miércoles, 28 de octubre de 2020

El bautismo en la Traditio Apostolica de Hipolito



Comienza la celebración del bautismo cuando el gallo cante, i.e., bien entrada la noche santa, bendiciendo el agua bautismal. Esta plegaria, desgraciadamente, no la recoge la Traditio. Con la oración sobre el agua, ésta adquiere fuerza de santidad[1], para que, al ser sumergido en ella, quede puro y limpio el neófito, y sea llenado de la gracia del Espíritu.



Del agua se afirma que ha de ser la que corre de la fuente o la que baja de lo alto, o, en caso de necesidad, aquella que se encuentre. No significa que se bautice en un río o similar, sino que el agua de la fuente bien puede referirse al baptisterio como fuente de agua corriente. Más propio sería denominarla como piscina, apta y suficiente en tamaño para un bautismo por inmersión.

Se prepara el aceite, a continuación, para dos unciones rituales. Estos dos aceites son puestos en sendos vasos. 

El primer aceite (de acción de gracias) es bendecido por el obispo con una plegaria, y se destinará a la primera unción post-bautismal. 

El segundo aceite será exorcizado por el obispo, siendo el aceite, denominado por la Traditio, del exorcismo. 

Una vez bendecidos los óleos santos, serán sostenidos por dos diáconos a derecha e izquierda del sacerdote. Éste, estando ya desnudos los neófitos, será testigo de la renuncia al mal hecha, individualmente por cada neófito, con la fórmula clásica: "yo renuncio a ti, Satán, y a toda tu pompa y a todas tus obras". Es de destacar en esta fórmula que está dirigida directamente a Satanás, sin usar el estilo indirecto que normalmente usa la liturgia en sus renuncias al Maligno. Realizada la renuncia, será ungido por el sacerdote con el óleo del exorcismo y, acompañado por un diácono, será bautizado.


El orden del bautismo viene determinado ya por Hipólito: primero los niños, luego los hombres y, finalmente, las mujeres. El rito bautismal, siguiendo la tradición de la Iglesia, es por inmersión. El obispo le pregunta al neófito el Símbolo, imponiéndole la mano sobre la cabeza: "¿Crees tú en Dios Padre Todopoderoso? Yo creo." Se realiza entonces la primera inmersión. La segunda pregunta se refiere al Hijo y su actuación redentora, siguiendo el esquema del Símbolo de los Apóstoles[2]. Con la respuesta del neófito, se realiza la segunda inmersión. Igualmente la tercera pregunta ("¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia?"), y la respuesta pertinente, con la tercera inmersión. 

Concluida la inmersión en el agua bautismal, el sacerdote lo unge con el aceite de acción de gracias, para, posteriormente, secarse, vestirse y volver a la iglesia. El obispo acoge al bautizando y lo unge con el mismo aceite de acción de gracias, imponiendo la mano sobre los bautizandos y recitando una plegaria. En ella se pide, explícitamente, el don del Espíritu Santo para el bautizando, confiriendo así la Confirmación tras el Bautismo.
 

Dos ritos complementarios hacen visible la introducción plena del neófito en la comunidad eclesial. Si como veíamos antes, en el catecumenado no se podía dar el beso de la paz porque este beso no era todavía santo, se significa el cambio radical operado en el cristiano, mediante el osculum pacis que da el obispo a cada bautizando. Su beso ya es santo. Este saludo de paz siempre se da tras la celebración de un sacramento, como vemos reflejado en la Traditio tras la ordenación episcopal (C. 4) y la ordenación sacerdotal (C. 8) (que sigue el mismo uso litúrgico de la ordenación de obispos). 

El segundo rito complementario es que, por primera vez, los neófitos participan ya de la oración de los fieles. Si hasta ahora eran despedidos en este momento de las celebraciones eucarísticas, en esta ocasión pueden participar ya, como pueblo sacerdotal, de la oración de la Iglesia, ofreciendo sus plegarias al Padre.

 
 La liturgia de la iniciación continúa con el beso de paz, la presentación de ofrendas, la anáfora (que Hipólito omite aquí puesto que ya la presentó en C. 4). La participación plena en la Eucaristía consiste en la recepción del Cuerpo y Sangre del Señor, y, por primera vez, los neófitos acceden a la Mesa del Señor. Para expresar el cambio operado en ellos, y las nuevas realidades en las que han sido insertos, participan de tres cálices distintos. El primer cáliz está repleto de agua  (que simboliza, para la liturgia de Hipólito, la purificación interior: "a fin de que el alma del hombre obtenga los mismos efectos que el cuerpo"); el segundo cáliz contiene una mixtión de leche y miel  (que eran los signos que el Señor daba de la tierra prometida, ya que los neófitos han entrado ya en la tierra prometida: la Iglesia); finalmente, el alimento de la vida en Cristo: su Sangre derramada por nosotros que es bebida que nos fortalece.

Durante la cincuentena pascual los neófitos son introducidos con plenitud en los misterios, revelando los significados de cada gesto y acción en la liturgia, especialmente el don de la Eucaristía. Hipólito conoce esta disciplina, aunque no la denomine con este nombre, puesto que indica que: "todas estas cosas el obispo las explicará a los que reciben la comunión". No parece hacer referencia al momento mismo de la Eucaristía, sino en otra ocasión, más oportuna: a la luz de la Pascua y del Espíritu se desvelaban todos los misterios de la fe.


    [1] Cfr. S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis, III, nº 3.
    [2] "¿Crees tú en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María, que fue crucificado bajo Poncio Pilatos, que murió y al tercer día resucitó de entre los muertos; que subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre; que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?" C. 21.



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