1. Ha llegado la noche, es el
tiempo del descanso nocturno. Una jornada más ha transcurrido, ofrecida a la
gloria de Dios, santificada. Ahora, brevemente, la Iglesia reza las Completas
para encomendar a Dios el descanso de la noche: “Las Completas son la última
oración del día, que se ha de hacer antes del descanso nocturno, aunque haya
pasado ya la media noche” (IGLH 84).
2.
Su breve estructura –examen de conciencia, himno, salmo, lectura breve y
responsorio- realza más si cabe el cántico evangélico “Nunc dimittis”, el
cántico de Simeón al ver a Cristo en su Presentación en el Templo de Jerusalén.
“Con el cántico podemos decir que culmina esta Hora” (IGLH 89).
El
cántico va precedido por una antífona fija, invariable, dirigida a Dios como
una súplica: “Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para
que velemos con Cristo y descansemos en paz”. Es un sueño confiado en las manos
de Dios. Pero, como dice el Cantar, “mientras dormía, mi corazón velaba” (Cant
5,2) y se pide que velemos con Cristo incluso durante el sueño: “para que,
despiertos o dormidos, vivamos con él” (1Ts 5,10). Es súplica esperanzada: “que
todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la
venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Ts 5,23).
3.
Entonces, santiguándose todos en las palabras iniciales, se entona el cántico
de Simeón:
“Ahora, Señor,
según tu promesa,
puedes dejar a
tu siervo irse en paz.
Porque mis
ojos han visto a tu Salvador,
a quien has
presentado ante todos los pueblos:
luz para
alumbrar a las naciones
y gloria de tu
pueblo Israel”.
Son
las palabras del anciano Simeón. El Espíritu Santo le había dado un oráculo: no
moriría sin ver al Mesías Salvador. Al ver a Jesús, el Espíritu hace que Simeón
lo reconozca y confiese. Lleno de gozo, ya puede completar sus días: ha palpado
cómo las promesas redentoras de Dios se cumplen en aquel Niño. ¡No necesita
más!
Este
cántico se adecua muy bien al final día, en Completas. El Señor puede dejar a
sus siervos irse a descansar en paz, entregarse al sueño sin temor. Ha sido un
nuevo día donde nuestros ojos han visto al Salvador y hemos vivido el día junto
a Él. Lo hemos visto en la
Eucaristía, en el Sagrario, en la oración, en los hermanos;
lo hemos visto en mil signos y acontecimientos y momentos de la jornada. La
vida cristiana es siempre vida con Cristo, vida inseparable con Él.
Una
vez más, Dios ha cumplido sus promesas y se ha mostrado fiel. Por la mañana se
cantaba en Laudes: “por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos
visitará el sol que nace de lo alto”, Jesucristo; por la noche, reconocemos que
así ha sucedido y que Cristo es “luz para alumbrar a las naciones”. Lo decimos
y reconocemos cuando la oscuridad de la noche ya nos envuelve, brillan las
estrellas, los párpados se van cerrando.
Nos
ha iluminado el Señor, su luz nos ha hecho ver la luz y nuestro día ha
transcurrido junto a Cristo “luz del mundo”. Podemos dormir tranquilos: Dios ha
sido Fiel y hemos gozado durante el día de su fidelidad.
4.
“Los cánticos evangélicos de Zacarías, de la Virgen María y de Simeón deben
ser honrados con la misma solemnidad y dignidad con que se acostumbra a oír la
proclamación del Evangelio” (IGLH 138).
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