El
buen olor en la liturgia
Una
primera aproximación puede ser el lugar del elemento olfativo en nuestras
celebraciones. La liturgia da importancia a todos los sentidos, no sólo a la
audición y la vista. El buen olor puede aportar también su simbolismo al
misterio cristiano. El buen olor produce agrado, simboliza "el buen olor
de Cristo", así como el afecto, la fe y la oración que los cristianos
queremos expresar ante Dios. Aquí entra el incienso, con su perfume y su
columna de humo blanco.
“El
rito de incensación expresa reverencia y oración, como se da a entender en el
salmo 140,2 y en el Apocalipsis 8,3. La materia que se coloca en el incensario,
debe ser o sólo y puro incienso de olor agradable, o si se le agrega algo,
procúrese que la cantidad de incienso sea mucho mayor” (Caeremoniale episcoporum,
n. 84-85).
Historia
El
uso del incienso se ha dado en muchísimas religiones; el judaísmo lo aceptó y
ofrecía el incienso a Dios en sus rituales de sacrificios (el altar del
incienso).
Entre
los paganos, el incienso gozaba de gran estima llegado de Oriente.
Especialmente en el culto pagano a los dioses y al emperador se empleaba, y
muchos fueron mártires por no ofrecer incienso. La Iglesia tardó mucho en
asimilarlo, hasta que no desapareció ese culto pagano. La liturgia cristiana no
lo usó hasta el s. IV para evitar que se confundiera su uso con el uso pagano
que quemaba incienso a los ídolos y al emperador. Hacia el 390 tenemos el
testimonio de Egeria, en su diario, de que se quemaba incienso en la liturgia
de Jerusalén, llenado todo el templo de aroma (c. 24,10). Se hace muy usual en
el s. VI. Oriente, así pues, lo aceptó antes que Roma, y el incienso fue más
empleado en la liturgia por la influencia franco-carolingia. Es un gusto por lo
dramático, recargando la liturgia.
El
incienso iba, según el Ordo Romanus I, en la procesión de entrada de la Misa
papal junto con “perfumadores”, incensando el trayecto procesional hasta el
altar. El incienso (y los cirios en la procesión) era una costumbre que
provenía del ceremonial de la corte del emperador. Sólo se usaba después para
la procesión del Evangelio e incensación al Evangeliario. Después, por influjo
carolingio, se añadió la incensación inicial del altar y la incensación a la
oblata y al altar.
Así,
“mientras que en Roma se empleaba el incienso únicamente en la entrada del papa
y la procesión del evangelio, en el imperio franco aparecen ahora varias
incensaciones en la misa solemne. Se inciensa el altar con arreglo a un orden
determinado al principio de la misa sacrifical, y un poco más tarde se
introduce también la incensación al principio de la antemisa. A la lectura del
evangelio no se inciensa sólo el libro, sino también durante algún tiempo a
pueblo entero, para lo cual se necesitaban varios incensarios [para el libro,
para los varones y para las mujeres]. La procesión del evangelio se convierte
en un desfile triunfal de Cristo, a quien se aclama con el Gloria tibi, Domine, desconocido hasta entonces en la misa romana”
(Jungmann, p. 116).
Amalario
lo explica:
“También
se lleva turíbulo, que significa el cuerpo de Cristo, según está escrito en el
mismo Apocalipsis: “Y vino otro ángel y se puso de pie ante el altar con un
incensario de oro”. Así es como se expone. Aparece, pues, ante la Iglesia,
siendo él mismo, turíbulo, del cual Dios acepta su olor agradable; que se hace
(sacrificio) propicio para el mundo” (Breve explicación de la Misa, cod. II,
V).
