerdos ‘Corpus Christi’ et tu dicis ‘Amen’, hoc est ‘verum’; quodconfiteturlingua, teneataffectus" (S. Ambrosio, De Sacramentis, 4, 25: SC 25 bis, p. 116)” (Cong. Culto divino, Notificación acerca de la comunión en la mano, 1985).

            Humildemente se extienden las manos para recibir con las palmas hacia arriba en las distintas unciones –Unción de enfermos y en la ordenación presbiteral-. El don del Señor se va a comunicar mediante el óleo con que se ungen, despacio, las palmas de las manos.





    [1]En la nueva edición del Misal italiano (2ª edición, 1983) se dice: "durante el canto o recitación del Padrenuestro, se puedentener los brazos extendidos; este gesto, oportunamente explicado, se haga con dignidad en clima fraterno de oración".

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