Una vez más, e intentando ser exhaustivo con el Magisterio, un Mensaje de Benedicto XVI afronta el reto de la nueva evangelización, esta vez con un clarísimo tono personal.
La preocupación por vincular fe y razón en diálogo, sin oposición ni enfrentamiento ni rivalidad, induce a Benedicto XVI a tratar los nuevos areópagos de cara a la evangelización.
Para esto hace falta amplitud de miras. Reducida nuestra mirada al ámbito del campanario, poco entenderíamos. Pensaríamos que evangelizar es hacer lo que siempre se ha hecho aquí y que lo demás o es absurdo o es una pérdida de tiempo. Sin embargo, esos nuevos areópagos que han surgido son los que fraguan una cultura y una mentalidad, un estilo de vivir, que llega de forma poderosa a todas partes, incluso al "campanario" más perdido y remoto. De la pastoral (y mentalidad) de "campanario" hemos de pasar a tener una visión más global y amplia de la acción evangelizadora. A lo mejor en una pequeña aldea la evangelización de una parroquia será más limitada, pero eso no justificaría que se desprecie o minusvalore otros campos de evangelización (cultura, universidad, internet).
A lo mejor estoy ya hablando de "areópagos" sin definirlo. Pongamos en claro el concepto. El Areópago de Atenas era el lugar de encuentro de filósofos y pensadores, donde iban, hablaban, exponían sus teorías, se entraba en diálogo. Allí acudió san Pablo con escaso éxito al hablar de la resurrección de la carne. Y ese es el método: surgen nuevos areópagos, lugares de encuentro, intercambio, difusión de ideas, y la Iglesia que evangeliza no puede sustraerse a esos ámbitos para encerrarse temerosa y reticente de todo.
"El tema que afrontáis en este encuentro —"San Pablo y los nuevos areópagos"—, también a la luz del Año paulino que acaba de concluir, ayuda a revivir la experiencia del Apóstol de los gentiles en Atenas, quien, después de predicar en numerosos lugares, acudió al areópago y allí anunció el Evangelio usando un lenguaje que hoy podríamos definir "inculturado" (cf. Hch 17, 22-31). Ese areópago, que entonces representaba el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, hoy —como dijo mi venerado predecesor Juan Pablo II— "puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio" (Redemptoris missio, 37). Efectivamente, la referencia a ese acontecimiento constituye una apremiante invitación a saber valorar los "areópagos" de hoy, donde se afrontan los grandes desafíos de la evangelización. Vosotros queréis analizar este tema con realismo, teniendo en cuenta los numerosos cambios sociales que se han producido. Un realismo sostenido por el espíritu de fe, que ve la historia a la luz del Evangelio, y con la certeza que tenía san Pablo de la presencia de Cristo resucitado. También para nosotros son consoladoras las palabras que Jesús le dirigió en Corinto: "No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal" (Hch 18, 9-10). El siervo de Dios Pablo VI dijo con eficacia que no se trata sólo de predicar el Evangelio, sino de "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (Evangelii nuntiandi, 19)" (Benedicto XVI, Mensaje a la plenaria de la Cong. para la evangelización, 13-noviembre-2009).
Estos son los areópagos y por tanto los lugares donde también la Iglesia -en cada uno de sus miembros- debe hacerse presente.
"Hay que mirar a los "nuevos areópagos" con este espíritu; en la globalización actual algunos de ellos son comunes, mientras que otros siguen siendo específicos de algunos continentes, como hemos visto también en la reciente Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Por lo tanto, hay que orientar la actividad misionera de la Iglesia hacia estos centros neurálgicos de la sociedad del tercer milenio. Tampoco hay que subestimar la influencia de una cultura relativista generalizada, que la mayoría de las veces carece de valores y que entra en el santuario de la familia, se infiltra en el campo de la educación y en otros ámbitos de la sociedad y los contamina, manipulando las conciencias, especialmente las de los jóvenes" (ibíd.).
Sorprende la decisión con que Benedicto afronta la situación: orientar la actividad misionera de la Iglesia "hacia estos centros neurálgicos de la sociedad del tercer milenio". La dispersión de fuerzas y en muchísimas ocasiones la cerrazón de una pastoral muy limitada a pequeñas cositas, reuniones y hacer lo de siempre, nos hacen perder la perspectiva. Hoy el lugar de la Iglesia son los nuevos areópagos. ¿Cuáles? Recordemos algunos: el mundo del pensamiento, la cultura, la Universidad, los medios de comunicación social, el cine, Internet.
