miércoles, 23 de mayo de 2018

¡Jesús! (El nombre de Jesús - I)


            Toda la historia de la humanidad, todas las esperanzas del pueblo de Israel sostenidas por las palabras de los profetas, todos los deseos, inquietudes, preguntas y búsquedas del corazón humano, encuentran una respuesta definitiva en un nombre bendito: “Jesús”. Jesús, el Señor, el Verbo encarnado, Hijo de Dios nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo. 


            Su nombre es fascinante: encierra Misterios grandes, y pronunciar su nombre, el nombre de Jesús, requiere amor y profunda humildad; respeto grande que se llama “temor de Dios”.

“Y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo” (Mt 1,21).

            ¿Qué significa la palabra “Jesús”? Lo encontramos en el sueño en que el ángel revela a san José el misterio de la Encarnación y su papel como custodio del Redentor. Ya san Jerónimo, gran biblista, comenta: “Jesús en hebreo significa salvador. El evangelista ha querido explicitar la etimología de su nombre al decir: “le pondrás por nombre”: Salvador, porque “es él quien salvará a su pueblo” (Com. in Mat, I,1,21). En efecto, explicando en su obra sobre la etimología de los nombres hebreos, afirmará el mismo san Jerónimo: “Jesús (1,1), salvador o que va a salvar”[1], y son palabras sinónimas “Jesús” y “Josué” –el que hizo al pueblo de Israel cruzar el Jordán y entrar en la tierra prometida-: ambos son salvadores del pueblo, y Josué mismo es anuncio, tipo y figura del mismo Jesús Redentor. Por eso ambos nombres, en hebreo, significan “salvador”[2].

            En el Antiguo Testamento aparecen en distintas ocasiones personajes con el nombre de “Jesús” o su equivalente “Josué”, que reciben una misión de Dios para salvar a su pueblo en circunstancias concretas, por eso su nombre siempre significa “salvador”, como en Ex 17,9[3], en Nm 13,16[4], también en Eclo 51,30 o especialmente en Mt 1,21 aplicándose a Cristo. Hay que recordar que, para la mentalidad bíblica, el nombre no es algo accidental, simplemente para identificar a una persona, sino que revela una misión, un encargo de Dios: por ejemplo, Cristo mismo cambiará a Simón su nombre por el de “Pedro”, “Piedra” sobre la que va a edificar su Iglesia (Mt 16,18), y podrían enumerarse muchos más ejemplos.

            “Jesús” no es un nombre más: expresa la misión del Verbo encarnado, “salvar”. Ya san Juan en su evangelio explicará el motivo de la encarnación así: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo al mundo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16).

            Es una revelación, una manifestación del querer divino, el anuncio que en sueños hace el ángel a san José. Así lo explicaba s. Juan Crisóstomo: “...Dios mismo quien, por ministerio de un ángel, enviaba a José el nombre que había de ponerse al niño. Y a la verdad, no es éste un nombre puesto al azar, sino un tesoro de bienes infinitos. De ahí que el ángel mismo lo interpreta y en él funda las mejores esperanzas, y de este modo lleva también a José a que crea su mensaje... El ángel nos anuncia de antemano los bienes que habían de venir a la tierra por medio de Cristo. ¿Qué bienes son ésos? Dicho en una palabra: la destrucción del pecado: “Porque él salvará –dice- a su pueblo de los pecados”... se nos la buena noticia de algo mucho más importante: la liberación de nuestros pecados, cosa que a nadie había sido antes posible”[5]. Incluso la larga lista de nombres, la genealogía de Jesús en los Evangelios de la infancia, apuntan a esta salvación para todos los hombres:

            “El evangelista Mateo, a fin de mostrar que la promesa a Abraham se cumplió en Cristo perfectamente, recorre el orden de las generaciones y muestra en quién fue dada la bendición dispuesta para todos los pueblos. También el evangelista Lucas, desde el nacimiento del Señor, descubre la serie de sus antepasados hacia arriba, de manera que aquellos tiempos que precedieron al diluvio pudieran mostrarlos conexos con este misterio y que todos los grados desde el origen de la descendencia tendieran a aquél en quien  únicamente estaba la salvación de todos. No hay, pues, duda, de que fuera de Cristo no hay otro hombre, pues dice la Sagrada Escritura: No existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres por el cual podamos alcanzar la salvación”[6].

            Todos estos simbolismos, la misma comparación entre Jesús y Josué y el significado y la misión de la Palabra hecha carne, Cristo, lo hallamos ampliamente expuesto en el comentario de Cromacio de Aquileya, Padre de la Iglesia del siglo IV; aunque extenso, vale la pena leerlo:

            “Y añadió: Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de sus pecados. Pero este nombre del Señor, con que se le llama “Jesús” desde el seno de la virgen, no le es nuevo, sino antiguo; Jesús en efecto significa en hebreo “salvador”. Este nombre conviene propiamente a Dios porque dice por el profeta: No hay justo ni salvador fuera de mí (cf. Is 43,11). Además al referir el mismo Señor por Isaías el alumbramiento corporal de su nacimiento dice: Desde el seno de mi madre me ha llamado por mi nombre (Is 49,1). Con su nombre, sí, no con uno extraño, porque fue llamado Jesús según la carne –es decir, salvador- quien era salvador según la divinidad. Pues Jesús, como hemos dicho, quiere decir salvador. Esto es lo que dice por el profeta: Desde el seno de mi madre me ha llamado por mi nombre. Pero para mostrarnos más plenamente el sacramento de su encarnación añadió: Hizo mi boca como espada afilada y como flecha elegida me escondió en su aljaba (Is 49,2). Indicando en la flecha su divinidad, en la aljaba el cuerpo asumido de la virgen por el cual su divinidad ha sido escondida con el velo de su carne.
            También en el libro del Éxodo manifiesta el Señor que este nombre suyo con que se le llamó, Jesús, le pertenecía desde antiguo, cuando así habla a Moisés acerca de Jesús [Josué] hijo de Nun, que había recibido este nombre en figura: Envío mi ángel delante de ti para que le obedezcas; y no lo despreciarás. Pues no se aparta, porque mi nombre está sobre él (Ex 23,20-21). Porque Hosea [Josué] hijo de Nun, que fue jefe después de Moisés, empezó a llamarse Jesús (cf. Nm 13,16) para ser figura del Señor, que iba a venir en la carne. Por eso cuando dice el ángel acerca del Señor en el pasaje que nos ocupa: Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Jesús, manifiesta el misterio de su encarnación, porque uno solo es Jesús, Verbo y carne, Hijo de Dios e hijo del hombre, no uno y otro sino uno y el mismo el que nació del Padre y el que fue engendrado de la virgen. Éste, en efecto, salvó y salva cada día a su pueblo, a quien aparta de los ídolos, a quien redimió con su sangre santa y a quien promete la salvación eterna”[7].



[1] Libro de interpretación de los nombres hebreos, n. 136.
[2] Id., n. 104.
[3] Id., n. 76.
[4] Id., n. 82.
[5] Hom. 4,7 sobre el evangelio de san Mateo.
[6] S. LEÓN MAGNO, Hom. 10 en la Natividad, n. 7.
[7] Tratado 2,4.

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