jueves, 28 de diciembre de 2023

Silencio durante la imposición de manos (Silencio - XXXIII)



“La imposición de manos y la Plegaria de Ordenación son el elemento esencial de todas las Ordenaciones… Mientras se imponen las manos, los fieles oran en silencio, pero participan en la Plegaria de Ordenación escuchándola…” (PR 7).



            Se reitera en las rúbricas; en la ordenación episcopal: “El obispo ordenante principal impone en silencio las manos sobre la cabeza del elegido. A continuación, acercándose sucesivamente, lo hacen los demás Obispos también en silencio” (PR 45); en la ordenación de presbíteros: “El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos. Después de la imposición de manos del Obispo, todos los presbíteros presentes, vestidos de estola, imponen igualmente en silencio las manos sobre cada uno de los elegidos” (PR 130); por último, en la ordenación diaconal: “El obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos” (PR 206).

            No suena el órgano, no se canta nada, nada se dice. Es el silencio de la acción del Espíritu Santo comunicándose por la imposición de manos.

            Con la belleza acostumbrada y dominio de la palabra, explicaba Benedicto XVI este silencio:


            “Según la Tradición apostólica, este sacramento se confiere mediante la imposición de manos y la oración. La imposición de manos se realiza en silencio. La palabra humana enmudece. El alma se abre en silencio a Dios, cuya mano se alarga hacia el hombre, lo toma para sí y, a la vez, lo cubre para protegerlo, a fin de que, a continuación, sea totalmente propiedad de Dios, le pertenezca del todo e introduzca a los hombres en las manos de Dios” (Benedicto XVI, Hom. en la ordenación episcopal, 12-septiembre-2009).

            “Para nosotros, aquí reunidos, la referencia al gesto ritual de la imposición de las manos es muy significativo. En efecto, también es el gesto central del rito de la ordenación, mediante el cual dentro de poco conferiré a los candidatos la dignidad presbiteral. Es un signo inseparable de la oración, de la que constituye una prolongación silenciosa. Sin decir ninguna palabra, el obispo consagrante y, después de él, los demás sacerdotes ponen las manos sobre la cabeza de los ordenandos expresando así la invocación a Dios para que derrame su Espíritu sobre ellos y los transforme, haciéndolos partícipes del sacerdocio de Cristo. Se trata de pocos segundos, un tiempo brevísimo, pero lleno de extraordinaria densidad espiritual…

            En esa oración silenciosa tiene lugar el encuentro de dos libertades: la libertad de Dios, operante mediante el Espíritu Santo, y la libertad del hombre. La imposición de las manos expresa plásticamente la modalidad específica de este encuentro: la Iglesia, personificada en el obispo, que está de pie con las manos extendidas, pide al Espíritu Santo que consagre al candidato; el diácono, de rodillas, recibe la imposición de las manos y se encomienda a dicha mediación. El conjunto de estos gestos es importante, pero infinitamente más importante es el movimiento espiritual, invisible, que expresa; un movimiento bien evocado por el silencio sagrado, que lo envuelve todo, tanto en el interior como en el exterior” (Benedicto XVI, Hom. en las ordenaciones presbiterales, 27-abril-2008).

No hay comentarios:

Publicar un comentario