jueves, 3 de mayo de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, VI)

Hacer el bien en un momento puntual y concreto puede ser hasta fácil: una ayuda ocasional, un servicio concreto a alguien, una obra de misericordia corporal o espiritual.

Lo que ya es difícil, y requiere virtud, es continuar haciendo el bien, de forma constante, permanente, cuando nada externo nos ayuda, cuando no se ven resultados ni palabras de ánimo, o las circunstancias exteriores son adversas, o continuar haciendo el bien nos supone algún tipo de incomodidad, peligro o persecución.


La perseverancia en el bien sólo la alcanzan quienes son pacientes, aquellos que ya han adquirido la virtud de la paciencia. Entonces hacen siempre el bien a pesar de las resistencias o ataques exteriores o dificultades que se encuentran por el camino.

La consideración sobre el bien que es la paciencia adquiere aquí ese argumento más en favor de su necesidad. San Cipriano lo pondera.


"13. Es saludable el siguiente aviso del Señor, maestro nuestro: “El que se sostuviese hasta el fin, éste se salvará” (Mt 10,22). Y en otro lugar: “Si guardareis mi palabra, seréis verdaderos discípulos míos” (Jn 8,31). Hemos de soportar y perseverar, hermanos amadísimos, para que, con la esperanza de la verdad y libertad, podamos alcanzar la misma verdad y libertad; porque se es cristiano por la fe y la esperanza, pero para que logremos el fruto de ellas nos es precisa la paciencia. Pues no vamos tras la gloria de acá, sino tras la futura, conforme a lo que nos avisa el apóstol Pablo cuando dice. “Hemos sido salvados por la esperanza. La esperanza que se ve, ya no es esperanza; si uno ya lo ve, ¿cómo va a esperar lo que está viendo? Mas, si esperamos lo que no vemos, nos sostenemos por la espera de ello” (Rm 8,24-25).

La espera y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros lo que hemos empezado a ser y conseguir, por la concesión de Dios, lo que creemos y esperamos; en fin, en otro lugar, el mismo Apóstol recomienda y enseña a los varones justos y limosneros y que guardan sus tesoros en el cielo con el ciento por uno, que tengan paciencia: “Pues que tenemos tiempo, obremos el bien con todos, principalmente con los de nuestra fe. No dejemos de hacer el bien, pues a su tiempo recogeremos la cosecha” (Gal 6,9-10).

Avisa que nadie por impaciencia decaiga en el obrar bien, ni nadie, solicitado o vencido por la tentación, renuncie en medio de su gloriosa carrera y eche a perder el fruto de lo ganado, por dejar inacabado lo comenzado, como está escrito: “La justicia del justo no lo librará en cualquier día que se desviare” (Ez 33,12), y en otro lugar: “Guarda lo que tienes, no vaya otro a recibir tu corona” (Ap 3,11). Estas palabras exhortan a continuar con paciencia y tenacidad, para que el que está ya próximo a alcanzarla, logre su coronación con la perseverancia.

14. Así que la paciencia, hermanos amadísimos, no sólo conserva el bien, sino que repele el mal. El que sigue el impulso del Espíritu Santo y se adhiere a lo divino y celestial lucha ardorosamente echando mano al escudo de sus virtudes contra las fuerzas de la carne, que asaltan y rinden al alma. 

Echemos, en resumen, una mirada a algunos de los muchos vicios, para que lo dicho de pocos se entienda de los demás. El adulterio, el fraude, el homicidio, son delitos mortales. Tenga la paciencia robustas y hondas raíces en el corazón y nunca se manchará con el adulterio el cuerpo consagrado como templo de Dios, ni un alma íntegra consagrada a la justicia se corromperá con el espíritu de fraude; jamás se teñirán de sangre las manos que han llevado la eucaristía" [esto es una clara alusión a la costumbre tradicional de recibir la comunión en las manos; preciosa imagen para subrayar la santidad de vida].


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