martes, 12 de noviembre de 2013

Los milagros y curaciones del Señor

¿Por qué tantos milagros y curaciones en los evangelios?
¿Qué interés tiene Cristo en curar?
¿Y sobre todo, por qué?

Podría en un acto de su voluntad divina haber curado de una vez a todos los ciegos, cojos, paralíticos, leprosos... Podría haber ahorrado mucho sufrimiento. ¿No era Jesús un filántropo, un amigo de la humanidad? ¿El iniciador de una ONG nueva?

Los milagros pretendían sobre todo un fin espiritual. Mostraban su divinidad de manera clara, actuando mediante su carne, su humanidad. Y así, curando, se veía que aquel Hombre era el Dios-con-nosotros, que el poder de Dios residía en Él, porque era Dios mismo, y su actuación señalaba el orden más importante, el que más le preocupaba e interesaba.

Los milagros y curaciones son signos del Reino de Dios, de la victoria pascual del Señor.

Esto no es negar la verdad histórica: fueron realmente curados y no son relatos mitológicos o simbólicos. ¡Que se lo pregunten a estos enfermos que tanto se alegraban! Lo que hemos de conseguir es ir más allá de una lectura del milagro concreto para comprender la intención de estas actuaciones salvadoras de Jesus.
La enfermedad y la sanación en el Evangelio tienen que ver con el Reino de Dios que en Cristo se está inaugurando:

"Jesús no deja lugar a dudas: Dios -cuyo rostro él mismo nos ha revelado- es el Dios de la vida, que nos libra de todo mal. Los signos de este poder suyo de amor son las curaciones que realiza: así demuestra que el reino de Dios está cerca, devolviendo a hombres y mujeres la plena integridad de espíritu y cuerpo. Digo que estas curaciones son signos: no se quedan en sí mismas, sino que guían hacia el mensaje de Cristo, nos guían hacia Dios y nos dan a entender que la verdadera y más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios, de la fuente de verdad y de amor. Y sólo la reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida, porque una vida sin amor y sin verdad no sería vida. El reino de Dios es precisamente la presencia de la verdad y del amor; y así es curación en la profundidad de nuestro ser. Por tanto, se comprende porqué su predicación y las curaciones que realiza siempre están unidas. En efecto, forman un único mensaje de esperanza y de salvación" (Benedicto XVI, Ángelus, 8-febrero-2009).

Veamos. ¿Qué es la enfermedad? ¿Cómo mira Cristo la enfermedad? ¿Qué valor último le da a la enfermedad? 

Es un fruto o consecuencia del pecado; no del pecado personal, a modo de castigo airado de Dios, sino del pecado de la humanidad, pecado original, que ha debilitado y desordenado todo.

Cristo ve las enfermedades como fruto del mal en la humanidad y en la naturaleza; curar es rescatar al hombre de las garras del mal, de las consecuencias del pecado. Es la enfermedad un símbolo, además, de la situación de toda persona en su alma: somos débiles, necesitados, dependientes, y necesitamos del Señor.

"La enfermedad es un rasgo típico de la condición humana, hasta tal punto de que puede convertirse en una metáfora realista de ella, como expresa bien san Agustín en una oración suya: "¡Señor, ten compasión de mí! ¡Ay de mí! Mira aquí mis llagas; no las escondo; tú eres médico, yo enfermo; tú eres misericordioso, yo miserable" (Confesiones, X, 39)" (Benedicto XVI, Ángelus, 12-febrero-2006).

La enfermedad es signo del pecado, de ahí los milagros, que revelan el poder del Señor sobre el pecado y sobre la muerte, restableciéndole en su dignidad al hombre.

"Este relato evangélico [el paralítico con la camilla] muestra que Jesús no sólo tiene el poder de curar el cuerpo enfermo, sino también el de perdonar los pecados; más aún, la curación física es signo de la curación espiritual que produce su perdón. Efectivamente, el pecado es una suerte de parálisis del espíritu, de la que solamente puede liberarnos la fuerza del amor misericordioso de Dios, permitiéndonos levantarnos y reanudar el camino por la senda del bien" (Benedicto XVI, Ángelus, 22-febrero-2009).

3 comentarios:

  1. Todos los milagros hechos por Jesucristo contienen una enseñanza precisa, estando íntimamente ligados a su misión de Mesías Salvador: Él es el enviado del Padre, el que trae la salvación definitiva a todos los hombres.


    «Las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado» ( Juan 5, 36)


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  2. Los milagros y curaciones del Señor no han parado desde aquellos que se relatan en los Evangelios. Me da por pensar que es una prueba, una evidencia de que DIOS está con nosotros. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga

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  3. Experiencia tremenda la de Juan el Bautista que sufre la terrible tentación de haber corrido en vano; con toda humildad manda a sus discípulos para preguntar al Señor: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Jesús responde: “Id y decid a Juan lo que habéis visto, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y una Buena Nueva llega a los pobres. Dichosos los que no tropiezan por mi causa”.

    La respuesta de Jesús nos reconduce a la profecía mesiánica más clara de Isaías, los milagros como una de las señales de la llegada del Reino en un bellísimo poema: “se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo… Los redimidos de Yhwh volverán...”.

    Juan entiende perfectamente la respuesta: es Él, el que anunciaban las profecías y, como precursor fiel, da testimonio hasta la efusión de la sangre. El Señor viene en persona, Dios mismo rescata a su pueblo. Éste es el motivo de la alegría, de la fortaleza, porque Cristo viene a instaurar el Reino de Dios en la historia de Israel y en la de toda la humanidad.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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