La
ceniza se puede convertir en un gesto molesto, desagradable por su significado,
sin embargo, nadie falta a la cita ese Miércoles y las iglesias se llenan
totalmente.
La
ceniza siempre ha sido un gesto penitencial. En la Iglesia los que hacían
penitencia se cubrían toda la cabeza con ceniza para decir que eran pecadores y
que pidiesen por ellos. A principios del s. XI, cambiada la forma de la
penitencia ("penitencia privada") se imponía la ceniza al principio
de la Cuaresma a todos los cristianos. Toda la comunidad se reconocía así
pecadora, y se veía ayudada por este gesto en su actitud de conversión
cuaresmal-pascual.
“El
miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, los fieles cristianos
inician con la imposición de la ceniza el tiempo establecido para la
purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la
tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se
quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su
culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en
que el Señor se muestre compasivo para con él. Con este mismo signo comienza el
camino de su conversión que culminará con la celebración del sacramento de la
Penitencia, en los días que preceden a la Pascua.
La
bendición e imposición de la ceniza se puede hacer o durante la Misa o fuera de
la misma. En este caso se inicia con la liturgia de la Palabra y se concluye en
la oración de los fieles” (Carta sobre la preparación... n. 21).
Así
pedimos al Señor al bendecirlas antes de su imposición:
Oh Dios, que te dejas vencer por el que se
humilla
y encuentras agrado en quien expía sus
pecados;
escucha benignamente nuestras súplicas
y derrama la gracia de tu bendición sobre
estos siervos tuyos
que van a recibir la ceniza,
para que, fieles a las prácticas cuaresmales,
puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de
tu Hijo.
Significado de la ceniza
Se
impone, en la cabeza, abundantemente, con una de las fórmulas:
Conviértete
y cree en el Evangelio / Recuerda
que eres polvo y al polvo volverás.
El
primer sentido que nos debe evocar la ceniza es que somos caducos, que nuestra
vida tiene un fin; al mismo tiempo, nos recuerda de dónde fuimos sacados: del
polvo, de la tierra, modeló Dios a Adán.
La
ceniza nos devuelve el sentido de la humildad y pequeñez ante Dios y ante
nosotros mismos, como Abrahán: "en verdad es
atrevimiento el mío al hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza"
(Gn 18,27).
El
que la ceniza que se nos impone se obtenga al quemar los ramos de olivo usados
en la celebración del Domingo de Ramos anterior -costumbre introducida hacia el
s. XII- quiere ser también un recordatorio pedagógico: lo que fue signo de
victoria y de vida se ha convertido pronto en ceniza. Es un ejercicio de
humildad que se demuestra muy sano. No en clave de angustia, pero sí de
seriedad.
Además,
la ceniza era uno de los primeros ritos de incorporación al Orden de los
penitentes para la Penitencia pública y luego, desaparecida la Penitencia
pública por la Penitencia privada, el uso de la ceniza se extendió a todos los
fieles con significado penitencial:
“El
comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza
por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles
de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos
se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el
sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser
redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior,
la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que
cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar
a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el
significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al
esfuerzo de la renovación pascual” (Directorio Piedad popular y liturgia, n.
125).
En esperanza
La
imposición de ceniza es signo de conversión y penitencia. Empezamos el camino
cuaresmal hacia la Pascua. Venimos del polvo y nuestro cuerpo mortal tornará al
polvo. Pero eso no es toda nuestra historia ni todo nuestro destino. Son
cenizas de resurrección las de este comienzo de Cuaresma. Cenizas pascuales.
Nos recuerdan que la vida es cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos aseguran
que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida nueva y Gloriosa del
Señor Jesús.
Pablo
VI desgranaba alguno de los valores espirituales más profundos contenidos en la
bendición e imposición de la ceniza:
“No
podemos pasar por alto el recuerdo de la ceremonia de hoy, de la imposición de
la ceniza sobre nuestras cabezas con gesto y palabras que quieren ser muy
impresionantes, casi terribles.
Esta
ceremonia parece calificar el aspecto más grave de nuestra religión y tenido
por muchos como el verdadero; más aún, como el único: el aspecto penitencial.
Que es lo que aleja a tantas almas de la fe y de la iglesia, a los jóvenes en
especial, a los hijos de nuestro tiempo que aspiran a la alegría, a la belleza,
al gozo de la vida. El cristianismo es la religión de la cruz, la Iglesia es la
maestra de la mortificación. Todo esto no va conforme con el espíritu moderno
que aspira a la felicidad.
...Sabéis
que este aspecto penitencial de la vida cristiana es profundamente sabio y, por
ello, digno de ser comprendido y aceptado.
Es,
ante todo, francamente realista. Reconoce lo que de trágico y miserable esconde
el rostro de nuestra vida. Cuando la Iglesia nos habla de lo precario de
nuestra existencia terrena hace suya la experiencia más común y más corriente
de nuestra condición presente, y hace propio el duro y crudo, pero irrefutable
lenguaje de los filósofos pesimistas, ¿qué es el tiempo, sino una carrera hacia
la muerte? Y ¿qué son los bienes de esta tierra “sino vanidad de vanidades”? De
esta forma, cuando la Iglesia hace el análisis de nuestro mundo interior es también sincera, a mucho más que cuantos
han explotado el fondo de la conciencia humana y han descubierto en ella
multitud de torpes inclinaciones, ridículas veleidades y perversas intenciones.
Los estudiosos modernos han superado a los antiguos al describir el cuadro bien
triste de los “caracteres” humanos, estudiados en su psicología interna; la
explicable y con frecuencia malvada sinceridad de estos bien conocidos
estudiosos han hecho escuela en nuestro tiempo; pero la sinceridad del examen
que enseña la ascética cristiana y la visión profunda de suyo, habría que decir
que irreparable, de las condiciones reales del hombre, herido por el pecado
original, que enseña la antropología cristiana, ni han sido igualadas ni
rebatidas. La doctrina de la Iglesia no esconde, no atenúa la miseria de la
pobre arcilla humana: la conoce, la enseña, la recuerda a nuestra ceguera y a
nuestra vanidad: “Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te has de
convertir” (Alocución, 12-febrero-1964).
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