“Ya
hemos escrito que el turíbulo significa el cuerpo de Cristo. Por eso,
inmediatamente después de los candelabros, algunas veces se lleva uno, algunas
veces dos, y otras veces tres, a fin de que uno sirva para incensar el altar
por las iglesias vecinas colindantes, otro para incensar a los hombres, y el
tercero está destinado a las mujeres. A estos turíbulos no les falta su secreto
misterio: si se lleva uno, [significa el cuerpo de Cristo; si se llevan dos]
esto significa que Cristo vino y padeció por los dos pueblos; si son tres, se
ponen de manifiesto aquellas mismas oraciones que el Señor hizo, antes de su
Pasión, en el monte de los Olivos…” (Breve explicación de la Misa, cod. II,
XII, 1).
“Va
delante el aroma del incienso en el turíbulo, que significa el cuerpo de Cristo
colmado de buen olor. Es necesario, pues, que este cuerpo sea primero predicado
a todas las gentes. Por eso Pablo decía a los toscos corintios: “Nunca entre
vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado””
(LiberOfficialis, c. III, V, 1).
Prosigue
Amalario con su alegorismo explicando el incienso en la procesión del
Evangelio:
“Después,
el obispo pone incienso en el turíbulo, sobre las brasas, para poder obtener un
suave olor. El turíbulo significa el cuerpo de Cristo, en el que hay fuego, es
decir, el Espíritu Santo, y del que proviene el buen olor, que cada uno de los
elegidos atrae hacia sí. Igualmente, el olor manifiesta el buen criterio que
brota de Cristo y que el que quiere vivir guarda en su corazón”
(LiberOfficialis., c. III, XVIII, 8).
“El
turíbulo expresa el valor de las buenas virtudes que proceden de Cristo. El
mismo turíbulo sube al ambón, delante del Evangelio, para desprender desde allí
un suave olor. Las buenas obras de Cristo precedieron la doctrina evangélica,
tal como atestigua Lucas en los hechos de los apóstoles: “Todo lo que Jesús
hizo y enseñó”. Primero hizo y después enseñó” (LiberOfficialis, c. III, XVIII,
12).
Por
último Amalario habla del incienso en el altar (¿tal vez se ponía un pebetero
sobre el mismo altar?):
“El
turíbulo, que se pone sobre el altar después de la oración, pone en evidencia
por medio de quien el Señor puede serle propicio, es decir, por nuestro Señor
Jesucristo, cuyo cuerpo el turíbulo significa. Acerca de esto está escrito en
el Éxodo: “Para ofrecer en el incienso al Señor, no fuera que acaso murieran”.
Por eso Beda recuerda: “Debe temerse la muerte espiritual y eterna, porque
podía suceder que hubiera quien, habiendo sido elegido para el ministerio del
altar, descuidara elevar a Dios el incienso de las oraciones” (LiberOfficialis,
c. III, XIX 26).
Veamos
entonces las tres incensaciones de la Misa y su desarrollo.
La
incensación al inicio de la Misa aparece claramente en el siglo IX, después de
que el celebrante haya saludado a los fieles y rezado el Confiteor, en algunas iglesias se acercaba un clérigo al altar para
ofrecer el incienso. Ya hay oraciones para bendecir el incienso, una de ellas
procede de Oriente, con lo que revela el origen de este rito; ya se hacía en la
liturgia griega de Santiago y un testimonio en el Pseudo-Dionisio (De eccl.
hier., III, 2).
Esta
incensación inicial no cobró gran desarrollo ritual en la Edad Media. Bendice
el incienso, pero no recita nada durante la incensación del altar. En algunos
sitios se hizo durante el canto del Gloria. Es un rito sencillo: incensar el
altar. Con la reforma tridentina se reglamentó definitivamente esta ceremonia:
incensaciones del altar, cruz y reliquias.
Con
este rito se le daba al lugar sagrado el mayor realce envolviendo al altar y al
celebrante una atmósfera sagrada. También pudo imitar la liturgia del AT (Lv
16,12) que prescribía que el sumo sacerdote no podrá empezar el culto sin
incensar; este imitar esas prescripciones era muy del gusto medieval.
