viernes, 16 de junio de 2023

El incienso (Elementos materiales - V), 1ª parte



            El buen olor en la liturgia

            Una primera aproximación puede ser el lugar del elemento olfativo en nuestras celebraciones. La liturgia da importancia a todos los sentidos, no sólo a la audición y la vista. El buen olor puede aportar también su simbolismo al misterio cristiano. El buen olor produce agrado, simboliza "el buen olor de Cristo", así como el afecto, la fe y la oración que los cristianos queremos expresar ante Dios. Aquí entra el incienso, con su perfume y su columna de humo blanco. 



            “El rito de incensación expresa reverencia y oración, como se da a entender en el salmo 140,2 y en el Apocalipsis 8,3. La materia que se coloca en el incensario, debe ser o sólo y puro incienso de olor agradable, o si se le agrega algo, procúrese que la cantidad de incienso sea mucho mayor” (Caeremoniale episcoporum, n. 84-85).

            Historia

            El uso del incienso se ha dado en muchísimas religiones; el judaísmo lo aceptó y ofrecía el incienso a Dios en sus rituales de sacrificios (el altar del incienso).

            Entre los paganos, el incienso gozaba de gran estima llegado de Oriente. Especialmente en el culto pagano a los dioses y al emperador se empleaba, y muchos fueron mártires por no ofrecer incienso. La Iglesia tardó mucho en asimilarlo, hasta que no desapareció ese culto pagano. La liturgia cristiana no lo usó hasta el s. IV para evitar que se confundiera su uso con el uso pagano que quemaba incienso a los ídolos y al emperador. Hacia el 390 tenemos el testimonio de Egeria, en su diario, de que se quemaba incienso en la liturgia de Jerusalén, llenado todo el templo de aroma (c. 24,10). Se hace muy usual en el s. VI. Oriente, así pues, lo aceptó antes que Roma, y el incienso fue más empleado en la liturgia por la influencia franco-carolingia. Es un gusto por lo dramático, recargando la liturgia.


            El incienso iba, según el Ordo Romanus I, en la procesión de entrada de la Misa papal junto con “perfumadores”, incensando el trayecto procesional hasta el altar. El incienso (y los cirios en la procesión) era una costumbre que provenía del ceremonial de la corte del emperador. Sólo se usaba después para la procesión del Evangelio e incensación al Evangeliario. Después, por influjo carolingio, se añadió la incensación inicial del altar y la incensación a la oblata y al altar.

            Así, “mientras que en Roma se empleaba el incienso únicamente en la entrada del papa y la procesión del evangelio, en el imperio franco aparecen ahora varias incensaciones en la misa solemne. Se inciensa el altar con arreglo a un orden determinado al principio de la misa sacrifical, y un poco más tarde se introduce también la incensación al principio de la antemisa. A la lectura del evangelio no se inciensa sólo el libro, sino también durante algún tiempo a pueblo entero, para lo cual se necesitaban varios incensarios [para el libro, para los varones y para las mujeres]. La procesión del evangelio se convierte en un desfile triunfal de Cristo, a quien se aclama con el Gloria tibi, Domine, desconocido hasta entonces en la misa romana” (Jungmann, p. 116).

            Amalario lo explica:

            “También se lleva turíbulo, que significa el cuerpo de Cristo, según está escrito en el mismo Apocalipsis: “Y vino otro ángel y se puso de pie ante el altar con un incensario de oro”. Así es como se expone. Aparece, pues, ante la Iglesia, siendo él mismo, turíbulo, del cual Dios acepta su olor agradable; que se hace (sacrificio) propicio para el mundo” (Breve explicación de la Misa, cod. II, V).

