miércoles, 20 de febrero de 2013

Cultura secularizada en los días de hoy

Con algunos textos podríamos reflexionar sobre las raíces del mal que aquejan a toda esta cultura occidental, que nació cristiana; las raíces del mal es la secularización de la cultura y, por tanto, la fragmentación del hombre de hoy, interna, y la fragmentación de los saberes.


Los presupuestos de la modernidad (la Ilustración) y la búsqueda de la emancipación de Dios por parte del hombre para ser éste la fuente autónoma de la verdad y del bien, han provocado la destrucción de la cultura y del mismo hombre, generando divisiones profundas y, por definirlo de alguna manera, una "anti-cultura".

Uno de los principios de esta cultura secularizada es división del hombre entre lo privado y lo público, lo secular y religioso, la razón y la fe, sin que sea posible la unidad y la relación entre ambos polos.

"La división de la vida humana entre lo sagrado y lo profano (secular) procede naturalmente del espíritu occidental. Es una división que lleva las marcas de un origen cristiano, al mismo tiempo que testimonia la muerte de una cultura propiamente religiosa.

Cuando lo sagrado y lo profano se separan, entonces la religión ya no es más que un compartimento de la existencia, una actividad entre otras. Esto es lo que ha ocurrido con la religión burguesa. De lunes a viernes uno se gana la vida. El sábado y el domingo se descansa y, si uno quiere, se cumple con las obligaciones religiosas. La política, la industria, el arte -tal es el tipo de lista al que conviene añadir la religión. Pero la religión como actividad divorciada de las demás actividades no tiene objeto.

Si la religión sólo es una parte de la vida, entonces la religión se convierte en una opción. Únicamente una religión que sea una manera de vivir en todos los ámbitos de la existencia merece o puede esperar sobrevivir. Porque la tarea de la religión es ayudarnos a ver lo profano como sagrado, el mundo como don de Dios... De la misma forma, si nuestra religión está exenta de relación fundamental con la política, entonces comprendemos la política como un reino fuera del reino de Dios. Separar lo sagrado y lo profano es reconocer la acción de Dios sólo en los límites más estrictos. Una religión que reconoce esa separación, como lo hace la nuestra, está a punto de morir" (MacIntyre, Marxism: An Interpretation; Denis SUREAU, Una nueva teología política, Nuevo Inicio, Granada 2010, p. 119).

Esta fragmentación, repetimos, es el fruto de una cultura secular, con una razón débil, con un pensamiento débil. La civilización se derrumba y surge un sucedáneo que lleva veneno para el hombre. Aunque parezca ensalzar al hombre con un iluso humanismo, es en realidad un humanismo ateo que se está volviendo claramente contra el mismo hombre porque no responde a la naturaleza y a la vocación del hombre.

Existe un paralelismo con la caída de la civilización romana. Aquella cayó por debilidad interna y por el ataque de los bárbaros con una cultura fragmentada y pobre, y de aquellas cenizas el cristianismo hizo florecer una civilización merecedora de tal nombre. Lo que ahora vivimos es semejante o tal vez, incluso más dramático.

Un texto que ya se hecho clásico, casi antológico, nos lo puede desvelar mejor:
"Un punto de inflexión fundamental en la caída de Roma es el momento en que los hombres de buena voluntad cesaron de apuntalar el imperium y de identificar la continuidad de la civilización y de la comunidad moral con el mantenimiento de ese imperium. Sin ser siempre conscientes de ello, se consagraron desde entonces a la construcción de nuevas formas de comunidad en las que la vida moral pudiera sostenerse y permitir así a la civilidad y a la moral sobrevivir a la barbarie por venir. Si mi explicación de nuestra condición moral es correcta, hemos de concluir que hemos alcanzado, nosotros también, ese punto de inflexión. Debemos dedicarnos a la construcción de formas locales de comunidad donde la civilización y la vida intelectual y moral puedan sostenerse en medio de las tinieblas que ya nos rodean. Si la tradición de las virtudes pudo sobrevivir a los horrores de las tinieblas pasadas, no se ha perdido toda esperanza. Esta vez, no obstante, los bárbaros no nos amenazan en las fronteras: nos gobiernan ya hace algún tiempo. Nuestra inconsciencia de ese hecho explica en parte nuestra situación. No estamos esperando a Godot, sino a un nuevo (y sin duda muy diferente) san Benito" (MacIntyre, Après la vertu, 1997, p. 255).

