Este lenguaje de la gloria da lugar a toda una reflexión
teológica del NT sobre la persona de Jesús. Él es la gloria del Padre
encarnada, crucificada y glorificada, mostrándonos definitivamente cómo es el
corazón de Dios; se hace carne para llevarnos al conocimiento pleno de Dios y
otorgarnos el don de la salvación ("Dios quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" 1Tm 2,5).
Ver y conocer a Jesucristo, es ver y conocer a Dios, y no
hay otro camino de acceso a Dios que Cristo Jesús, por encima de cualquier otro
medio[1]. Y es reflejo de Dios
porque comparte el ser de Dios (su gloria[2]) y comparte también
nuestro ser hombre igual a nosotros, excepto en el pecado.
Sólo así puede, una
vez glorificado, ser Mediador, único Sacerdote, ante Dios en favor de sus hermanos:
Oh Dios, que para gloria tuya y
salvación del género humano, constituiste a tu Hijo único Sumo Sacerdote[3]
Ha ascendido hoy ante el asombro de los
ángeles a los más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, como
Juez de vivos y muertos[4].
A la vez, por ser reflejo de la gloria del Padre, hallamos
en su Misterio Pascual la glorificación máxima del Hijo, donde adquiere el
Nombre-sobre-todo-Nombre. El poder salvador de Dios aparece manifiesto en la
cruz gloriosa, donde Cristo nos ha salvado, en la resurrección, donde nos ha
dado la vida, y en Pentecostés, donde nos ha dado su Espíritu y hecho
sacerdotes para nuestro Dios.
La figura del crucificado surge con fuerza para darnos la
enseñanza última y definitiva: llevarnos al conocimiento pleno del amor de
Dios. "Nosotros predicamos a Cristo crucificado".
No se puede
hablar del amor de Dios sin referirnos a la cruz; no se puede hablar de
Jesucristo sin hablar de su cruz gloriosa, porque ahí descubrimos el misterio
del Hijo de Dios, contemplamos la misericordia infinita del Padre: es la máxima
revelación de la gloria.
Esto nos enseña a vivir el Evangelio desde la cruz gloriosa
de Jesús, como camino estrecho para la vida, "la pasión es el camino de la
resurrección"[5] y que
sólo por la cruz se llega a la gloria. Así podemos decir nosotros:
Este árbol es para mí la
salvación eterna; con él me alimento, con él me nutro. Por sus raíces yo me
enraízo, por sus ramas yo me extiendo, con su rocío yo me embriago, de su
espíritu como de un delicioso soplo he sido fecundado. A su sombra he levantado
mi tienda y he encontrado refugio contra el calor estival. Florezco con sus
flores y me deleito hasta la saciedad con sus frutos recogiendo libremente
aquéllos que desde el principio me estaban reservados. Este árbol es alimento
para cuando tengo hambre, fuente para cuando tengo sed, vestido para cuando
estoy desnudo, sus hojas son espíritu de vida, y no hojas de higuera. Este
árbol es mi guardián cuando temo a Dios, apoyo cuando vacilo, premio cuando
combato y trofeo cuando he vencido. Este árbol es para mí el sendero estrecho,
éste el camino angosto[6].
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