martes, 14 de noviembre de 2023

Silencio al comulgar (Silencio - XXXI)



Hay que evitar la precipitación, o incluso los modos desenfadados: el sacerdote comulga con reverencia el Cuerpo y luego la Sangre del Señor, pronunciando en silencio una plegaria: “El Cuerpo de Cristo (o: la Sangre de Cristo) me guarde para la vida eterna”.



“El sacerdote dice en secreto:
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
Después toma el cáliz y dice en secreto:
La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo” (Ordo Missae, 147).

            No puede ser un acto mecánico, rápido, para bajar a distribuir la comunión lo antes posible. Es el encuentro sacramental del sacerdote con el Señor.



            “También tras recibir la comunión hay dos oraciones de acción de gracias que el sacerdote reza en secreto, mientras que los fieles, cada uno a su manera, pueden y deben acompañarle. Quiero observar a este respecto que en los antiguos devocionarios, junto a algunas cursilerías, hay un valioso patrimonio de oración, que ha nacido de una experiencia interior profunda y que también hoy puede convertirse en una escuela de oración. Lo que dice san Pablo en la Carta a los Romanos, acerca de que no sabemos pedir lo que conviene (8,26) es hoy aún más válido: con frecuencia estamos sin palabras ante Dios. Ciertamente, el Espíritu Santo nos enseña a orar y nos concede las palabras, como dice san Pablo, pero se sirve también de mediaciones humanas. Las oraciones que han surgido en los corazones de personas creyentes bajo la acción del Espíritu Santo, son una escuela que nos ofrece el Espíritu Santo para que poco a poco se vaya abriendo nuestra boca muda, para enseñarnos a orar y a llenar el silencio”[1].


            El silencio después de la comunión es muy recomendado siempre; a poco de iniciarse la reforma de los libros litúrgicos, una instrucción lo recordaba, antes incluso de la IGMR:

            “En la misa con el pueblo, antes de la oración después de la comunión, según las circunstancias, o se puede guardar sagrado silencio por algún espacio de tiempo, o ya cantar, o ya decir un salmo o un cántico de alabanza, por ejemplo, el salmo 33: Benedicam Domino; el salmo 150: Laudate Dominum in sanctuarium eius; los cánticos: Benedicite, Benedictus es” (Inst. Tres abhinc annos, 15).

            También se nos dice: “Recomiéndese a los fieles no descuidar, después de la comunión, una justa y debida acción de gracias, sea en la celebración misma, con un tiempo de silencio, un himno o un salmo u otro cántico de alabanza, sea después de la celebración, quedando, si es posible, en oración por un conveniente espacio de tiempo” (Inst. Inestimabile donum, 17).

Un silencio orante, de adoración y de acción de gracias, se produce tras la comunión, es decir, tras la recepción del Cuerpo eucarístico del Señor. Es el momento personalísimo de encuentro con Cristo en el corazón, adorando su Presencia real, dándole gracias por su amor y misericordia, uniéndonos a Él para vivir en Él. Será, en proporción, un silencio que tampoco rompa el ritmo comunitario como una larguísima pausa, sino proporcionado, como el silencio después de la homilía.

"Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno" (IGMR 88).

"Después el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede, además, observar un intervalo de sagrado silencio o cantar un salmo, o un cántico de alabanza, o un himno (cfr. n. 88)" (IGMR 164).

"Luego, de pie en la sede o desde el altar, el sacerdote, de cara al pueblo, con las manos juntas, dice: Oremos; y con las manos extendidas dice la oración después de la Comunión, a la que puede preceder un breve intervalo de silencio, a no ser que ya lo haya precedido inmediatamente después de la Comunión. Al final de la oración, el pueblo aclama: Amen" (IGMR 165).

            En la mistagogia del silencio, Ratzinger explica: 


“Es más útil y está más justificado internamente, el silencio después de la comunión; éste es de hecho el momento para un diálogo interior con el Señor, que se nos ha donado, para la necesaria “comunión”, es decir, la entrada en ese proceso de comunicación, sin la cual la recepción exterior del Sacramento se convertiría en un mero rito estéril. Por desgracia, también aquí surgen obstáculos que pueden enturbiar este momento, tan valioso en sí. La distribución de la comunión continúa, con el consiguiente barullo de idas y venidas; dado que a veces dura demasiado en comparación con el resto de la acción litúrgica, el sacerdote tiene necesidad de continuar rápidamente con la liturgia, para que no haya tiempos vacíos de espera y de intranquilidad interior, mientras algunos se preparan ya para marcharse. Este silencio después de la comunión debería, en todo caso, aprovecharse del mejor modo posible, y dar a los fieles además orientaciones para su oración interior”[2].




[1] RATZINGER, El espíritu de la liturgia, 123.
[2] RATZINGER, El espíritu de la liturgia, 121.

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