            “Ya hemos escrito que el turíbulo significa el cuerpo de Cristo. Por eso, inmediatamente después de los candelabros, algunas veces se lleva uno, algunas veces dos, y otras veces tres, a fin de que uno sirva para incensar el altar por las iglesias vecinas colindantes, otro para incensar a los hombres, y el tercero está destinado a las mujeres. A estos turíbulos no les falta su secreto misterio: si se lleva uno, [significa el cuerpo de Cristo; si se llevan dos] esto significa que Cristo vino y padeció por los dos pueblos; si son tres, se ponen de manifiesto aquellas mismas oraciones que el Señor hizo, antes de su Pasión, en el monte de los Olivos…” (Breve explicación de la Misa, cod. II, XII, 1).

            “Va delante el aroma del incienso en el turíbulo, que significa el cuerpo de Cristo colmado de buen olor. Es necesario, pues, que este cuerpo sea primero predicado a todas las gentes. Por eso Pablo decía a los toscos corintios: “Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado”” (LiberOfficialis, c. III, V, 1).

            Prosigue Amalario con su alegorismo explicando el incienso en la procesión del Evangelio:

            “Después, el obispo pone incienso en el turíbulo, sobre las brasas, para poder obtener un suave olor. El turíbulo significa el cuerpo de Cristo, en el que hay fuego, es decir, el Espíritu Santo, y del que proviene el buen olor, que cada uno de los elegidos atrae hacia sí. Igualmente, el olor manifiesta el buen criterio que brota de Cristo y que el que quiere vivir guarda en su corazón” (LiberOfficialis., c. III, XVIII, 8).

            “El turíbulo expresa el valor de las buenas virtudes que proceden de Cristo. El mismo turíbulo sube al ambón, delante del Evangelio, para desprender desde allí un suave olor. Las buenas obras de Cristo precedieron la doctrina evangélica, tal como atestigua Lucas en los hechos de los apóstoles: “Todo lo que Jesús hizo y enseñó”. Primero hizo y después enseñó” (LiberOfficialis, c. III, XVIII, 12).

            Por último Amalario habla del incienso en el altar (¿tal vez se ponía un pebetero sobre el mismo altar?):

            “El turíbulo, que se pone sobre el altar después de la oración, pone en evidencia por medio de quien el Señor puede serle propicio, es decir, por nuestro Señor Jesucristo, cuyo cuerpo el turíbulo significa. Acerca de esto está escrito en el Éxodo: “Para ofrecer en el incienso al Señor, no fuera que acaso murieran”. Por eso Beda recuerda: “Debe temerse la muerte espiritual y eterna, porque podía suceder que hubiera quien, habiendo sido elegido para el ministerio del altar, descuidara elevar a Dios el incienso de las oraciones” (LiberOfficialis, c. III, XIX 26).

            Veamos entonces las tres incensaciones de la Misa y su desarrollo.

            La incensación al inicio de la Misa aparece claramente en el siglo IX, después de que el celebrante haya saludado a los fieles y rezado el Confiteor, en algunas iglesias se acercaba un clérigo al altar para ofrecer el incienso. Ya hay oraciones para bendecir el incienso, una de ellas procede de Oriente, con lo que revela el origen de este rito; ya se hacía en la liturgia griega de Santiago y un testimonio en el Pseudo-Dionisio (De eccl. hier., III, 2).

            Esta incensación inicial no cobró gran desarrollo ritual en la Edad Media. Bendice el incienso, pero no recita nada durante la incensación del altar. En algunos sitios se hizo durante el canto del Gloria. Es un rito sencillo: incensar el altar. Con la reforma tridentina se reglamentó definitivamente esta ceremonia: incensaciones del altar, cruz y reliquias.

            Con este rito se le daba al lugar sagrado el mayor realce envolviendo al altar y al celebrante una atmósfera sagrada. También pudo imitar la liturgia del AT (Lv 16,12) que prescribía que el sumo sacerdote no podrá empezar el culto sin incensar; este imitar esas prescripciones era muy del gusto medieval.

