La enfermedad, para vivirla humanísimamente, y que no sea una fuente de conflictos interiores, debe ser vivida con una mirada sobrenatural, con perspectiva de fe. A ello debe conducirnos una existencia que cada día es profundamente creyente, y donde la fe va evangelizando, cristificando, todas las fibras de nuesta alma, y se manifestará con una continuidad natural en el momento de la enfermedad y del sufrimiento.
Esta mirada sobrenatural ve la enfermedad y descubre en ella un matiz nuevo, sacando bienes de un mal objetivo (la falta de salud, el dolor).
"Cuando en esta vida sufrimos los males que no queremos, debemos dirigir los esfuerzos de nuestra voluntad a Aquel que nada injusto puede querer. Es de gran consuelo saber que las cosas desagradables que nos ocurren, suceden por orden de Aquel a quien sólo agrada lo justo. Si sabemos que lo justo agrada al Señor y que no podemos sufrir nada sin su beneplácito, consideraremos justos nuestros sufrimientos y de gran injusticia murmurar de lo que justamente padecemos" (S. Gregorio Magno, Moralia in Iob, II, 19,31).
"Adviértase, además, que nuestro enemigo nos hiere con tantas flechas como tentaciones emplea para nuestra aflicción. A diario estamos en combate y a diario recibimos los dardos de sus tentaciones. Pero nosotros también lanzamos flechas contra él si, traspasados por las tribulaciones, respondemos con la humildad" (Id., II, 19, 32).
Estas tentaciones afectan a la vida teologal, a la fe, a la esperanza y a la caridad y por tanto, en la enfermedad, hay que robustecer esta vida teologal en nosotros con una renovada comunión con Cristo en sus misterios.
"A veces, los azotes perturban la caridad, el miedo golpea la esperanza y las dudas sacuden la fe. Cuando vemos que la prueba nos aflige más de lo que considerábamos proporcionado, nos hacemos como insensibles al amo del Creador. Cuando la mente teme más de lo necesario, debilita en sí la confianza que viene de la esperanza. Cuando el ánimo se ve envuelto en dudas terribles, la fe, turbada, casi desfallece" (Id., II, 49, 79).
Se necesita vigilar los movimientos del corazón para que no ceda ante las tentaciones y una custodia vigilante para rechazar cualquier ataque y permanecer firme en la fe.
"El ánimo doliente debe custodiar con solícito cuidado para que al insinuarse interiormente la tentación no explote interiormente pronunciando palabras ilícitas, ni se deje llevar de la murmuración a causa de las pruebas" (Id., II, 56, 88).
Aprendamos estas lecciones para ponerlas en práctica cuando nos llegue el momento, pero aprendámoslas también cuando hayamos de enseñarlas a quien sufre. La visita a los enfermos también es un servicio de evangelización, ayudándoles a vivir espiritualmente la enfermedad, y compartiendo la intimidad de sus luchas y tentaciones.
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