Todo esto se da, con su grandeza y sus
límites, en la comunidad territorial que se llama parroquia, la Iglesia entre las casas de
sus hijos e hijas. La parroquia es lugar de evangelización y si no lo fuese,
traicionaría su vida como Iglesia, siendo mero lugar de culto y sacramentos, un
grupo de amigos, un cómodo refugio afectivo o devocional.
Destaquemos solamente
algunos puntos.
a)
La parroquia evangeliza mediante la iniciación en la fe que se produce por la catequesis. Ésta es una transmisión de
la fe católica adaptada a cada edad y situación, y acompañando para vivir la fe
en la Iglesia. En
este ámbito se sitúa la catequesis de infancia, de adolescencia y juventud;
también las catequesis previas al Bautismo, Confirmación o Matrimonio.
b)
La parroquia evangeliza cuando, como hacía Jesús con el grupo de los Doce, les
dedica tiempo para instruirlos en privado explicándoles los secretos del Reino.
La parroquia evangeliza cuando crea catequesis
y formación de adultos, sesiones de estudio, círculos de formación,
preparando un laicado sólido, capaz de dar razón de su fe y esperanza, con
conciencia de Iglesia. A ello hay que sumar la formación específica para distintos
ministerios: escuelas de catequistas, de liturgia, de canto, de Cáritas, etc.,
o de distintas asociaciones y grupos.
c)
Finalmente, y su importancia no es menor, la Iglesia evangeliza mediante la homilía, el ministerio de la
predicación, igual que Cristo predicaba a la multitud. La homilía es una forma
evangelizadora de la Iglesia
de primer orden y merece el máximo cuidado y preparación, sistematización,
perseverancia en el predicar, la exposición de la doctrina de la fe. Con la
homilía se hace mucho bien, llegando a muchos que, tal vez de otra forma, no
recibirían palabras de vida. Baste recordar lo que Benedicto XVI escribió:
“La necesidad
de mejorar la calidad de la homilía está en relación con la importancia de la Palabra de Dios… tiene
como finalidad favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida
de los fieles. Por eso los ministros ordenados han de «preparar la homilía con
esmero, basándose en un conocimiento adecuado de la Sagrada Escritura».
Han de evitarse homilías genéricas o abstractas… Se ha de tener presente, por
tanto, la finalidad catequética y exhortativa de la homilía” (Exh. Sacramentum
caritatis, 46).
Y también:
“Debe quedar
claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que
tiene que ser el centro de toda homilía. Por eso se requiere que los
predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se
preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con
convicción y pasión... Cuídese con especial atención la homilía dominical y en
la de las solemnidades; pero no se deje de ofrecer también, cuando sea posible,
breves reflexiones apropiadas a la situación durante la semana en las misas cum
populo, para ayudar a los fieles a acoger y hacer fructífera la Palabra escuchada”
(Benedicto XVI, Exh. Verbum Domini, 59).
La
parroquia es casa y escuela de evangelización. Aportemos cada uno nuestro
granito de arena, poniéndonos al servicio del Señor, para que su Evangelio
resuene y llegue a todos. Sería pernicioso conformarnos con lo que ya hay en
nuestras parroquias, asimilar la vida cristiana comunitaria como rutina y
cerrarnos en lo que ya se ha conseguido pastoralmente.
¡Evangelizar
debe ser el fuego, la pasión cristiana, que habite toda parroquia!
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