viernes, 24 de noviembre de 2023

Para crecer: virtud de la docilidad, fortaleza



3. La docilidad es una virtud muy cuestionada, porque va vinculada al sometimiento libre y obediente a otra persona. Eso cuesta, tanto más que hoy se pretende una libertad que es libertad salvaje sin referencias a la Verdad y al Bien.



La docilidad es una virtud que se constituye en gran herramienta de trabajo interior para el desarrollo de lo humano, porque la docilidad acepta –sin rebelarse- las indicaciones y correcciones de las personas que tienen en la Iglesia la misión de forjar nuestra alma. 

 
Quien se rebela y discute se deja llevar por el orgullo y la soberbia y no quiere ver la verdad de lo que se le indica; se cierra, juzga, critica... y jamás avanzará. Quien es dócil acepta y reflexiona sobre las orientaciones que se le dan. Así ocurre con el ministerio sacerdotal que tiene la función de pastorear, de regir y guiar las almas, no por carisma o especiales cualidades, sino por un encargo explícito de Cristo y la Gracia propia del Sacramento del Orden. El ministerio sacerdotal orienta las almas –y a la misma comunidad cristiana- para crecer según Cristo. También este ministerio sacerdotal se puede desempeñar de otras formas, como es el diálogo y exhortación en el Sacramento de la Reconciliación y en el ministerio de la dirección espiritual. 

La misma docilidad se pide a los consagrados respecto de sus superiores (Abad, Abadesa, prior...) y a los que están en períodos de formación (seminaristas, novicios, etc...) La docilidad se alcanza obedeciendo y rechazando las insinuaciones del propio orgullo, porque si no siempre será muy malo, un ogro, el que nos oriente y corrija, es que nos tiene coraje, y uno siempre queda incólume. Es necesaria la docilidad para crecer.

Esta docilidad tiene otro rango y forma específica en la corrección fraterna entre iguales, entre miembros de la parroquia o comunidad cristiana; siempre hay que recibir la corrección fraterna con humildad y silencio, sin discutir ni ofender a quien nos corrige; una vez recibida la corrección, realizar el mandato paulino: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Ts 5,17). Se reza, se examina y se toma aquello que se vea cierto, pues nos pueden corregir varias personas en direcciones contrapuestas o, simplemente, equivocarse: habrá que guardar silencio, orar y examinar, y, si es verdad, corregirse y crecer.

4. En este progreso espiritual del alma creyente, uniéndose a Cristo, es muy necesaria una disciplina y un método de vida, porque es una virtud ser disciplinado, tener un orden de vida meditado en oración para vivir e ir alcanzando las metas propuestas. 

El indisciplinado en su vida un día hará una cosa a una hora, otro día a otra, al tercer día lo dejará, luego volverá, e irá siendo inconstante y disperso en todas las cosas. Será muy difícil progresar si no hay un método (método significa camino); además si casi todas las virtudes se adquieren mediante actos repetidos hasta convertirse en hábito, habrá que repetir actos de la virtud que queremos alcanzar, hacerlo muchas veces, de forma ordenada y contínua. Un horario y un programa de vida -ofrecido a Cristo- son ayudas muy eficaces. 

Quien, por ejemplo, quiera avanzar en su oración, sólo podrá hacerlo con la disciplina de un horario fijo en un momento concreto del día y cuando llegue el momento, dejarlo todo con tal de hacer la oración. El que es indisciplinado o no tiene orden de vida tendrá muy buenos y santos deseos, pero difícilmente los alcanzará. Esto no es voluntarismo ni cerrarse al Espíritu, al revés, es colaborar con la gracia, porque la Gracia no suple la naturaleza, no suple nuestra parte, lo que a nosotros nos toca realizar.

Esta disciplina y método de vida debe irse concretando en un programa de vida donde todo encaje y nuestra vida quede ordenada al seguimiento del Señor Jesús. Hace falta para ello un sano realismo, conocerse, ver las propias limitaciones, conocer los dones recibidos y ver qué se puede hacer. Para crecer hay que dar pasos poco a poco. 

¿Qué es lo más urgente? Pues insistir en una o dos cosas que se ponen como centro del crecimiento de la persona, aquello que Cristo señale como más urgente. Queremos a veces abarcarlo todo de una vez, crecer en muchos aspectos, hacemos multitud de propósitos, entonces no somos realistas ni prácticos, nos chocamos con la evidencia de la realidad y pensamos que no podemos avanzar. Ser muy realistas y concretos, señalar uno o dos puntos para crecer y no detenernos hasta haberlos logrado; más tarde se da otro pequeño paso. 

Las grandes guerras se ganan con las pequeñas batallas, y la gran guerra con nuestro hombre viejo hasta ser revestidos del Hombre nuevo a imagen de Cristo, se hará con pequeñas batallas y pequeñas victorias.

Este programa de vida espiritual, de crecimiento, realizado con mucho realismo y siendo muy prácticos al señalar aquello en que reconocemos nuestra insuficiencia, debe hacerse en plegaria con Cristo y que Él ilumine y hable. Con Él elaboramos nuestro camino de trabajo interior y luego, si hay paz en el alma, se le ofrece al Señor para que Él lo confirme y dé su Gracia para llevarlo a cabo. 

El examen de conciencia al prepararnos al Sacramento de la Reconciliación, el retiro mensual o la adoración mensual al Santísimo y la entrevista con el director espiritual son momentos muy adecuados de hacer balance a ver cómo avanzamos, qué hemos logrado, qué dificultades se han presentado, etc.

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