domingo, 14 de enero de 2024

La delicadeza como virtud (II)



La delicadeza de alma tiene pues su reflejo y su manifestación en cuanto somos, en lo que hacemos, en el modo de ser y de tratar a los demás. Un espíritu fino y atento, delicado, entregado, desde la misma suavidad y dulzura de Dios, y su sabia pedagogía y ternura para con sus hijos. 



Desde la experiencia ya gustada de la delicadeza exquisita de Dios con cada alma, uno aprende a ser delicado y correcto, incluso elegante, con Dios, con los demás y con uno mismo. 

¿En qué ser delicado y de qué modo?

1. Con el Señor

a) Trato con Dios orante

            -Decirle a lo largo del día: “Te amo, Señor” o repetir alguna frase de la oración litúrgica de Laudes para estar constantemente en su presencia. Es delicadeza para no vivir en un continuo olvido de Dios, sino en su presencia.

            -Visitar el Sagrario hablándole desde el corazón, adorándole en silencio.

            -En la oración, hacer siempre un acto de amor de la presencia de Dios: Dios está aquí y voy a tratar con Él. Asombrarse y adorar el Misterio que se está entregando al alma en la oración. Lo mismo que es delicadeza que en la oración, miremos al Sagrario o a la custodia con una mirada de amor.

            -Es una fina delicadeza traer la memoria de la Encarnación rezando el Ángelus en silencio, aunque sea trabajando, dando gracias por este Acontecimiento que nos ha dado el mayor bien posible: Jesucristo.

            -Si se ve que se ha perdido delicadeza en el trato con el Señor, pedirle humildemente, de rodillas: “Señor, dame el amor primero”. El Señor no negará esa gracia.

 
            -Finura del alma es “atención a lo interior”: sensibilidad del alma a las mociones que el Señor pueda suscitar, a las luces, constantes, que el Señor pueda ir dando en oración; finura para oír la voz del Señor que puede estar pidiendo algo concreto, y que sale una y otra vez cada vez que nos acercamos a Él en la plegaria. Esto es sensibilidad del alma, delicadeza, a la acción de Dios que conlleva la receptividad al Espíritu, como María, e incluye la disponibilidad a lo que Dios pueda ir trazando.

            -En nuestro ser hay deseos, tendencias del corazón que Dios suscita, impulsa y alienta. En esos deseos grandes, inconmensurables, se revela la acción de Dios y así hace crecer el alma hasta hacerla capaz de recibir aquello que espera y desea. Estos deseos inspirados por Dios suelen ser apasionados, pues tocan todas las fibras del alma, y son duraderos, permanecen por mucho tiempo incluso cuando no parece que haya posibilidad humana de alcanzarlos. Así sucede, por ejemplo, con la vocación, pero también con otros deseos tales como el de mayor soledad, el de santidad de vida, mayor entrega, un amor más fiel al Señor. Dios trabaja y engrandece nuestra alma por medio del deseo. Tener delicadeza es estar atentos a este mundo interior, personal, de los deseos para saber por dónde nos lleva Dios y responderle con todo nuestro ser.


            B) Trato con Dios en la liturgia

            -Devoción (fuego, amor encendido) al celebrar la liturgia sin dejarse enfriar ni distraer por elementos externos (ruido, alguna distracción, problemas a lo mejor con la megafonía) ni pendiente de lo que viene a continuación y lo que hay que cantar, sin echar cuenta ni tener devoción en lo que ahora (y no dentro de un rato) se está celebrando. La devoción es minuto a minuto, con recogimiento y atención.

            -Ser conscientes con el corazón de lo que nuestros labios dicen en las respuestas y oraciones de la Eucaristía, al cantar la salmodia y rezar la Liturgia de las Horas, o alguna oración vocal, como el rosario, evitando y rechazando cualquier distracción. Al rezar Laudes y Vísperas, en sí mismo es oración, y requiere nuestra delicada atención y amorosa noticia al rezarlo y cantarlo.

            -Actos intensos de fe, de esperanza y de amor al recibirle en la comunión sacramental. Darse cuenta que viene Cristo, salir a recibirlo con toda el alma, uniéndose intensamente a Él al comulgar, sin distracciones ni pendiente de una fila como si fuera la cola del autobús, dejando pasar o empujando para comulgar antes.

            -Hacer la genuflexión al Sagrario despacio siempre, mirando al Sagrario y diciéndole mientras una breve palabra de amor, aunque sea pasar “rápido” delante del Sagrario para hacer algo o arreglar algo. La genuflexión jamás puede ser precipitada ni hecha de mala manera.

            -Signarse con la señal de la cruz en el Oficio o al rezar en privado, despacio, ampliamente, sintiéndose envuelto y abrazado por la cruz. Nunca precipitadamente, como si fuera un garabato, siempre con unción, despacio, para que no sea algo mecánico, sino consciente, dejándonos envolver por la cruz.

            -Nada de rutina mecánica al inclinar la cabeza cuando se pronuncia “Jesucristo” (en el Gloria in excelsis, en la conclusión de las oraciones litúrgicas), o al inclinarse profundamente en el “Gloria” de los salmos, sino con sentido de adoración, lo mismo que a las palabras del Credo “y por obra del Espíritu Santo”.

            -Por delicadeza, recogerse brevemente antes de celebrar la Eucaristía o de iniciar la Liturgia de las Horas, para celebrar la con fruto espiritual y con devoción amorosa. También es de delicadeza, en la medida de lo posible, realizar un breve  rato de oración de acción de gracias tras la Eucaristía, de rodillas, y no salir corriendo después del “Podéis ir en paz”.

            -Por amor al Señor, escuchar las palabras de la Escritura como acto de amor y entrega de Cristo que sigue hablando a la Iglesia y a cada alma. Recibir sus palabras como “palabras-para-ti”, ahora, en estos momentos de tu vida.

            -Al confesar, evitar toda rutina. Ver con dolor los propios pecados en el examen de conciencia, la infidelidad y traiciones al Señor; confesar siempre como si fuera la primera y la última vez, sin convertirlo en un acto mecánico porque toca ya confesar.

            C) Trato con las cosas de Dios

            -Es delicadeza con el Señor saber tratar santamente las cosas santas. Por ejemplo, el libro de la Liturgia de las Horas no dejarlo en el suelo, ni cerrarlo de cualquier manera, sino con atención y respeto, cuidadosamente; lo mismo la Biblia después de leerla o meditarla: cerrarla con suavidad y una vez cerrada, por ejemplo, besarla con amor, porque es signo de Cristo-Palabra.

            -Al arreglar el Sagrario, o ponerle flores, o un pequeño frasco de esencia que perfume en torno al Sagrario, hacerlo amando en oración con Él, de forma que, estando cerca de su Presencia real, el alma pueda encontrarse con Cristo incluso en el trabajo más directo al mismo Cristo.

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