En medio del mundo, la Iglesia es signo de la unidad del género humano
(cfr. LG 1).
Como Templo vivo de Dios en medio de esta sociedad, tiene que
reflejar la gloria del Señor. Y tendrá que reflejarla mostrando el poder de
Dios, es decir, su salvación.
La
Iglesia tiene la ineludible misión de proclamar la salvación
a todos los hombres, especialmente a los preferidos de Dios, los que sólo
tienen al Señor; será signo de la gloria del Señor, mostrando el rostro
misericordioso del Padre, acogiendo a los pecadores, no siendo juez, sino
"abogado defensor".
Será reflejo de la gloria de Dios la celebración litúrgica
que, en todo momento, deberá mostrar la santidad de Dios.
Igualmente será
reflejo de su gloria, la misericordia hacia los pecadores, los débiles... así
como por la santidad de sus miembros, por el amor que reine entre los hermanos
en la unidad de un solo Cuerpo que es Cristo.
Un Templo vivo donde reside la gloria de Dios como su morada
porque todo bautizado está lleno del Espíritu Santo de Dios que lo convierte en
piedra viva:
Señor, tú que edificas el
templo de tu gloria con piedras vivas y elegidas, multiplica, en tu Iglesia,
los dones del Espíritu Santo[1].
La Iglesia,
en la medida en que se aleje de la santidad de Dios, de su poder (traducido por
misericordia), de su amor, estará haciendo que la gloria del Señor "salga
de nuevo hacia oriente".
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