En la pastoral de la Iglesia, más concretamente, la pastoral parroquial, el sacramento de la Unción de enfermos ocupa un lugar importante a la par que oculto. El septenario sacramental incluye este sacramento para atender una situación tan precaria y difícil como es la enfermedad grave y las situaciones de postración. La verdad del sacramento requiere que se catequice sobre él y no simplemente administrarlo, de manera indiscriminada, a todo el que cumpla 65 años.
El nombre mismo del sacramento ya nos señala sus destinatarios, "enfermos". A ellos viene el Señor con su gracia y su Espíritu Santo. Por eso se merece catequesis que eduquen nuestra mentalidad para vivirlo bien cuando nos llegue la hora, y saber acompañar y preparar a los enfermos para gozar del consuelo y fortaleza de este Sacramento. Se merece tratarlo en la predicación, en las homilías...
Con este sacramento de la Unción, el Señor busca salvar y ayudar a toda la persona, en su cuerpo y en su alma, ya que el dolor y la enfermedad va más allá de lo corporal y físico para golpear agudamente el alma.
"Reconocemos que la Unción de los Enfermos se comprende en beneficio de toda la persona. Lo hallamos demostrado en los textos litúrgicos de la celebración sacramental: "cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores. Que por tu acción, Señor, este aceite sea para nosotros óleo santo". La unción es fuente de fuerza tanto para el alma como para el cuerpo. La oración de la Iglesia pide que el pecado y las consecuencias del pecado sean canceladas. Invoca también la recuperación de la salud, pero siempre con el fin de que la salud del cuerpo lleve a una unión más profunda con Dios a través del acrecentamiento de la gracia" (Juan Pablo II, Hom., Catedral de Southwark (Gran Bretaña), 28-mayo-1982).
Con este sacramento de la Unción, la Iglesia continúa las acciones salvíficas y curativas de su Señor, que en su vida terrena pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos por el diablo (cf. Hch 10,38) y curando a muchos de sus dolencias y enfermedades.
Es decir, Cristo mismo por medio de su Iglesia, viene al enfermo hoy para salvarlo, aliviarlo, sostenerlo, y comunicarle su Espíritu Santo porque los sacramentos, lejos de ser ceremonias o discursos y moniciones, son, ante todo, actuaciones salvíficas de Jesucristo.
"Por medio de un sacramento especial, la Iglesia continúa el ministerio de Jesús del cuidado de los enfermos. Así la liturgia de la Unción de los enfermos que hoy celebramos continúa fielmente el ejemplo de nuestro amado Salvador" (Juan Pablo II, Hom., Wellington (Nueva Zelanda), 23-noviembre-1986).
La Iglesia, por medio de sus sacerdotes, de los familiares del enfermo y de otros participantes, con gran espíritu de fe, ora, intercede, impone las manos y unge. ¿Qué espera? Es decir, ¿qué realiza este Sacramento, cuál es su efecto?
"Aquellos que están gravemente enfermos sienten profundamente la necesidad de la ayuda de Cristo y de la Iglesia. Además, el dolor físico y la debilidad, la enfermedad trae consigo grandes ansias y miedos. Los enfermos están sujetos a tentaciones que tal vez no han afrontado nunca; pueden también ser llevados al límite de la desesperación. La Unción de los enfermos responde a estas necesidades específicas, porque es un sacramento de fe, un sacramento para toda la persona, cuerpo y alma.
Por medio de la imposición de manos del sacerdote, la unción con el óleo y las plegarias, se da una nueva gracia... La Unción de los enfermos da una particular consolación y gracia a quien está cerca de la muerte. Lo prepara para afrontar este momento final de la vida terrena con fe viva en el Salvador resucitado y con firme esperanza en la resurrección" (ibíd.)
“La oración de la Iglesia pide que el pecado y las consecuencias del pecado sean canceladas”. “Cristo mismo por medio de su Iglesia, viene al enfermo hoy para salvarlo”. Sacramento celebrado de forma litúrgica y, por tanto, comunitaria; Palabra y sacramento formando un todo inseparable porque son inseparables en el Señor.
ResponderEliminarComo no todo el que sufre es bueno, como a veces concluye una mirada superficial sobre la vida humana, el Catecismo nos dice que el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud en la enfermedad y que ésta puede hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir lo esencial, empujarla a una búsqueda de Dios, a un retorno a Él, pero también puede conducirlo a la angustia, desesperación y rebelión.
Necesitamos la virtud de la fortaleza cristiana, la que nace y crece “esperando contra toda esperanza” como nos dice la Carta a los Romanos, para vivir cristianamente las dificultades propias de la enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez, dando así al dolor, secuela del pecado original, un sentido nuevo.
¡Gracias, Señor, por vivir! Amén (del himno de laudes) ¡Qué Dios les bendiga!
Creo que todos tendríamos que estar preparados, o preparándonos para afrontar el momento final de la vida terrena. De alguna manera, o de muchas maneras todos estamos enfermos. El pecado es una gravísima enfermedad.
ResponderEliminarEl valor de la unción de enfermos lo explica claramente lo escrito. Tal vez si nos fuera mucho más familiar de lo que es, seríamos mucho más conscientes del valor del dolor, el sufrimiento y la enfermedad. Valor no porque sean buenos, sino por la actitud que la FE nos proporciona para acogerlos en nuestras vidas. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.