Aleluya es el cántico nuevo del
hombre nuevo, del hombre redimido:
“Es conveniente que tributemos a
nuestro creador cuantas alabanzas podamos. Cuando alabamos al Señor,
queridísimos hermanos, algún beneficio obtenemos mientras estamos en tensión
hacia su amor. Hemos cantado el Aleluya. Aleluya es el cántico nuevo. Lo he
cantado yo; lo habéis cantado también vosotros, los recién bautizados, los que
acabáis de ser renovados por él” (S. Agustín, Serm. 255 A).
Se
canta, según la tradición, en Pascua, como atestigua san Agustín:
“…El tiempo de aquel gozo que nadie
nos arrebatará; su realidad aún no la poseemos en esta vida; pero, no obstante,
una vez pasada la solemnidad de la pasión del Señor, la celebramos a partir del
día de su resurrección durante otros cincuenta, en los que interrumpimos el
ayuno y hace acto de presencia el Aleluya en las alabanzas al Señor” (Serm.
210,8).
“Estos días que siguen a la pasión
de nuestro Señor, y en los que cantamos el Aleluya a Dios, son para nosotros
días de fiesta y alegría, y se prolongan hasta Pentecostés” (Serm. 228,1).
Se
canta en Pascua, y se hace con gran alegría después de haber estado mudo tanto
tiempo. El Aleluya es el gozo de la
Pascua y el deleite del alma. Con genial estilo, con recursos
oratorios, exclama san Agustín:
“Ved qué alegría, hermanos míos; alegría
por vuestra asistencia, alegría de cantar salmos e himnos, alegría de recordar
la pasión y resurrección de Cristo, alegría de esperar la vida futura. Si el
simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿qué será el poseerla? Cuando estos
días escuchamos el Aleluya, ¡cómo se transforma el espíritu! ¿No es como si
gustáramos un algo de aquella ciudad celestial?” (Serm. 229B,2).
El
Aleluya, para la Iglesia
de san Agustín, está vinculado a la
Pascua y sólo a la
Pascua, no al resto del año litúrgico. Se canta con más gozo
aún, si cabe y se anticipa el Aleluya eterno del cielo, del feliz descanso:
“Cuando estos días escuchamos el
Aleluya, ¡cómo se transforma el espíritu!... Henos, pues, proclamando el
Aleluya; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y de suavidad. Con
todo, si estuviéramos diciéndolo siempre, nos cansaríamos; pero como va
asociado a cierta época del año, ¡con qué placer llega, con qué ansia de que
vuelva se va!” (Serm. 229B,2).
“No sin motivo, hermanos míos,
conserva la Iglesia
la tradición antigua de cantar el Aleluya durante estos cincuenta días” (Serm.
252,9).
“El tiempo de tristeza –no otra cosa
significan los días de cuaresma- es un símbolo y una realidad; en cambio, el
tiempo del gozo, del descanso y del reino, del que son expresión estos días, lo
hallamos simbolizado en el Aleluya, pero aún no poseemos esas alabanzas, aunque
suspires ahora por el Aleluya. ¿Qué significa el Aleluya? Alabad al Señor. Por
eso en estos días posteriores a la resurrección se repiten en la Iglesia las alabanzas de
Dios: porque después de nuestra resurrección también será perpetua nuestra
alabanza” (Serm. 254,5).
¡Digamos
el Aleluya! Alabemos a Dios con el Aleluya, cantémoslo con afecto,
acompañándolo con la santidad de vida y obras buenas:
“Alabemos, pues, amadísimos, al
Señor que está en los cielos. Alabemos a Dios. Digamos el Aleluya. Hagamos de
estos días un símbolo del día sin fin. Hagamos del lugar de lo mortal un
símbolo del tiempo de la inmortalidad… Alabémoslo, alabémoslo; pero no sólo con
la voz; alabémoslo también con las costumbres. Alábelo la lengua, alábelo la
vida; no vaya en desacuerdo la lengua con la vida, antes bien tengan un amor infinito”
(Serm. 254,8).
“Aferrados a esto, apoyados,
fortalecidos y clavados en esta fe mediante un amor inquebrantable, alabemos
como niños al Señor y cantemos el Aleluya. Pero ¿en una sola parte? ¿Desde
dónde? ¿Hasta dónde? Desde la salida del sol hasta el ocaso, alabad el nombre
del Señor” (Serm. 265,12).
“Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta
alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. “Alabad
al Señor”, nos decimos unos a otros; y así, todos hacen aquello a lo que se
exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es,
no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro
interior, vuestra vida, vuestras acciones.
En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos” (En. in Ps. 148,2).
El
Aleluya es, hoy, para nosotros, un cántico de peregrinos, que saben que en esta
vida van de paso hacia la patria verdadera y sueñan con la Ciudad de Dios cantando ya
aquí el Aleluya que allí nunca enmudece:
“También en este tiempo de nuestra
peregrinación cantamos el Aleluya como viático para nuestro solaz; el Aleluya
es ahora para nosotros cántico de viajeros. Nos dirigimos por un camino
fatigoso a la patria tranquila, donde, depuestas todas nuestras ocupaciones, no
nos quedará más que el Aleluya” (Serm. 255,1).
