sábado, 12 de mayo de 2018

¿Dónde está Jesús? (El sagrario - I)


            Invocamos a Jesús, le tenemos devoción a Jesús. Perfecto. Es necesario. ¿Pero quién se contenta con ver la foto de alguien a quien quiere en vez de estar con él, salir juntos, comer, dar un paseo? Cuando se quiere a alguien, lo que se quiere es estar con él, convivir, compartir... y una foto es sólo un recordatorio y una suplencia. Nada puede sustituir la presencia de la persona querida.


            Con Jesús, claro está, ocurre lo mismo. Tenemos la gran ventaja de su presencia real. Está muy cerca porque el Sacramento de la Eucaristía es su presencia real y en cada Sagrario está Él: basta acercarse, rezar de rodillas, mirar la puerta del Sagrario y la vela roja encendida cerca de él para estar en su presencia, disfrutar de su amor, gozar de su compañía, hablarle, interceder, conversar con Cristo. Ahí está: en cada Sagrario, ¡Jesús vivo!

            Deberíamos abrir los ojos del corazón con sencillez, dilatar y ensanchar nuestra alma, encender nuestros afectos y devoción y asombrarnos de tan gran maravilla; será ocasión de ver la Belleza del Misterio de la Eucaristía, para contemplar y gozar de la potencia y Vida de Cristo Resucitado. Entonces, y sólo entonces, quedaremos fascinados por Cristo. ¿Cómo es posible, Señor, que te hayas quedado con nosotros? ¿Cómo es que te has dignado cambiar la sustancia del pan en tu cuerpo? ¿Cómo puede ser, Señor, que tu delicia sea estar con los hijos de los hombres; cómo que Tú nos des pan vivo, alimento de inmortalidad? Señor de infinita misericordia, Resucitado, ¿tanto amor nos tienes que te entregas a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía?

            Es menester que brote en nosotros, en cada alma, asombro, admiración, amor, gratitud, ante el portento del amor que es la Eucaristía. Sólo así habrá en nuestra alma verdadero amor por la Eucaristía y la consideraremos como lo que es, un gran regalo, el más grande y verdadero regalo del Resucitado.

            La petición de los discípulos de Emaús, que tantas veces es nuestra propia petición, “quédate con nosotros”, fue y es realmente atendida, de manera insospechada y grande; con palabras de Juan Pablo II: “A la petición de los discípulos de Emaús de que permaneciera ‘con’ ellos, Jesús respondió con un don mucho más grande: mediante el sacramento de la Eucaristía encontró la forma de permanecer ‘en’ ellos. Recibir la Eucaristía significa entrar en comunión profunda con Jesús” (Mane nobiscum Domine, 19).

            Vivir más profunda e intensamente la Eucaristía será, indefectiblemente, crecer en la vida interior y en santidad, en el amor de Cristo, en el servicio atento al prójimo, al hombre, transformando nuestro mundo. Hemos, pues, de vivir eucarísticamente, vivir cada vez más la Eucaristía y vivir de la Eucaristía.

El corazón debe descubrir al Señor en el Sagrario. Hay una mirada de fe que siente interiormente a Cristo en el Sagrario. Pocos lugares más apropiados y acogedores para sentir y gozar su Presencia y entregarnos a Él, para orar y meditar, que el Sagrario. Un objetivo importante lo trazó Juan Pablo II en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine: “La presencia de Jesús en el sagrario ha de constituir un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de él, capaces de permanecer largo rato escuchando su voz y casi sintiendo los latidos de su corazón: “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!”” (n. 18).


No pases delante de una iglesia abierta sin pararte unos minutos ante el Señor en el Sagrario. Él te espera, manso y humilde de corazón, para compartir tus cargas y tus cansancios.

Espiritualmente, hace mucho bien al alma detenerse unos instantes ante el sagrario y hacer una visita, es un “breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa” (Directorio Liturgia y piedad popular, n. 165). Al encontrarse con Cristo en el Sagrario para una breve visita o hacer un rato amplio de oración, se puede gozar de la comunión espiritual con el mismo Cristo Resucitado. El Magisterio de la Iglesia enseña que “al detenerse junto a Cristo Señor, disfruten en íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo” (Instrucción Eucharisticum Mysterium, n. 50).

Sería una tremenda ingratitud olvidar al Señor en el Sagrario, no hacer la genuflexión al pasar delante de él y saludarlo, no visitarlo, ni estar con él, y centrar nuestra atención en las imágenes. No consintamos ese desprecio al Señor; no dejemos ni convirtamos nuestro sagrario en un sagrario abandonado. Él se hace Compañero nuestro en el Sagrario: disfrutemos de su Compañía real y sacramental.

1 comentario:

  1. La Eucaristía: un portento de amor ¡Es perfecto¡

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