sábado, 19 de mayo de 2018

Plegaria: Jesucristo, Médico y medicina...

¡Jesucristo!

¡Jesucristo fue el amor de los santos!

¡Jesucristo fue la delicia de los santos!

Ellos ahondaron en su Persona, porque Jesucristo lo era todo para ellos. Fueron amados por Cristo y ellos respondieron a su amor con la totalidad de su ser.


Imitaron su vida, sus virtudes, los sentimientos de su Corazón, llegaron a pensar como Cristo, sentir como Cristo, trabajar como Cristo.

Naturalmente, oraron a Cristo y profundizaron en su Persona con la meditación, con la reflexión teológica, sin abarcar el Misterio de su Persona, que es inefable, siempre mayor.

Cristo es el Pastor y el alimento del rebaño a un tiempo; es el Médico y la medicina para las llagas del alma. Y sigue actuando y cuidando a los suyos con amor tierno y fiel.


            "¡Bendita sea tu misericordia, Señor, que tan a tu cargo están los enfermos, que para remedio de ellos “enviaste del cielo un gran Médico, porque –como dice san Agustín- había en el mundo un gran enfermo”!

            Este Señor, por ser Dios, es dueño de las ovejas, pues las crió con el Padre y con el Espíritu Santo. Y se llamó siervo del Padre en cuanto hombre, porque le sirvió y obedeció en la obra de la Redención de los hombres, según está escrito: Él libertará mi cautividad (Is 45,13). Y en otra parte: La voluntad del Señor en la mano de Él será prosperada (cf. Is 53,10). Este Señor fue del que está escrito que halló el camino de la doctrina y la dio a Jacob, su siervo, y a Israel, su amado…


           Muy bien proveído fue que Dios humanado fuese nuestro pastor y nuestro remedio, para que quedasen llenos nuestros corazones de esperanza, que pues no hay cosa mayor que Dios, ningún mal nuestro hay sin remedio, si queremos aprovecharnos de él.

            Visitó a sus ovejas, visitó como el pastor que está en medio de ellas, sanando lo enfermo, esforzando lo flaco, guardando lo sano, buscando lo perdido y trayéndolo al rebaño aun encima de sus propios hombros (Lc 15,5), y, en fin, dando remedio a sus ovejas de todos los males que les habían venido en el día de la nube y de la oscuridad (cf. Jl 2,2) del pecado original, y también de los mortales y veniales que ellas han hecho, si de ellos piden perdón y hacen penitencia verdadera.

            Las sanó puesto en medio de ellas, viviendo, y en medio de dos ladrones, muriendo; puesto encima de su cayado, que es la santa cruz, para, como desde lugar alto, mirar mejor por sus ovejas, por las cuales moría. Dichosas ovejas, que vieron y oyeron las obras y la voz de su propio Pastor, con las cuales los que de ellos se sabían aprovechar, maravillosamente eran apacentados y remediados.

            ¡Alabada sea tu bondad, Señor, que te traía de tierra en tierra sanando enfermos, enseñando ignorantes, andando en medio de ellos haciéndoles bien, como cuidadoso pastor a sus amadas ovejas!

            Y otra vez y otra vez seas alabado, porque tu grande bondad y amor excesivo que a los hombres tienes no se acabó en aquellos tiempos ni en aquella tierra, sino que se extendió por todo el mundo y por todos los años que el mundo durare.

            Danos, Señor, danos, por tu misericordia, espíritu, no de este mundo, sino de tu Espíritu Santo, con cuyo favor alumbrados y fortificados, conozcamos y agradezcamos esta inefable merced de que estamos hablando; que tú mismo, que entonces personalmente estabas y andabas con tus ovejas hace dos mil años, nunca las desamparaste, y tú mismo estás aquí entre nosotros, y estarás, mientras el mundo durare, en tu Iglesia[1].




[1] Cf. S. Juan de Ávila, Serm. 54, 17. 19-22.



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