Lo que cualifica a la Liturgia de las Horas es
ser la gran oración de la
Iglesia, el Oficio divino de alabanza y súplica; por ser una
liturgia eminentemente orante, el silencio deberá resplandecer aún más con su
intensidad.
Entre
los momentos de silencio previstos para el Oficio divino, estaría el silencio
después de la lectura o de la homilía (si la hubiere) en la celebración con el
pueblo: “Igualmente, si se juzga oportuno, puede dejarse también un espacio de
silencio a continuación de la lectura o de la homilía” (IGLH 48).
Recuperando
una antigua tradición, en el Oficio se pueden emplear oraciones sálmicas que
interpretan cristológicamente el salmo que antes se ha cantado; si se emplean,
se recitan después de un momento de silencio orante:
“Las oraciones sálmicas, que sirven
de ayuda para una interpretación específicamente cristiana de los salmos…
pueden ser utilizadas libremente según la norma de la antigua tradición:
concluido el salmo y observado un momento de silencio, se concluye con una
oración que sintetiza los sentimientos de los participantes” (IGLH 112).
Las
preces, en Laudes y en Vísperas, pueden ser respondidas con un silencio orante
por parte de todos, no es necesario contestar con una frase de respuesta:
“Se pueden seguir diversos modos en
la recitación de las intenciones, de forma que el sacerdote o el ministro digan
ambas partes y la asamblea interponga una respuesta uniforme o una pausa de
silencio, o que el sacerdote o el ministro digan tan sólo la primera parte y la
asamblea la segunda” (IGLH 193).
Sumamente
interesante es el apartado dedicado al “silencio sagrado” en la IGLH; muestra el valor
pneumatológico que posee, ya que logra la plena resonancia del Espíritu en los
corazones, así como su necesidad en el Oficio divino y su función como medio
para una participación activa. Extrapolando estos principios, sin duda ilumina
más en general el silencio en toda la santa liturgia:
201. Como se
ha de procurar de un modo general que en las acciones litúrgicas se guarde
asimismo, a su debido tiempo- un silencio sagrado"" también se ha de
dar cabida al silencio en la
Liturgia de las Horas.
202. Por lo
tanto, según la oportunidad y la prudencia, para lograr la plena resonancia de
la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la
oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar
un espacio de silencio o después de cada salmo, una vez repetida su antífona,
según la costumbre tradicional, sobre todo si después del silencio se añade la
oración sálmica (c£ n. 112); o después de las lectura tanto breves, como más
largas, indiferentemente antes o después del responsorio.
Se ha de
evitar, sin embargo, que el silencio introducido sea tal que deforme la estructura
del Oficio o resulte molesto o fatigoso para los participantes.
203. Cuando la
recitación haya de ser hecha por uno solo, se concede una mayor libertad para
hacer una pausa en la meditación de alguna fórmula que suscite sentimientos
espirituales, sin que por eso el Oficio pierda su carácter público.
¿Qué
favorece este silencio al Oficio divino? “De forma análoga a lo que sucede con
los Salmos cuando se reza la
Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las
palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido
último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al
corazón” (Benedicto XVI, Aloc. en el Rosario, Pompeya, 19-octubre-2008).
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