* Silencio de adoración:
Adoramos
a Dios en silencio durante la mostración de las especies eucarísticas, tras la
consagración, rindiendo nuestra alma en amor y contemplando al Señor que se nos
muestra. También es silencio de adoración aquel tiempo que se dedica al culto a
la Eucaristía
fuera de la Misa,
en la exposición del Santísimo en la custodia, así como en la visita al
Sagrario.
En
silencio adoramos la Cruz
el Viernes Santo, cuando se realiza la ostensión de la Cruz por tres veces, y tras
el diálogo “Mirad el árbol de la cruz… - Venid a adorarlo”, todos se ponen de
rodillas y adoran en silencio al Señor crucificado.
*
Silencio de acción de gracias:
Muy
especialmente después de la comunión sacramental, el silencio posterior es una
acción de gracias por haber recibido a Cristo mismo en el Sacramento. Allí, en
la intimidad, se le da gracias, se le ruega, se le adora.
*
Silencio de oración personal y súplica:
Muy
especialmente hay que orar, en lo íntimo del alma, cada vez que el sacerdote
pronuncia el “Oremos” y deja tiempo para que cada cual formule su súplica en el
corazón. También con silencio se puede orar a las intenciones de la oración de
los fieles que un diácono o un lector enuncian, así como también en silencio se
puede orar con cada una de las peticiones de Laudes y Vísperas. Y, así, en
silencio, se ora en la gran intercesión del Viernes Santo, cuando el diácono
enuncia cada una de las diez intenciones, deja silencio para orar todos, y cada
petición concluye con una oración del sacerdote.
También
es silencio de oración personal y de súplica, lleno de recogimiento, en los
momentos penitenciales (acto penitencial de la Misa, examen de conciencia en la Penitencia en su forma
B, en el examen de conciencia inicial de Completas, etc).
En
silencio se ora por aquellos que van a ser confirmados, cuando el Obispo invita
a orar antes de imponer las manos (RC 31), o cuando invita a orar por los
nuevos profesos antes de recitar la plegaria de consagración (RPR I, 29), o
antes de recitar la oración con la que bendice e instituye el ministerio de
lector o de acólito…
“Se
produce cuando se invita a toda la asamblea a recogerse para hacerse
conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus
súplicas… Esta “recollectio silentiosa” asume en la liturgia renovada varias
formas, unidas a muchos aspectos de la tradición”[1].
*
Silencio meditativo:
Es
aquel que envuelve toda liturgia de la Palabra, para poder asimilar la Palabra divina con
serenidad y paz de alma. Recordemos cómo la monición del Misal romano en la Vigilia pascual, tras el
lucernario, invita a todos: “Escuchemos en silencio meditativo…” Incluye las
pausas entre lectura y lectura, y sobre todo, el silencio después de la
homilía. También, en el Oficio divino, las pequeñas pausas entre el canto de
cada salmo. Este silencio ayuda a interiorizar, a dejar que la Palabra alcance, por el
Espíritu Santo, una plena resonancia en los corazones. Es meditar “brevemente
sobre lo que escucharon” (IGMR 45).
*
Silencio oferente:
Especialmente
en la Eucaristía,
si el rito del ofertorio se realiza en silencio, sin pronunciar en voz alta las
oraciones “Bendito seas, Señor del universo”, ese silencio no está vacío: es un
silencio oferente. Es el momento de unirse a Cristo en el altar, ofrecerse
poniendo la vida entera en el altar para unirse al Señor. Pensemos que
participar, realmente, es ofrecerse a sí mismo junto con Cristo en la Hostia inmaculada. No hay
que llevar al altar ofrendas superfluas, sino recapacitar y recapitular la
propia vida, ofreciéndonos y entregando nuestros trabajos, alegrías,
dificultades, apostolados, etc.
*
“Silencio de apropiación”[2]:
Podríamos
denominar así al silencio con el que se escuchan todas las oraciones que el
sacerdote pronuncia en nombre de todos, tanto las oraciones menores (colecta,
ofrenda, postcomunión, etc.) como las oraciones mayores (plegaria eucarística,
bendición del agua bautismal, etc.). Ese silencio no es pasivo, al contrario,
es sumamente activo, porque es el modo de unirse a las plegarias litúrgicas,
asimilándolas, para responder conscientemente “Amén”. Así, con el silencio, se
oyen y se apropian, “en unión espiritual con el celebrante en las partes que
dice él mismo” (Inst. Musicam sacram, 17).
Todas
las oraciones que recita el obispo o el sacerdote en voz alta lo hace “in
nomine Ecclesiae”, por lo que a todos pertenecen aunque las recite sólo el
ministro ordenado. Al pertenecer a todos, todos deben oírlas en silencio
religioso, sin pensar que son formularios ajenos y extraños a ellos.
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