3. La docilidad es una virtud muy cuestionada, porque va vinculada al
sometimiento libre y obediente a otra persona. Eso cuesta, tanto más que hoy se
pretende una libertad que es libertad salvaje sin referencias a la Verdad y al Bien.
La docilidad es una virtud que se
constituye en gran herramienta de trabajo interior para el desarrollo de lo
humano, porque la docilidad acepta –sin rebelarse- las indicaciones y
correcciones de las personas que tienen en la Iglesia la misión de
forjar nuestra alma.
Quien se rebela y discute se deja llevar por el orgullo y
la soberbia y no quiere ver la verdad de lo que se le indica; se cierra, juzga,
critica... y jamás avanzará. Quien es dócil acepta y reflexiona sobre las
orientaciones que se le dan. Así ocurre con el ministerio sacerdotal que tiene
la función de pastorear, de regir y guiar las almas, no por carisma o
especiales cualidades, sino por un encargo explícito de Cristo y la Gracia propia del
Sacramento del Orden. El ministerio sacerdotal orienta las almas –y a la misma
comunidad cristiana- para crecer según Cristo. También este ministerio
sacerdotal se puede desempeñar de otras formas, como es el diálogo y
exhortación en el Sacramento de la Reconciliación y en el ministerio de la dirección
espiritual.
La misma docilidad se pide a los consagrados respecto de sus
superiores (Abad, Abadesa, prior...) y a los que están en períodos de formación
(seminaristas, novicios, etc...) La docilidad se alcanza obedeciendo y
rechazando las insinuaciones del propio orgullo, porque si no siempre será muy
malo, un ogro, el que nos oriente y corrija, es que nos tiene coraje, y uno
siempre queda incólume. Es necesaria la docilidad para crecer.
Esta docilidad tiene otro rango y
forma específica en la corrección fraterna entre iguales, entre miembros de la
parroquia o comunidad cristiana; siempre hay que recibir la corrección fraterna
con humildad y silencio, sin discutir ni ofender a quien nos corrige; una vez
recibida la corrección, realizar el mandato paulino: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Ts 5,17). Se
reza, se examina y se toma aquello que se vea cierto, pues nos pueden corregir
varias personas en direcciones contrapuestas o, simplemente, equivocarse: habrá
que guardar silencio, orar y examinar, y, si es verdad, corregirse y crecer.
4. En este progreso espiritual del
alma creyente, uniéndose a Cristo, es muy necesaria una disciplina y un método de vida, porque es una virtud ser
disciplinado, tener un orden de vida meditado en oración para vivir e ir
alcanzando las metas propuestas.
El indisciplinado en su vida un día hará una
cosa a una hora, otro día a otra, al tercer día lo dejará, luego volverá, e irá
siendo inconstante y disperso en todas las cosas. Será muy difícil progresar si
no hay un método (método significa camino); además si casi todas las virtudes
se adquieren mediante actos repetidos hasta convertirse en hábito, habrá que
repetir actos de la virtud que queremos alcanzar, hacerlo muchas veces, de
forma ordenada y contínua. Un horario y un programa de vida -ofrecido a Cristo-
son ayudas muy eficaces.
Quien, por ejemplo, quiera avanzar en su oración, sólo
podrá hacerlo con la disciplina de un horario fijo en un momento concreto del
día y cuando llegue el momento, dejarlo todo con tal de hacer la oración. El
que es indisciplinado o no tiene orden de vida tendrá muy buenos y santos
deseos, pero difícilmente los alcanzará. Esto no es voluntarismo ni cerrarse al
Espíritu, al revés, es colaborar con la gracia, porque la Gracia no suple la
naturaleza, no suple nuestra parte, lo que a nosotros nos toca realizar.
Esta disciplina y método de vida
debe irse concretando en un programa de vida donde todo encaje y nuestra vida
quede ordenada al seguimiento del Señor Jesús. Hace falta para ello un sano realismo, conocerse, ver las
propias limitaciones, conocer los dones recibidos y ver qué se puede hacer.
Para crecer hay que dar pasos poco a poco.
¿Qué es lo más urgente? Pues
insistir en una o dos cosas que se ponen como centro del crecimiento de la
persona, aquello que Cristo señale como más urgente. Queremos a veces abarcarlo
todo de una vez, crecer en muchos aspectos, hacemos multitud de propósitos,
entonces no somos realistas ni prácticos, nos chocamos con la evidencia de la
realidad y pensamos que no podemos avanzar. Ser muy realistas y concretos,
señalar uno o dos puntos para crecer y no detenernos hasta haberlos logrado;
más tarde se da otro pequeño paso.
Las grandes guerras se ganan con las
pequeñas batallas, y la gran guerra con nuestro hombre viejo hasta ser
revestidos del Hombre nuevo a imagen de Cristo, se hará con pequeñas batallas y
pequeñas victorias.
Este programa de vida espiritual, de
crecimiento, realizado con mucho realismo y siendo muy prácticos al señalar
aquello en que reconocemos nuestra insuficiencia, debe hacerse en plegaria con
Cristo y que Él ilumine y hable. Con Él elaboramos nuestro camino de trabajo
interior y luego, si hay paz en el alma, se le ofrece al Señor para que Él lo
confirme y dé su Gracia para llevarlo a cabo.
El examen de conciencia al
prepararnos al Sacramento de la Reconciliación, el retiro mensual o la adoración
mensual al Santísimo y la entrevista con el director espiritual son momentos
muy adecuados de hacer balance a ver cómo avanzamos, qué hemos logrado, qué dificultades
se han presentado, etc.
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