El Señor ha manifestado especialmente su poder y su santidad
en Jesucristo, Señor y Salvador; pero encontramos también otras huellas de la
gloria de Dios en la creación, en el hombre y en la misma Iglesia.
En la creación
El mundo ha sido creado por medio de la Palabra, haciendo un mundo
bello, hermoso. Una creación no por necesidad, sino por pura gracia de Dios,
mostrándonos así su gloria, su bondad. Un mundo, a la vez, en el que Dios,
según el relato yahvista de la creación de Gn (2,5ss) se pasea (3,8), disfruta
del jardín. Sólo desfiguró este universo creado el pecado del hombre, pero la
creación en sí salió buena de las manos generosas de Dios.
El Señor se recrea en el mundo, lo bendice y lo llevará a su
culmen en una creación nueva y renovada en Cristo, son los "cielos
nuevos y la tierra nueva" que canta Ap (21,1; cfr. Is 65,17). El mundo
mismo remite a Dios si lo miramos con limpieza de corazón: "lo
invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a
través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,20).
La creación entera, que ahora gime, es un reflejo de la
gloria del Señor, del Dios creador por pura bondad, dejando su huella en el
ordo del universo:
Hiciste todas las cosas para
colmarlas de tus bendiciones y alegrar su multitud con la claridad de tu gloria[1]
El hombre extasiado ante la creación salmodiará: "cuando
contemplo el cielo..." (Sal 8), y, cantará la gloria de Dios en la
creación: "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas tus obras las
has hecho con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas" (Sal
103,24).
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