            La incensación del Evangelio: al principio el incienso sólo iba en la procesión del Evangelio. Más tarde, el turiferario subía con el diácono al ambón (como hemos visto que explicaba Amalario) y a veces incluso se llevaban dos incensarios (OR II, 8).

            Se apreciaba mucho que el Libro estuviera envuelto en nubes de incienso y todos querían ser alcanzados y bendecidos por el humo sagrado: por eso se llevaban después de la lectura del evangelio los incensarios por toda la iglesia (cf. Jungmann, p. 572); poco tiempo después esto se perdió y sobrevivió sólo la incensación al sacerdote (Durando en su Pontifical sólo habla de la incensación al obispo).

            Desde el siglo XI se menciona la incensación al Evangeliario, y, durante algún tiempo, se incensó también el libro al acabar la lectura: “Aquí late la misma idea de honrar el libro como representante de aquel cuyas palabras contiene” (Jungmann, p. 573).

            La incensación en el ofertorio ya se practica en ámbito carolingio en el s. IX, aunque en Roma entró más tarde, sobre el siglo XI-XII.

            La incensación en el ofertorio se hacía con más solemnidad que las otras. Ya en el siglo XI se incensaba la oblata, el altar y a los presentes, bendiciendo el incienso y luego recitando oraciones mientras se inciensa.

            Los primeros golpes de incensario se dirigen a las ofrendas: tres veces en forma de cruz y tres en círculos que se trazan alrededor de ellas para que queden envueltas en incienso, como expresión de bendición. Después el altar debe envolverse en humo y finalmente los fieles: ¡toda una atmósfera de oración espiritual!

            En este rito habrá pocas variaciones en la historia de la liturgia. Se reglamentará detalladamente el orden de incensación para autoridades, coro, fieles, etc.


¿A quién se inciensa?

            En primer lugar y ante todo, el altar, signo de Cristo. Es la veneración ante el Señor, la piedra angular. Luego las ofrendas eucarísticas y el Evangeliario, signo de respeto y veneración. También se inciensa al presidente y a la asamblea, como una sola ofrenda donde cada uno de los que participan se ofrece a Dios junto con el pan y el vino.

“En la Misa estacional del Obispo se usa el incienso:

a)      durante la procesión de entrada;
b)      al comienzo de la Misa, para incensar el altar;
c)      para la procesión y proclamación del Evangelio;
d)     en la preparación de los dones, para incensar las ofrendas, el altar, la cruz, al Obispo, a los concelebrantes y al pueblo;
e)      en el momento de mostrar la hostia y el cáliz, después de la consagración” (Caeremonialeepiscoporum, n. 86).


            Y es sugerente entender la forma de incensar, determinada en el rito romano:

“91. Antes y después de incensar, se hace inclinación profunda a la persona u objeto que se inciensa; se exceptúan el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa.

92. Con tres movimientos dobles se inciensa: el Santísimo Sacramento, la reliquia de la Santa Cruz y las imágenes del Señor expuestas solemnemente, también las ofrendas, la cruz del altar, el libro de los Evangelios, el cirio pascual, el Obispo o el presbítero celebrante, la autoridad civil que por oficio está presente en la sagrada celebración, el coro y el pueblo, el cuerpo del difunto.

Con dos movimientos dobles se inciensan las reliquias e imágenes de los Santos expuestos para pública veneración”.

93. El altar se inciensa con movimientos sencillos de la siguiente manera:
a)      Si el altar está separado de la pared, el Obispo lo inciensa pasando alrededor del mismo.
b)      Si el altar está unido a la pared, el Obispo, mientras va pasando, incienso primero la parte derecha, luego la parte izquierda del altar.
Si la cruz está sobre el altar o cerca de él, se inciensa antes que el mismo altar, de no ser así, el Obispo la inciensa cuando pase ante ella.
Las ofrendas se inciensan antes de la incensación del altar y de la cruz.

94. El Santísimo Sacramento se inciensa de rodillas” (Caeremoniale).


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