"Al mismo tiempo, sin embargo, a pesar de estas insidias, la Iglesia sabe que el Espíritu Santo actúa siempre. Se abren nuevas puertas al Evangelio y se va extendiendo en el mundo el anhelo de una auténtica renovación espiritual y apostólica. Como en otras épocas de cambio, la prioridad pastoral es mostrar el verdadero rostro de Cristo, Señor de la historia y único Redentor del hombre. Esto exige que cada comunidad cristiana y la Iglesia en su conjunto den un testimonio de fidelidad a Cristo, construyendo pacientemente la unidad que él deseaba e invocaba para todos sus discípulos. La unidad de los cristianos hará más fácil la evangelización y la confrontación con los desafíos culturales, sociales y religiosos de nuestro tiempo" (ibíd.).
Al estar en esos areópagos, lo haremos como Iglesia si mostramos el verdadero rostro de Cristo, siendo fieles a Él, con unidad eclesial.
Quienes puedan, por profesión, vocación, capacidad, deberán estar en esos areópagos. Ahí se juega el futuro de la cultura, de la vida de esta sociedad. Ahí habremos de evangelizar. ¿O nos quedaremos tranquilos todos -hasta los más capaces que pueden rendir en otros ámbitos- encerrados en la sacristía para charlar y para reunirnos una y otra vez?
A veces me da la impresión de que sobre la evangelización se habla más que se hace. ¡¡Qué buen ejemplo nos da Usted Padre, cada vez que nos regala una nueva entrada!!. Me da por reflexionar que hay muchos que con una maravillosa intención lo hacen, como la hermana Forcades, o nuestro hermano en CRISTO González Fauss, a quien nuestro señor obispo, Don Demetrio, tuvo que llamar al orden, no hace demasiado tiempo, en Córdoba, por querer "evangelizar". No dudo de su buena voluntad, como tampoco de su eco en los medios. ¡Ojalá y para bien de todos y de la SANA DOCTRINA, su blog tuviera tanta repercusión en los medios, como los de nuestros hermanos en CRISTO Forcades y González Fauss! Sigo rezando. DIOS les bendiga.
ResponderEliminar"No tengas miedo, sigue hablando y no calles”. Si nosotros no intentamos “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio…” ¿quién lo hará? Y siempre mostrando, en unidad, el verdadero rostro de Cristo, como dice la entrada. Para ello nos llamó, para ello nos necesita.
ResponderEliminarMuchos católicos han tirado la toalla en los areópagos de la amistad, la profesión, la educación, la vida cultural, la vida social…, en los que todos estamos inmersos. Hace unos días, una persona muy querida atribuía a mi carácter lo que considera “mi empeño” pues, según él, nada se puede hacer, a nadie le importa.
Cómo si en mí no cundiera muchas veces el amago del desánimo, pero uno recupera el tono vital cuando comprueba que Jesús sólo calló ante Herodes, porque éste quería magia, espectáculo y, durante los tormentos de su Pasión, a partir de la ironía sobre la verdad de Pilatos.
Me ha encantado, me ha hecho sonreír, la manera en la que concluye la entrada: “¿O nos quedaremos tranquilos… encerrados en la sacristía para charlar y para reunirnos una y otra vez?”
En oración ¡Qué Dios les bendiga!
Eso de :"encerrados en la sacristía para charlar y para reunirnos una y otra vez?”", es algo que me suena a quimera o a misión imposible. En fin, lo que para unos es lo cotidiano, para otros es una rareza, un exotismo. ¡¡¡¡Si, realmente resulta cómico y peregrino!!!! Desde contextos muy diferentes, las realidades son radicalmente diversas. ¡Puede que eso sea fuente de equívocos!. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
EliminarAunque le resulte quimérico, es bastante común. Lo que sucede es que siempre son unos cuantos laicos y muchas veces los mismos (depende de cada parroquia) los que se reúnen o hacen por reunirse, mientras otros los envidian porque querrían hacer lo mismo que hacen los envidiados. Ténganse en cuenta, ante esta observación de mi propia experiencia, todas las excepciones que seguramente existirán.
