2. La sencillez es una virtud cristiana que huye del ídolo de la
vanidad y la ostentación, de querer aparecer como alguien poderoso delante del
mundo. La sencillez cristiana es limpieza y transparencia en todo, sin presumir
ni alardear.
Esta sencillez se manifiesta en el vestir con dignidad, con
pulcritud y limpieza, pero con pudor, modestia, sin llamar la atención, con
decencia. Lo mismo en el vestir que en los adornos, la sencillez también en el
hogar. Hay personas que sólo viven para su casa y la preparan ostentosamente
para presumir de la calidad de los muebles y cortinas; en el fondo es un apego
al dinero y a la vanidad. El hogar debe ser hogar, cómodo pero con sobriedad
que es lo propio de cristianos.
La sencillez también en la comida y bebida,
conformándose con los suficiente y bien preparado, pero evitando vivir para
comer, el lujo en los manjares y el derroche pues eso es hacer un ídolo del
vientre, y de la gula el principal motor de la vida. “¡Válgame, Dios, qué
vanidades son las de este mundo!” (Sta. Teresa de Jesús, Ep. 321,3).
Todo
eso el mundo no lo entiende, pues se dedica a atender y satisfacer lo más
primario, “disfrutar” en el mal sentido, pero los cristianos, viviendo en el
mundo, no somos del mundo. Nuestra vida y nuestro estilo de vida es otro, bien
distinto, a imagen de Jesucristo. Eso no significa que desaparezca la capacidad
de reír, de disfrutar, de gozar de todo lo que es noble, justo y verdadero...
el creyente lo valora todo y se admira de todo, gozando intensamente de lo que
el Padre le vaya proporcionando. Sólo que vive con sencillez y sobriedad.
La exhortación general que todo lo
engloba es de San Pablo: “llevemos ya
desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos, la aparición
gloriosa de nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (Tt 2,12-13).
Esa vida sobria, honrada y
religiosa, es concretada por el mismo San Pablo: “Tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina; que los ancianos sean
sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en
el sufrimiento; que las ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los
santos; no chismosas ni dadas al vino, maestras del bien, para que enseñen a
las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas,
castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no se vea injuriada
la Palabra de
Dios. Exhorta igualmente a los jóvenes para que sean sensatos en todo” (Tt 2,1-6).
A las mujeres les dirige San Pedro
una sana exhortación, defendiendo la belleza y dignidad de la mujer cristiana,
que no estriba en las joyas, en lo vestidos y perfumes, en las modas pasajeras
para llamar la atención: “Que vuestro
adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto
del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es
precioso ante Dios. Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que
esperaban en Dios, siendo sumisas a sus maridos” (1P 3,3-5).
Hay, pues, que abandonar los ídolos
falsos del mundo: el derroche, el aparentar, la comida en exceso, y vivir una
vida nueva y regenerada en Cristo Resucitado: “lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de
Cristo” (Flp 1,27), y advierte que “muchos viven
como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo dios es el
vientre, y su gloria, sus vergüenzas, que no piensan más que en las cosas de la
tierra” (Flp
3,18-19). Nada de eso es propio de cristianos, sino el
vivir en sencillez: “procedamos con
dignidad: nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada
de rivalidades y contiendas. Revestíos más bien del Señor Jesucristo” (Rm 13,13). ¡No
está tan lejos las acusaciones de San Pablo y sus exhortaciones de lo que vemos
y vivimos en esta sociedad paganizada!
También es rica la sabiduría y
enseñanza de los libros sapienciales en el Antiguo Testamento; acudir a ella
irá forjándonos para vivir en esta sencillez.
En referencia a los banquetes, el
libro del Eclesiástico apunta:
“¿En mesa suntuosa te has
sentado?,
no abras hacia ella tus fauces,
no digas: “¡Qué de cosas hay
aquí!”...
Come como hombre bien educado
lo que tienes delante,
no te muestres glotón para no
hacerte odioso” (Eclo 32,1-24).
La sencillez en la vida, la
sobriedad, va muy cercana a la humildad, al mismo estilo de Cristo; sencillez y
discreción como dos notas claras del comportamiento cristiano:
“Haz, hijo, tus obras con
dulzura,
así serás amado por el acepto a
Dios.
Cuanto más grande seas, más
debes humillarte,
y ante el Señor hallarás
gracia” (Eclo 3,17-24).
Ni tampoco hay que presumir por los
bienes que se posean, porque la presunción va muy relacionada con la riqueza, y
uno vivirá ostentosamente, sin dignidad y avasallando a todos con prepotencia:
En tus riquezas no te apoyes
ni digas: "Tengo bastante con ellas".
No te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza
para seguir la pasión de tu corazón.
No digas: "¿Quién me domina a mi?",
porque el Señor cierto que te castigará" (Eclo 5,1-3).
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