Como ocurre en otros temas, la Traditio mantiene un
puesto importante en la historia de la liturgia, ya que nos presenta el primer
ritual prácticamente completo de la iniciación cristiana[1], al
igual que nos presentará la primera anáfora, lucernarios y plegarias de
ordenación.
El
catecumenado era un camino exigente, con una duración aproximada de tres años[2],
puesto que la Iglesia,
como Madre, educaba seriamente a sus futuros hijos, presentándoles, con toda su
crudeza y radicalidad el Evangelio de Jesucristo.
Hipólito
presenta las exigencias de la
Iglesia para sus catecúmenos[3];
exigencias difíciles que todos habían de cumplir antes de acceder a los sacramentos.
Estas exigencias se referían a la vida social de cada uno o a su vida íntima;
en algunos casos los diversos tipos de profesiones, en otros, su vida
personal-matrimonial.
El
primero de ellos era dejar de regentar casas de prostitución. Todos aquellos
que dirigiesen los lupanares y estuviesen en el catecumenado deberían abandonar
este "negocio". También deberían abandonar su oficio las prostitutas,
los homosexuales o los hombres obsesos por el sexo (meretrix vel homo luxuriosus vel
qui se abscidit). Siguiendo esta misma línea en moral sexual, se
prohibe el tener varias mujeres (despidiendo a aquella que no sea la esposa
oficial) o el vivir en estado de concubinato.
En
cuanto a oficios, deberían abandonar sus profesiones todos aquellos que se relacionasen
con los cultos paganos, rindiesen o no culto a los ídolos. Los escultores de
ídolos, los fabricantes de amuletos o los guardianes de templos paganos, debían
dejar tales menesteres. Igualmente debe abandonar el escultor de ídolos (y
amuletos).
Los
charlatanes, adivinos, magos, nigromantes, deben abandonar su oficio.
Otra situación que el catecumenado exigía
abandonar es la de ser maestro. La enseñanza de aquel tiempo, que llevaban los
pedagogos (maestros) a los niños de los nobles, se basaba, en gran parte, en
las historias míticas y fábulas romanas, hablando de dioses y de peleas entre
ellos, partiendo de los autores paganos...
La vida es del Señor y no se puede arriesgar
por cualquier cosa, y, menos aún, se debe matar a otros: gladiadores, aurigas,
etc...
Finalmente, otra profesión, nada deseable
para un catecúmeno, era la de ser soldado o magistrado. El soldado tenía que
hacer dos cosas radicalmente prohibidas para el cristiano, a saber, tener que
llegar a derramar sangre y, por otra, prestar juramento. Podía seguir siendo
soldado a costa de desobedecer la orden de matar, si llegase el caso: "El
soldado subalterno a nadie matará, y, en caso de recibir la orden, no la
ejecutará ni prestará juramento".
Aceptado
el candidato como catecúmeno tras este primer escrutinio, comienza el
catecumenado. Los exorcismos ayudarán, junto con las unciones con el óleo de
los catecúmenos, a que el catecúmeno vaya liberándose del pecado.
De
gran importancia es la figura del obispo para la Traditio. Interviene
en el catecumenado el Sábado santo, para un último exorcismo y oración sobre
los catecúmenos[4] y para bautizarlos en la
noche santa[5]. El obispo es el
responsable de la Iglesia
local, y, como padre y pastor, el encargado, en último término, del catecumenado[6]. Él
tiene que vigilar la preparación de los catecúmenos por medio de los doctores y
presbíteros, debiendo estar informado de todo. El obispo acogerá en la vigilia
pascual a los catecúmenos, los bautizará, introduciéndolos en el seno de la Iglesia.
Con
la presencia del obispo en el catecumenado, se pone de manifiesto, de esta
manera, cómo es toda la
Iglesia local la que acoge a estos nuevos hijos, y cómo el
obispo es el responsable de la fe de los neófitos, a los que deberá alimentar e
introducir a los misterios santos durante la cincuentena pascual, por medio de
las catequesis mistagógicas, sin olvidar la disciplina del arcano[7], de
tanta importancia para la
Iglesia primitiva. Asociados al obispo, los presbíteros y
diáconos. Éstos instruyen, pero, sobre todo, ungen con el óleo de los
catecúmenos, y, por delegación del obispo, presiden los ritos del exorcismo y
los escrutinios ante toda la asamblea, como colaboradores del obispo.
Un
último ministerio, no menos importante, es el de los doctores. Son catequistas
que poco a poco van introduciendo al catecúmeno, por medio de la catequesis, en
el misterio de la salvación. Ellos son edificadores de la Iglesia, al poner los
cimientos sólidos de la fe en los catecúmenos mediante las diversas
instrucciones[8]. Los catequistas pueden
ser clérigos o laicos[9].
Tras
el catecumenado, en las últimas semanas, que coinciden con la Cuaresma, los ritos
litúrgicos se suceden unos a otros como preparación inmediata de los electi. El
primer rito es un examen (llamémoslo escrutinio) en el que se mira el
comportamiento evangélico de los electi[10]. Es
un examen público, en el que todos deben testificar. Este escrutinio es de
capital importancia: según sus resultados será o no admitido al bautismo.
Una
vez admitido, los ritos litúrgicos toman un ritmo muy rápido. Los exorcismos
son diarios, para prepararlos con intensidad al don del Espíritu, rechazando
todo espíritu maligno, renunciando a Satanás, y pidiendo para ellos la
liberación del pecado. Al aproximarse la Pascua, el obispo será el que presida uno de
estos exorcismos para saber si son puros y dignos del Bautismo.
El
viernes antes de la Pascua,
ayunarán los catecúmenos, no tanto como práctica penitencial sino más bien como
preparación y purificación espiritual para el bautismo[11],
aprendiendo a renunciar a las cosas materiales en favor del Espíritu.
Tras este
ayuno, de corte ritual, la mañana del sábado tendrán un nuevo exorcismo,
estando de rodillas y en oración. Tras este exorcismo, el rito de la
insuflación: el hálito de vida que es el Espíritu, es significado por el soplo
del obispo sobre los rostros de los catecúmenos, pidiendo para ellos la venida
del Espíritu como viento y fuerza purificadora. Un nuevo rito en la mañana del
sábado consiste en el efetá: el obispo toca en la frente, orejas y nariz a los
catecúmenos haciendo la señal de la cruz[12]. Los
catecúmenos, finalmente, permanecerán en vigilia hasta el momento del bautismo,
en la noche santa.
[2]
Cfr. C. 17.
[6] Es muy iluminador
lo que afirma RICA 44: "Es propio del obispo, por sí, o por su delegado
organizar, orientar y fomentar la educación pastoral de los catecúmenos y
admitir a los candidatos a la elección y a los sacramentos. Es de desear que...
en la Vigilia pascual confiera los sacramentos de la iniciación".
[8] Cfr. S. CIRILO
DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre el profeta Ageo, 14: "podemos decir que se
promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya
que su trabajo consiste en edificar la Iglesia, en el oficio de catequistas de
los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como
mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias
almas..."
[10]
C. 20: "¿Honraron a las viudas? ¿Visitaron a los enfermos? ¿Hicieron todo
tipo de obras buenas?" Examen inspirado en la parábola de Mt 25, sobre el
juicio final. No es Hipólito el único en atestiguar esta práctica, también
Orígenes nos hace mención de ella: "a aquellos que... demuestran haber
sido purificados por el Logos y vivir, según sus fuerzas, mejor que antes, los
llamamos en ese momento a nuestros misterios" (ORÍGENES, Contra Celso,
3,59).
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