La delicadeza de alma tiene pues su
reflejo y su manifestación en cuanto somos, en lo que hacemos, en el modo de
ser y de tratar a los demás. Un espíritu fino y atento, delicado, entregado,
desde la misma suavidad y dulzura de Dios, y su sabia pedagogía y ternura para
con sus hijos.
Desde la experiencia ya gustada de la delicadeza exquisita de
Dios con cada alma, uno aprende a ser delicado y correcto, incluso elegante,
con Dios, con los demás y con uno mismo.
¿En qué ser delicado y de qué modo?
1. Con el Señor
a)
Trato con Dios orante
-Decirle a lo largo del día: “Te
amo, Señor” o repetir alguna frase de la oración litúrgica de Laudes para estar
constantemente en su presencia. Es delicadeza para no vivir en un continuo
olvido de Dios, sino en su presencia.
-Visitar el Sagrario hablándole
desde el corazón, adorándole en silencio.
-En la oración, hacer siempre un
acto de amor de la presencia de Dios: Dios está aquí y voy a tratar con Él.
Asombrarse y adorar el Misterio que se está entregando al alma en la oración.
Lo mismo que es delicadeza que en la oración, miremos al Sagrario o a la
custodia con una mirada de amor.
-Es una fina delicadeza traer la memoria
de la Encarnación
rezando el Ángelus en silencio, aunque sea trabajando, dando gracias por este
Acontecimiento que nos ha dado el mayor bien posible: Jesucristo.
-Si se ve que se ha perdido
delicadeza en el trato con el Señor, pedirle humildemente, de rodillas: “Señor,
dame el amor primero”. El Señor no negará esa gracia.
-Finura del alma es “atención a lo
interior”: sensibilidad del alma a las mociones que el Señor pueda suscitar, a
las luces, constantes, que el Señor pueda ir dando en oración; finura para oír
la voz del Señor que puede estar pidiendo algo concreto, y que sale una y otra
vez cada vez que nos acercamos a Él en la plegaria. Esto es sensibilidad del
alma, delicadeza, a la acción de Dios que conlleva la receptividad al Espíritu,
como María, e incluye la disponibilidad a lo que Dios pueda ir trazando.
-En nuestro ser hay deseos,
tendencias del corazón que Dios suscita, impulsa y alienta. En esos deseos
grandes, inconmensurables, se revela la acción de Dios y así hace crecer el
alma hasta hacerla capaz de recibir aquello que espera y desea. Estos deseos
inspirados por Dios suelen ser apasionados, pues tocan todas las fibras del
alma, y son duraderos, permanecen por mucho tiempo incluso cuando no parece que
haya posibilidad humana de alcanzarlos. Así sucede, por ejemplo, con la
vocación, pero también con otros deseos tales como el de mayor soledad, el de
santidad de vida, mayor entrega, un amor más fiel al Señor. Dios trabaja y
engrandece nuestra alma por medio del deseo. Tener delicadeza es estar atentos
a este mundo interior, personal, de los deseos para saber por dónde nos lleva
Dios y responderle con todo nuestro ser.
B) Trato con Dios en la liturgia
-Devoción (fuego, amor encendido) al
celebrar la liturgia sin dejarse enfriar ni distraer por elementos externos
(ruido, alguna distracción, problemas a lo mejor con la megafonía) ni pendiente
de lo que viene a continuación y lo que hay que cantar, sin echar cuenta ni
tener devoción en lo que ahora (y no dentro de un rato) se está celebrando. La
devoción es minuto a minuto, con recogimiento y atención.
-Ser conscientes con el corazón de
lo que nuestros labios dicen en las respuestas y oraciones de la Eucaristía, al cantar
la salmodia y rezar la
Liturgia de las Horas, o alguna oración vocal, como el
rosario, evitando y rechazando cualquier distracción. Al rezar Laudes y
Vísperas, en sí mismo es oración, y requiere nuestra delicada atención y
amorosa noticia al rezarlo y cantarlo.
-Actos intensos de fe, de esperanza
y de amor al recibirle en la comunión sacramental. Darse cuenta que viene
Cristo, salir a recibirlo con toda el alma, uniéndose intensamente a Él al
comulgar, sin distracciones ni pendiente de una fila como si fuera la cola del
autobús, dejando pasar o empujando para comulgar antes.
-Hacer la genuflexión al Sagrario
despacio siempre, mirando al Sagrario y diciéndole mientras una breve palabra
de amor, aunque sea pasar “rápido” delante del Sagrario para hacer algo o
arreglar algo. La genuflexión jamás puede ser precipitada ni hecha de mala
manera.
-Signarse con la señal de la cruz en
el Oficio o al rezar en privado, despacio, ampliamente, sintiéndose envuelto y
abrazado por la cruz. Nunca precipitadamente, como si fuera un garabato,
siempre con unción, despacio, para que no sea algo mecánico, sino consciente,
dejándonos envolver por la cruz.
-Nada de rutina mecánica al inclinar
la cabeza cuando se pronuncia “Jesucristo” (en el Gloria in excelsis, en la
conclusión de las oraciones litúrgicas), o al inclinarse profundamente en el
“Gloria” de los salmos, sino con sentido de adoración, lo mismo que a las
palabras del Credo “y por obra del Espíritu Santo”.
-Por delicadeza, recogerse
brevemente antes de celebrar la
Eucaristía o de iniciar la Liturgia de las Horas,
para celebrar la con fruto espiritual y con devoción amorosa. También es de
delicadeza, en la medida de lo posible, realizar un breve rato de oración de acción de gracias tras la Eucaristía, de
rodillas, y no salir corriendo después del “Podéis ir en paz”.
-Por amor al Señor, escuchar las
palabras de la Escritura
como acto de amor y entrega de Cristo que sigue hablando a la Iglesia y a cada alma.
Recibir sus palabras como “palabras-para-ti”, ahora, en estos momentos de tu
vida.
-Al confesar, evitar toda rutina.
Ver con dolor los propios pecados en el examen de conciencia, la infidelidad y
traiciones al Señor; confesar siempre como si fuera la primera y la última vez,
sin convertirlo en un acto mecánico porque toca ya confesar.
C) Trato con las cosas de Dios
-Es delicadeza con el Señor saber
tratar santamente las cosas santas. Por ejemplo, el libro de la Liturgia de las Horas no
dejarlo en el suelo, ni cerrarlo de cualquier manera, sino con atención y respeto,
cuidadosamente; lo mismo la
Biblia después de leerla o meditarla: cerrarla con suavidad y
una vez cerrada, por ejemplo, besarla con amor, porque es signo de
Cristo-Palabra.
-Al arreglar el Sagrario, o ponerle
flores, o un pequeño frasco de esencia que perfume en torno al Sagrario,
hacerlo amando en oración con Él, de forma que, estando cerca de su Presencia
real, el alma pueda encontrarse con Cristo incluso en el trabajo más directo al
mismo Cristo.
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