EliminarEsto es así, a mi juicio, por tres razones. Primero, porque los católicos no somos proclives ni estamos preparados para ayudar al párroco, que puede estar sobrecargado de trabajo y responsabilidad, y los que se ofrecen son los que están. Segundo, porque existe una interpretación errónea de la responsabilidad de los laicos y vanos deseos de “figurar”, “sentirse” importante, “sentir” que se hace algo…; y porque, aunque el párroco no lo pretenda e incluso intente evitarlo, se forma como una especie de camarilla o camarillas con comportamientos, digamos, ridículos. Tercero, porque quienes no participan se “entretienen” envidiando a los que sí lo hacen ya que quisieran estar en su situación.
Con un agravante: cuando quieres zafarte de esa situación en la que te han metido sin tú buscarlo, te conviertes en el bicho raro. Es, a mi juicio, un erróneo modo de concebir la participación de los laicos y la ayuda al párroco, y un vano intento de ostentar un poder y un honor que no existe.
Por las razones que le apunto, discrepo sonriente cuando se me habla del “problema” de sacerdotes, obispos, curia, prepotentes, arbitrando como solución a lo que llaman prepotencia eclesiástica, una mayor responsabilidad de los laicos. Y pregunto: ¿será que los laicos no somos prepotentes y avaros de un poder fantasma? Quienes hacen estas propuestas ¿miran la realidad? Es la misma sinrazón que sostiene la tesis que si las mujeres mandasen en la Iglesia o fuera de ella todo iría mejor ¿Habrán trabajado en serio alguna vez con mujeres?
EliminarUn amigo, ya fallecido, decía que si a un español se le da un silbato y una gorra, se cree mariscal de campo. Pues eso es lo que sucede con los laicos muchas veces salvando, como no, honrosas excepciones. Pero sólo le falta al sacerdote, ya sobrecargado de trabajo y preocupaciones, tener que corregir las vanas pretensiones de los laicos…
Podría contarle montones de anécdotas que son realmente ridículas: desde el que te recrimina en plena calle que no se ha enterado de un regalo que se le hizo al párroco, cuya compra organizó el sacristán, como si tuvieras algo que ver en el asunto pues “como eres tan amiga de D. “X”; el que te interrumpe “para decirte lo que le ha encargado D. “X” cuando estás en oración ante el Santísimo; al que miras estupefacta cuando, también en plena calle, intenta halagarte diciéndote lo “maravillosamente” que lees o bien preguntarte por esa reunión “que mantenéis en secreto” o el que te para para comunicarte que él o ella asiste a una reunión importantísima. Esto está pasando, negarlo es ponerse una venda en los ojos y tiene como consecuencia que algunos huyamos.
El padre Sayés dice algo parecido a esto: al sacerdote que no hace oración, Dios le castiga con reunión. Dejando de lado la primera parte de la frase que no viene al caso, le aseguro que equiparar reunión con castigo es acertadísimo. Ya sabe el dicho en la vida civil: si quieres dilatar la solución de un problema, crea una comisión. Cosa diferente es hablar largamente con un amigo sacerdote en la sacristía o en otro lugar, pero no es a esto a lo que creo se refiere don Javier.
Un saludo.
He de reconocer que no sé mucho de parroquias, ni de su funcionamiento. Por cuestiones de trabajo estoy de aquí para allá. No paro mucho en ningún sitio. Por eso me resulta ajeno lo de los parroquianos y el párroco. Es verdad que en alguna ocasión he acudido a algún sacerdote, de forma puntual y que asisto a la Santa Misa todo lo que puedo, pero nada más. Lo que narra Julia María, es algo que me resulta desconocido. Es más, creo que solo he acudido a un párroco en toda mi vida, en una de todas esas parroquias por las que he pasado en mi vida. Así que no me puedo hacer una idea de lo que Don Javier menciona. Bueno, supongo que los demás sacerdotes habrán sido párrocos, pero desde luego no de "mi parroquia", o de la parroquia a la que he pertenecido. Y es que entre tanto cambio, no sé muy bien cual es mi parroquia. Conversando con un sacerdote (no mi párroco) me comentó que el párroco mío es aquel a quien correspondía el lugar en el que uno vivía más de cuatro meses al año. Bueno, es un criterio como otro cualquiera. Así que se supone que La Trinidad no es mi parroquia.
ResponderEliminarConversando con un parroquiano, recuerdo haberle comentado, que todas las Iglesias son mi parroquia. Aquella Iglesia en la que estoy, es mi parroquia. Pero no sé si es un criterio muy acertado. Sigo rezando. DIOS les bendiga.