jueves, 8 de junio de 2023

Contenido espiritual del silencio - II (Silencio - XXII)



* Silencio de adoración:

            Adoramos a Dios en silencio durante la mostración de las especies eucarísticas, tras la consagración, rindiendo nuestra alma en amor y contemplando al Señor que se nos muestra. También es silencio de adoración aquel tiempo que se dedica al culto a la Eucaristía fuera de la Misa, en la exposición del Santísimo en la custodia, así como en la visita al Sagrario.



            En silencio adoramos la Cruz el Viernes Santo, cuando se realiza la ostensión de la Cruz por tres veces, y tras el diálogo “Mirad el árbol de la cruz… - Venid a adorarlo”, todos se ponen de rodillas y adoran en silencio al Señor crucificado.


            * Silencio de acción de gracias:

            Muy especialmente después de la comunión sacramental, el silencio posterior es una acción de gracias por haber recibido a Cristo mismo en el Sacramento. Allí, en la intimidad, se le da gracias, se le ruega, se le adora.


            * Silencio de oración personal y súplica:

            Muy especialmente hay que orar, en lo íntimo del alma, cada vez que el sacerdote pronuncia el “Oremos” y deja tiempo para que cada cual formule su súplica en el corazón. También con silencio se puede orar a las intenciones de la oración de los fieles que un diácono o un lector enuncian, así como también en silencio se puede orar con cada una de las peticiones de Laudes y Vísperas. Y, así, en silencio, se ora en la gran intercesión del Viernes Santo, cuando el diácono enuncia cada una de las diez intenciones, deja silencio para orar todos, y cada petición concluye con una oración del sacerdote.

            También es silencio de oración personal y de súplica, lleno de recogimiento, en los momentos penitenciales (acto penitencial de la Misa, examen de conciencia en la Penitencia en su forma B, en el examen de conciencia inicial de Completas, etc).

            En silencio se ora por aquellos que van a ser confirmados, cuando el Obispo invita a orar antes de imponer las manos (RC 31), o cuando invita a orar por los nuevos profesos antes de recitar la plegaria de consagración (RPR I, 29), o antes de recitar la oración con la que bendice e instituye el ministerio de lector o de acólito…

            “Se produce cuando se invita a toda la asamblea a recogerse para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas… Esta “recollectio silentiosa” asume en la liturgia renovada varias formas, unidas a muchos aspectos de la tradición”[1].


            * Silencio meditativo:

            Es aquel que envuelve toda liturgia de la Palabra, para poder asimilar la Palabra divina con serenidad y paz de alma. Recordemos cómo la monición del Misal romano en la Vigilia pascual, tras el lucernario, invita a todos: “Escuchemos en silencio meditativo…” Incluye las pausas entre lectura y lectura, y sobre todo, el silencio después de la homilía. También, en el Oficio divino, las pequeñas pausas entre el canto de cada salmo. Este silencio ayuda a interiorizar, a dejar que la Palabra alcance, por el Espíritu Santo, una plena resonancia en los corazones. Es meditar “brevemente sobre lo que escucharon” (IGMR 45).


            * Silencio oferente:

            Especialmente en la Eucaristía, si el rito del ofertorio se realiza en silencio, sin pronunciar en voz alta las oraciones “Bendito seas, Señor del universo”, ese silencio no está vacío: es un silencio oferente. Es el momento de unirse a Cristo en el altar, ofrecerse poniendo la vida entera en el altar para unirse al Señor. Pensemos que participar, realmente, es ofrecerse a sí mismo junto con Cristo en la Hostia inmaculada. No hay que llevar al altar ofrendas superfluas, sino recapacitar y recapitular la propia vida, ofreciéndonos y entregando nuestros trabajos, alegrías, dificultades, apostolados, etc.


            * “Silencio de apropiación”[2]:

            Podríamos denominar así al silencio con el que se escuchan todas las oraciones que el sacerdote pronuncia en nombre de todos, tanto las oraciones menores (colecta, ofrenda, postcomunión, etc.) como las oraciones mayores (plegaria eucarística, bendición del agua bautismal, etc.). Ese silencio no es pasivo, al contrario, es sumamente activo, porque es el modo de unirse a las plegarias litúrgicas, asimilándolas, para responder conscientemente “Amén”. Así, con el silencio, se oyen y se apropian, “en unión espiritual con el celebrante en las partes que dice él mismo” (Inst. Musicam sacram, 17).

            Todas las oraciones que recita el obispo o el sacerdote en voz alta lo hace “in nomine Ecclesiae”, por lo que a todos pertenecen aunque las recite sólo el ministro ordenado. Al pertenecer a todos, todos deben oírlas en silencio religioso, sin pensar que son formularios ajenos y extraños a ellos.




[1] D. Sartore, “Silencio”, en AA.VV., Nuevo Diccionario de liturgia, Madrid 1989 (2ª), 1927.
[2] Adoptamos el mismo término de Sartore, en “Silencio”, 1927.

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