Comienza
la celebración del bautismo cuando el gallo cante, i.e., bien entrada la noche
santa, bendiciendo el agua bautismal. Esta plegaria, desgraciadamente, no la
recoge la Traditio. Con
la oración sobre el agua, ésta adquiere fuerza de santidad[1], para
que, al ser sumergido en ella, quede puro y limpio el neófito, y sea llenado de
la gracia del Espíritu.
Del
agua se afirma que ha de ser la que corre de la fuente o la que baja de lo
alto, o, en caso de necesidad, aquella que se encuentre. No significa que se
bautice en un río o similar, sino que el agua de la fuente bien puede referirse
al baptisterio como fuente de agua corriente. Más propio sería denominarla como
piscina, apta y suficiente en tamaño para un bautismo por inmersión.
Se
prepara el aceite, a continuación, para dos unciones rituales. Estos dos
aceites son puestos en sendos vasos.
El primer aceite (de acción de gracias) es
bendecido por el obispo con una plegaria, y se destinará a la primera unción
post-bautismal.
El segundo aceite será exorcizado por el obispo, siendo el
aceite, denominado por la
Traditio, del exorcismo.
Una vez bendecidos los óleos santos,
serán sostenidos por dos diáconos a derecha e izquierda del sacerdote. Éste,
estando ya desnudos los neófitos, será testigo de la renuncia al mal hecha,
individualmente por cada neófito, con la fórmula clásica: "yo renuncio a ti, Satán, y a toda tu pompa y a todas tus
obras". Es de destacar en esta fórmula que está dirigida directamente
a Satanás, sin usar el estilo indirecto que normalmente usa la liturgia en sus
renuncias al Maligno. Realizada la renuncia, será ungido por el sacerdote con
el óleo del exorcismo y, acompañado por un diácono, será bautizado.
El
orden del bautismo viene determinado ya por Hipólito: primero los niños, luego
los hombres y, finalmente, las mujeres. El rito bautismal, siguiendo la tradición
de la Iglesia,
es por inmersión. El obispo le pregunta al neófito el Símbolo, imponiéndole la
mano sobre la cabeza: "¿Crees tú en
Dios Padre Todopoderoso? Yo creo." Se realiza entonces la primera
inmersión. La segunda pregunta se refiere al Hijo y su actuación redentora,
siguiendo el esquema del Símbolo de los Apóstoles[2]. Con
la respuesta del neófito, se realiza la segunda inmersión. Igualmente la
tercera pregunta ("¿Crees en el
Espíritu Santo, en la
Santa Iglesia?"), y la respuesta pertinente, con la
tercera inmersión.
Concluida la inmersión en el agua bautismal, el sacerdote lo
unge con el aceite de acción de gracias, para, posteriormente, secarse,
vestirse y volver a la iglesia. El obispo acoge al bautizando y lo unge con el
mismo aceite de acción de gracias, imponiendo la mano sobre los bautizandos y
recitando una plegaria. En ella se pide, explícitamente, el don del Espíritu
Santo para el bautizando, confiriendo así la Confirmación tras el
Bautismo.
Dos
ritos complementarios hacen visible la introducción plena del neófito en la
comunidad eclesial. Si como veíamos antes, en el catecumenado no se podía dar
el beso de la paz porque este beso no era todavía santo, se significa el cambio
radical operado en el cristiano, mediante el osculum pacis que da el obispo a
cada bautizando. Su beso ya es santo. Este saludo de paz siempre se da tras la
celebración de un sacramento, como vemos reflejado en la Traditio tras la
ordenación episcopal (C. 4) y la ordenación sacerdotal (C. 8) (que sigue el
mismo uso litúrgico de la ordenación de obispos).
El segundo rito
complementario es que, por primera vez, los neófitos participan ya de la
oración de los fieles. Si hasta ahora eran despedidos en este momento de las
celebraciones eucarísticas, en esta ocasión pueden participar ya, como pueblo
sacerdotal, de la oración de la
Iglesia, ofreciendo sus plegarias al Padre.
La
liturgia de la iniciación continúa con el beso de paz, la presentación de
ofrendas, la anáfora (que Hipólito omite aquí puesto que ya la presentó en C. 4).
La participación plena en la
Eucaristía consiste en la recepción del Cuerpo y Sangre del
Señor, y, por primera vez, los neófitos acceden a la Mesa del Señor. Para expresar
el cambio operado en ellos, y las nuevas realidades en las que han sido
insertos, participan de tres cálices distintos. El primer cáliz está repleto de
agua (que simboliza, para la liturgia de
Hipólito, la purificación interior: "a fin de que el alma del hombre
obtenga los mismos efectos que el cuerpo"); el segundo cáliz contiene una mixtión
de leche y miel (que eran los signos que
el Señor daba de la tierra prometida, ya que los neófitos han entrado ya en la
tierra prometida: la Iglesia);
finalmente, el alimento de la vida en Cristo: su Sangre derramada por nosotros
que es bebida que nos fortalece.
Durante
la cincuentena pascual los neófitos son introducidos con plenitud en los
misterios, revelando los significados de cada gesto y acción en la liturgia,
especialmente el don de la Eucaristía. Hipólito conoce esta disciplina,
aunque no la denomine con este nombre, puesto que indica que: "todas
estas cosas el obispo las explicará a los que reciben la comunión".
No parece hacer referencia al momento mismo de la Eucaristía, sino en
otra ocasión, más oportuna: a la luz de la Pascua y del Espíritu se desvelaban todos los
misterios de la fe.
[2] "¿Crees tú
en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen
María, que fue crucificado bajo Poncio Pilatos, que murió y al tercer día
resucitó de entre los muertos; que subió a los cielos y está sentado a la
diestra del Padre; que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?" C.
21.
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