sábado, 26 de agosto de 2023

La ceniza (Elementos materiales - VII)



            La ceniza se puede convertir en un gesto molesto, desagradable por su significado, sin embargo, nadie falta a la cita ese Miércoles y las iglesias se llenan totalmente.


            La ceniza siempre ha sido un gesto penitencial. En la Iglesia los que hacían penitencia se cubrían toda la cabeza con ceniza para decir que eran pecadores y que pidiesen por ellos. A principios del s. XI, cambiada la forma de la penitencia ("penitencia privada") se imponía la ceniza al principio de la Cuaresma a todos los cristianos. Toda la comunidad se reconocía así pecadora, y se veía ayudada por este gesto en su actitud de conversión cuaresmal-pascual.

            “El miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, los fieles cristianos inician con la imposición de la ceniza el tiempo establecido para la purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en que el Señor se muestre compasivo para con él. Con este mismo signo comienza el camino de su conversión que culminará con la celebración del sacramento de la Penitencia, en los días que preceden a la Pascua.

            La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer o durante la Misa o fuera de la misma. En este caso se inicia con la liturgia de la Palabra y se concluye en la oración de los fieles” (Carta sobre la preparación... n. 21).


            Así pedimos al Señor al bendecirlas antes de su imposición:

Oh Dios, que te dejas vencer por el que se humilla
y encuentras agrado en quien expía sus pecados;
escucha benignamente nuestras súplicas
y derrama la gracia de tu bendición sobre estos siervos tuyos
que van a recibir la ceniza,
para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo.


Significado de la ceniza

            Se impone, en la cabeza, abundantemente, con una de las fórmulas:

            Conviértete y cree en el Evangelio /           Recuerda que eres polvo y al polvo volverás.

            El primer sentido que nos debe evocar la ceniza es que somos caducos, que nuestra vida tiene un fin; al mismo tiempo, nos recuerda de dónde fuimos sacados: del polvo, de la tierra, modeló Dios a Adán.

            La ceniza nos devuelve el sentido de la humildad y pequeñez ante Dios y ante nosotros mismos, como Abrahán: "en verdad es atrevimiento el mío al hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza" (Gn 18,27).

            El que la ceniza que se nos impone se obtenga al quemar los ramos de olivo usados en la celebración del Domingo de Ramos anterior -costumbre introducida hacia el s. XII- quiere ser también un recordatorio pedagógico: lo que fue signo de victoria y de vida se ha convertido pronto en ceniza. Es un ejercicio de humildad que se demuestra muy sano. No en clave de angustia, pero sí de seriedad.


            Además, la ceniza era uno de los primeros ritos de incorporación al Orden de los penitentes para la Penitencia pública y luego, desaparecida la Penitencia pública por la Penitencia privada, el uso de la ceniza se extendió a todos los fieles con significado penitencial:

            “El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual” (Directorio Piedad popular y liturgia, n. 125).


En esperanza

            La imposición de ceniza es signo de conversión y penitencia. Empezamos el camino cuaresmal hacia la Pascua. Venimos del polvo y nuestro cuerpo mortal tornará al polvo. Pero eso no es toda nuestra historia ni todo nuestro destino. Son cenizas de resurrección las de este comienzo de Cuaresma. Cenizas pascuales. Nos recuerdan que la vida es cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos aseguran que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida nueva y Gloriosa del Señor Jesús.

            Pablo VI desgranaba alguno de los valores espirituales más profundos contenidos en la bendición e imposición de la ceniza:

            “No podemos pasar por alto el recuerdo de la ceremonia de hoy, de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas con gesto y palabras que quieren ser muy impresionantes, casi terribles.

            Esta ceremonia parece calificar el aspecto más grave de nuestra religión y tenido por muchos como el verdadero; más aún, como el único: el aspecto penitencial. Que es lo que aleja a tantas almas de la fe y de la iglesia, a los jóvenes en especial, a los hijos de nuestro tiempo que aspiran a la alegría, a la belleza, al gozo de la vida. El cristianismo es la religión de la cruz, la Iglesia es la maestra de la mortificación. Todo esto no va conforme con el espíritu moderno que aspira a la felicidad.
            ...Sabéis que este aspecto penitencial de la vida cristiana es profundamente sabio y, por ello, digno de ser comprendido y aceptado.
            Es, ante todo, francamente realista. Reconoce lo que de trágico y miserable esconde el rostro de nuestra vida. Cuando la Iglesia nos habla de lo precario de nuestra existencia terrena hace suya la experiencia más común y más corriente de nuestra condición presente, y hace propio el duro y crudo, pero irrefutable lenguaje de los filósofos pesimistas, ¿qué es el tiempo, sino una carrera hacia la muerte? Y ¿qué son los bienes de esta tierra “sino vanidad de vanidades”? De esta forma, cuando la Iglesia hace el análisis de nuestro mundo interior  es también sincera, a mucho más que cuantos han explotado el fondo de la conciencia humana y han descubierto en ella multitud de torpes inclinaciones, ridículas veleidades y perversas intenciones. Los estudiosos modernos han superado a los antiguos al describir el cuadro bien triste de los “caracteres” humanos, estudiados en su psicología interna; la explicable y con frecuencia malvada sinceridad de estos bien conocidos estudiosos han hecho escuela en nuestro tiempo; pero la sinceridad del examen que enseña la ascética cristiana y la visión profunda de suyo, habría que decir que irreparable, de las condiciones reales del hombre, herido por el pecado original, que enseña la antropología cristiana, ni han sido igualadas ni rebatidas. La doctrina de la Iglesia no esconde, no atenúa la miseria de la pobre arcilla humana: la conoce, la enseña, la recuerda a nuestra ceguera y a nuestra vanidad: “Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te has de convertir” (Alocución, 12-febrero-1964).

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