La
llegada del Aleluya en pascua es esperada, y mucho, por todo el pueblo
cristiano. Se notaba su ausencia, se anhela poder entonarlo:
“Cuando estos días escuchamos el
Aleluya, ¡cómo se transforma el espíritu!... ¡Con qué placer llega, con qué
ansia de que vuelva se va!” (Serm. 229B, 2).
“¡Cómo hemos deseado estos días, que
han de volver dentro del año, cuando acaban de irse! ¡Con cuánta aridez
volvemos a ellos pasado el espacio de tiempo establecido!” (Serm. 243,8).
El
Aleluya en los 50 días de Pascua simboliza el gozo, descanso y felicidad de la
vida bienaventurada; la cuaresma es el símbolo de la vida terrena, llena de
privaciones, dolores, ayunos:
“Los cuarenta días anteriores a la Pascua simbolizan este
tiempo de nuestra miseria y nuestros gemidos, si hay quien ponga tal esperanza
en sus gemidos; el tiempo, en cambio, de la alegría que tendrá lugar después,
del descanso, de la felicidad, de la vida eterna y del reino sin fin que aún no
ha legado, está simbolizado en estos cincuenta días en que cantamos las
alabanzas de Dios. Dos tiempos tenemos con valor simbólico: uno anterior a la
resurrección del Señor y otro posterior; uno en el que nos hallamos y otro en
el que esperamos estar en el futuro. El tiempo de tristeza –no otra cosa
significan los días de cuaresma- es un símbolo y una realidad; en cambio, el
tiempo del gozo, del descanso y del reino, del que son expresión estos días, lo
hallamos simbolizado en el Aleluya, pero aún no poseemos esas alabanzas, aunque
suspires ahora por el Aleluya” (Serm. 254,5).
“Por razón de estos dos tiempos –uno, el presente, que se desarrolla en
medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el
que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas-, se ha instituido la
celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que
precede a la Pascua
significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora,
después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto,
antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua
celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer
tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora
celebramos, descansamos de los ayunos y los empleamos todo en la alabanza. Esto
significa el Aleluya que cantamos.
En aquel que es nuestra cabeza, hallamos figurado y demostrado este
doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente,
en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la
muerte; en cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de
la vida que se nos dará” (En. in Ps. 148,1-2).
Como
buen predicador y catequista, como excelente mistagogo, san Agustín explicará
en incontables ocasiones qué significa la palabra “Aleluya” para luego elevarse
a su consideración y contenido espiritual. ¿Qué es “Aleluya”?
“Toda nuestra ocupación entonces no
será sino alabar a Dios, como lo significa el Aleluya que cantamos estos
cincuenta días. Aleluya es alabanza de Dios” (Serm. 125,9).
“La alabanza no es otra cosa que el
Aleluya. ¿Qué significa el Aleluya? Aleluya es una palabra hebrea que significa
“Alabad a Dios”. “Alelu”: alabad; “Ya”: a Dios. Con el Aleluya, pues, entonamos
una alabanza a Dios y mutuamente nos incitamos a alabarlo. Proclamamos las
alabanzas a Dios, cantamos el Aleluya con los corazones concordes mejor que con
las cuerdas de la cítara” (Serm. 243,8).
“¿Qué significa el Aleluya? Alabad
al Señor” (Serm. 254,5).
“Sabéis que Aleluya se traduce en
latín por “Alabad a Dios”. De esta forma, cantando lo mismo y con idénticos
sentimientos, nos animamos recíprocamente a alabar al Señor” (Serm. 255,1).
“¿Qué es entonces el Aleluya,
hermanos míos? Ya os lo he dicho: es la alabanza de Dios. Ahora escucháis una
palabra, y el escucharla os deleita, y, envueltos en el deleite, alabáis”
(Serm. 255,5).
“…el Aleluya, que traducido a
nuestra lengua, significa “Alabad al Señor”. Alabemos al Señor, hermanos, con
la vida y con la lengua, de corazón y de boca, con la voz y con las costumbres”
(Serm. 256,1).
“Lo que en hebreo suena “Aleluya”,
significa, en nuestra lengua, “Alabad a Dios”. Alabemos, pues, al Señor nuestro
Dios no sólo con la voz, sino también de corazón, porque quien lo alaba de
corazón, lo alaba con la voz del hombre interior. La voz que dirigimos a los
hombres es un sonido; la que dirigimos a Dios es el afecto” (Serm. 257,1).
“¿Qué significa Aleluya?...
“Aleluya” [equivale] a “Alabad a Dios”… Como veremos la verdad sin cansancio
alguno y con deleite perpetuo, y contemplaremos igualmente la más cierta
evidencia, encendidos por el amor a la verdad y uniéndonos a ella mediante un
dulce, casto y al mismo tiempo incorpóreo abrazo, con tal voz le alabaremos y le
diremos también Aleluya. Abrasados en amor mutuo hacia Dios y exhortándose
recíprocamente a tal alabanza, todos los ciudadanos de aquella ciudad dirán
“Aleluya”, porque dirán “Amén”” (Serm. 362,29).
En
el cielo, el Aleluya será nuestro todo; aquí, nuestro deleite, consuelo y
esperanza:
“Nuestro alimento, nuestra bebida,
nuestro descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, la
alabanza de Dios” (Serm. 252,9).
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