domingo, 28 de enero de 2024

Golpe de pecho (Ritos y gestos - IV)



            En nuestra celebración litúrgica hay gestos que quieren expresar la actitud interior de humildad.

            Uno de los gestos penitenciales más clásicos es el de darse golpes de pecho. Así describe Jesús al publicano (Lc 18,9-14); es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: "y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho" (Lc 23,48).



            Es uno de los gestos más populares. Los golpes de pecho, es decir, del corazón, son un gesto que expresan un sentimiento interno, la contrición del corazón, por la culpa cometida, cuyo origen está en el corazón.

            La piedad cristiana adoptó este gesto penitencial desde los primeros siglos, con alguna fórmula genérica de confesión de las culpas, parecida al actual “Yo confieso”; encontramos alusiones de esto a principios del siglo VIII.

            Era un gesto bien arraigado en los fieles, como san Agustín da testimonio, cuando los fieles simplemente escuchaban la palabra “confieso”:


           “Al leer el santo Evangelio hemos oído que el Señor Jesús exultó en el Espíritu y dijo: “Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, porque escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeñuelos”. Consideremos piadosamente lo que está primero. Vemos, ante todo, que cuando la Escritura dice confesión, no siempre debemos suponer la voz de un pecador. Era de la mayor importancia decir esto para amonestar a vuestra caridad. Porque, en cuanto esa palabra sonó en la boca del lector, se siguió el rumor de los golpes de vuestro pecho, mientras se oía lo que dijo el Señor: “Te confieso, Padre”. En cuanto sonó “confieso”, os golpeasteis el pecho. ¿Y qué es golpear el pecho sino indicar que el pecado late en el pecho, y que hay que castigar al oculto con un golpe evidente?” (Serm. 67,1).

            El mismo san Agustín atestigua la costumbre común de darse golpes de pecho a las palabras del Padrenuestro “perdona nuestras ofensas…”:

           “Si lo dicho es falso, ¿por qué nos golpeamos a diario el pecho? También nosotros los obispos lo hacemos como los demás al acercarnos al altar. Por eso decimos también al orar lo que nos conviene decir en toda la vida: “Perdona nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. No pedimos que se nos perdonen los pecados que creemos que se nos han perdonado ya en el bautismo, pues de lo contrario dudaríamos de la fe; nuestra súplica se refiere a los pecados cotidianos, por los que cada uno no cesa de ofrecer también, según sus fuerzas, el sacrificio de la limosna, del ayuno y de las mismas oraciones y súplicas… Nunca el enemigo nos derriba más fácilmente que cuando le imitamos en la soberbia, ni le infligimos dolores más intensos que cuando sanamos las heridas de nuestros pecados mediante la confesión y la penitencia” (Serm. 351,6).

            Este golpearse el pecho es un signo de la contrición interior. La Iglesia entiende por contrición “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar” (CAT 1451) que “cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental” (CAT 1452).

            El “Yo confieso” es acompañado de golpes de pecho en la Misa a las palabras “mea culpa”. Tenemos testimonios a partir del siglo XII (Esteban de Baugé, Inocencio III en el De sacr. alt. mysterio, II, 13…) cuando el “Confiteor” forma parte de la preparación del sacerdote para la Misa, al pie del altar.

            Ahora se realiza sólo en el "Yo confieso": los fieles se golpean en el pecho. En el Misal de S. Pío V la rúbrica decía “tres veces”, a las palabras: “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”; ahora la rúbrica en el Ordo Missae sólo dice “golpeándose el pecho”. El “Yo confieso” es una de las fórmulas del acto penitencial de la Misa, también de Completas, al final del día, y se reza finalmente en la forma B del sacramento de la Penitencia, la celebración comunitaria con confesión y absolución individual, estando todos inclinados o arrodillados.

            Otro momento es el “Nobisquoque” del Canon romano. El sacerdote (y los sacerdotes concelebrantes si lo hay) se golpea el pecho al decir: “Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos, que confiamos en tu infinita misericordia, admítenos en la asamblea de los santos apóstoles y mártires...”

            Recuperar la profundidad de este gesto: golpearse el pecho es reconocer la propia culpa, es apuntar a sí mismo, al mundo interior, que es donde nace el mal ("del corazón del hombre salen los robos, adulterios...") y además parece decir que queremos movernos, cambiar, despertarnos. Si es un gesto bien hecho, y no un mero rito, puede ser un recordatorio pedagógico de nuestra situación de pecadores, y a la vez la expresión del dolor que sentimos y de nuestra lucha contra el mal y el pecado.



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