La
incensación del Evangelio: al principio el incienso sólo iba en la procesión
del Evangelio. Más tarde, el turiferario subía con el diácono al ambón (como
hemos visto que explicaba Amalario) y a veces incluso se llevaban dos
incensarios (OR II, 8).
Se
apreciaba mucho que el Libro estuviera envuelto en nubes de incienso y todos
querían ser alcanzados y bendecidos por el humo sagrado: por eso se llevaban
después de la lectura del evangelio los incensarios por toda la iglesia (cf.
Jungmann, p. 572); poco tiempo después esto se perdió y sobrevivió sólo la
incensación al sacerdote (Durando en su Pontifical sólo habla de la incensación
al obispo).
Desde
el siglo XI se menciona la incensación al Evangeliario, y, durante algún
tiempo, se incensó también el libro al acabar la lectura: “Aquí late la misma
idea de honrar el libro como representante de aquel cuyas palabras contiene”
(Jungmann, p. 573).
La
incensación en el ofertorio ya se practica en ámbito carolingio en el s. IX,
aunque en Roma entró más tarde, sobre el siglo XI-XII.
La
incensación en el ofertorio se hacía con más solemnidad que las otras. Ya en el
siglo XI se incensaba la oblata, el altar y a los presentes, bendiciendo el
incienso y luego recitando oraciones mientras se inciensa.
Los
primeros golpes de incensario se dirigen a las ofrendas: tres veces en forma de
cruz y tres en círculos que se trazan alrededor de ellas para que queden
envueltas en incienso, como expresión de bendición. Después el altar debe
envolverse en humo y finalmente los fieles: ¡toda una atmósfera de oración
espiritual!
En
este rito habrá pocas variaciones en la historia de la liturgia. Se
reglamentará detalladamente el orden de incensación para autoridades, coro,
fieles, etc.
¿A quién se inciensa?
En
primer lugar y ante todo, el altar, signo de Cristo. Es la veneración ante el
Señor, la piedra angular. Luego las ofrendas eucarísticas y el Evangeliario,
signo de respeto y veneración. También se inciensa al presidente y a la
asamblea, como una sola ofrenda donde cada uno de los que participan se ofrece
a Dios junto con el pan y el vino.
“En la Misa estacional del Obispo se usa el
incienso:
a) durante la procesión de entrada;
b) al comienzo de la Misa, para
incensar el altar;
c) para la procesión y proclamación
del Evangelio;
d) en la preparación de los dones,
para incensar las ofrendas, el altar, la cruz, al Obispo, a los concelebrantes
y al pueblo;
e) en el momento de mostrar la
hostia y el cáliz, después de la consagración” (Caeremonialeepiscoporum, n.
86).
Y
es sugerente entender la forma de incensar, determinada en el rito romano:
“91. Antes y después de
incensar, se hace inclinación profunda a la persona u objeto que se inciensa;
se exceptúan el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa.
92. Con tres movimientos dobles
se inciensa: el Santísimo Sacramento, la reliquia de la Santa Cruz y las
imágenes del Señor expuestas solemnemente, también las ofrendas, la cruz del
altar, el libro de los Evangelios, el cirio pascual, el Obispo o el presbítero
celebrante, la autoridad civil que por oficio está presente en la sagrada
celebración, el coro y el pueblo, el cuerpo del difunto.
Con dos movimientos dobles se
inciensan las reliquias e imágenes de los Santos expuestos para pública
veneración”.
93. El altar se inciensa con
movimientos sencillos de la siguiente manera:
a) Si el altar está separado de la
pared, el Obispo lo inciensa pasando alrededor del mismo.
b) Si el altar está unido a la
pared, el Obispo, mientras va pasando, incienso primero la parte derecha, luego
la parte izquierda del altar.
Si la cruz está sobre el altar o
cerca de él, se inciensa antes que el mismo altar, de no ser así, el Obispo la
inciensa cuando pase ante ella.
Las ofrendas se inciensan antes
de la incensación del altar y de la cruz.
94. El Santísimo Sacramento se
inciensa de rodillas” (Caeremoniale).
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