3. El lenguaje y los términos que
emplea el Te Deum lo sitúan en el siglo IV o, como muy tarde, siglo V. Veamos
algunos indicios que apuntan en esa dirección.
Los
títulos cristológicos más antiguos no se encuentran ya en el Te Deum como sí se
encuentran en el “Gloria in excelsis” (que es más antiguo), títulos tales como
Cordero de Dios, Señor, Padre todopoderoso. Se seguirán usando, pero no con
tanta frecuencia porque hay una nueva sensibilidad cristológica y nuevas
controversias con el dogma cristológico que requieren expresiones más precisas
aún.
Destacan
las afirmaciones sobre la naturaleza divina de Jesucristo en plena polémica
antiarriana: “Tú eres el Hijo único del Padre” o la expresión “Tú aceptaste la
condición humana”. Cristo no es una criatura, ni un ser intermedio entre Dios y
el hombre, sino el Hijo único y eterno del Padre.
Otras
expresiones nos ubican en el siglo IV: “el coro de los apóstoles… los profetas…
el blanco ejército de los mártires”, señalando cómo la Iglesia ya daba culto a
los apóstoles, a los profetas y a los mártires, celebrando el “dies natalis” de
éstos, el día de su nacimiento al cielo por el martirio. San Cipriano tiene una
expresión semejante a ésta del Te Deum. Escribe: “Allí el coro glorioso de los
apóstoles, allí el gozoso grupo de los profetas, la multitud innumerable de los
mártires”[1]. Con
la suma de todos estos elementos, habrá que situar al anónimo autor del Te Deum
en el siglo IV, y no faltan autores que indican a Nicetas de Remesiana como su
autor, como lo parecen señalar la coincidencia de distintos manuscritos
antiguos.
4.
Literariamente, el Te Deum está muy elaborado. Explica Cabrol:
“En latín, la lengua original del
Himno, las repeticiones (Te, Tu, Tibi) dan una gran fuerza a cada afirmación.
Sus sentencias breves, condensadas, acumuladas, su tono directo, su manera de
hacer que el alma se dirija directamente a Dios, su enumeración rápida de las
grandezas de Dios, de sus favores, de la obra de Cristo, percuten vivamente el
espíritu y alcanzan a dar plenamente la expresión del alma humana inclinada,
empequeñecida ante la majestad de Dios, transportada de admiración, pero al
mismo tiempo ennoblecida y confiada en la humilde condición del Hijo y en la
obra de la redención. Una vez más nos encontramos ante el verdadero y puro
sentimiento cristiano, configurado por la admiración y el temor que señala el
rey-profeta [David] ante la grandeza de Dios, pero al mismo tiempo por la
confianza que Cristo da al creyente”[2].
El
Te Deum es una variación orante del Credo, pronunciando con sencillez, en clima
de oración, hablando con Dios, las afirmaciones doctrinales del Credo.
Se
dirige a Dios y se le confiesa Padre eterno, creador de todo, cuya gloria llena
el cielo y la tierra; se confiesa a Cristo, Hijo único y eterno de Dios, con el
Espíritu Santo, Defensor, Consolador, Paráclito; el Hijo se ha hecho hombre, ha
redimido al hombre venciendo la muerte, ha abierto las puertas del cielo, ha
sido glorificado junto al Padre y volverá glorioso para juzgar a los hombres y
conceder la corona de gloria a los que hayan permanecido fieles.
De
paso, vale destacar cómo el lenguaje litúrgico para la oración pública y común
debe educar nuestro propio lenguaje personal para la plegaria, asumiendo su
estilo. Este lenguaje litúrgico es cuidado, solemne, con afirmaciones claras y
confesión de fe, muy ajeno al sentimentalismo, a la emotividad, como en
ocasiones, de manera forzada, algunos introducen textos en la liturgia de nulo
valor.
Alabando
así la Iglesia
a Dios, con este tono, esta majestad, esta confesión de fe, nos enseña cómo
habremos de orar, y cómo hemos de cultivar ese estilo litúrgico en himnos,
cantos, preces, etc.
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