Tremendo y sugerente análisis; tanto como para no adormecernos con el canto de sirenas de las grandes palabras del liberalismo secularizador: libertad, derechos, etc. Es lo contrario, realmente, a tener una base real en la que cimentarse, la de la Verdad; en un pensamiento que ya no se ancla en el Logos, la razón, sino en la opinión y la limitación de la ciencia confinada a su propia límite.

Es verdad, los bárbaros ya nos gobiernan. Una civilización ha sido derrocada. Estamos bajo una nueva tiranía, secularizada y liberal, que nos ha sometido a la "dictadura del relativismo", y dicha dictadura se extiende a lo moral, a lo político (la endiosada democracia liberal que es una partitocracia), la economía... así como el conjunto de la cultura, del arte y del pensamiento. Apenas lo advertimos de lo asfixiados que estamos ya por esta secularización destructora.

Pero la voz crítica de la Iglesia, un baluarte de la verdad y del pensamiento hoy, nos despierta del letargo post-modernista y nos sitúa ante la inmensa labor de construir una civilización verdadera.

Leamos atentamente la densa -y precisa- palabra del papa Benedicto XVI:

"La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas.

Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial.

La «muerte de Dios», anunciada por tantos intelectuales en los decenios pasados, cede el paso a un estéril culto del individuo. En este contexto cultural, existe el peligro de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, caracterizados a veces por sucedáneos de pertenencia religiosa y de vago espiritualismo. Es sumamente urgente reaccionar ante esa tendencia mediante la referencia a los grandes valores de la existencia, que dan sentido a la vida y pueden colmar la inquietud del corazón humano en busca de felicidad: la dignidad de la persona humana y su libertad, la igualdad entre todos los hombres, el sentido de la vida, de la muerte y de lo que nos espera después de la conclusión de la existencia terrena" (Benedicto XVI, Disc. al Pontificio Consejo para la Cultura, 8-marzo-2008).


10 comentarios:

  1. Ex-ce-len-te. Sí señor. ¡Gracias Javier!
    No siempre comento, pero te leo. Quiero yo que la conversación y la palabra de muchos otros fuesen como las tuyas.
    Siempre en mi oración y ofrecimiento, ya sabes.

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    1. Si lees siempre este blog, eres digno de una medalla de oro por lo menos. Gracias a ti.

      Un fortísimo abrazo.

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  2. Perfecta entrada que me conforta en el compartir la visión de los signos de los tiempos. “No estamos esperando a Godot, sino a un nuevo (y sin duda muy diferente) san Benito”.

    Gramci observó que, como demostraban los sacramentos, la fe cristiana no era una religión no materialista y, por tanto no era posible atacarla utilizando el materialismo económico de Marx. En consecuencia, afirmó que para marginar a la religión católica era necesario acudir a la sustitución de la Trascendencia por la Inmanencia tanto en los intelectuales (cultura, educación, superestructura) como en las masas (medios de difusión); en términos coloquiales: lo que os promete vuestra fe en un cielo, os lo damos nosotros ya aquí en la tierra. “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz".

    Sólo discrepo de la apreciación de MacIntyre, “Debemos dedicarnos a la construcción de formas locales de comunidad”, si esta apreciación no se matiza. Y ¿por qué discrepo? Primero, porque la experiencia nos demuestra que estas formas locales de comunidad, también las eclesiales, que deben ser instrumentos para evangelizar el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres (el mundo, la civilización), se convierten en un fin en sí mismas y crean vanas satisfacciones humanas en sus integrantes. Segundo, porque si se convierten en un fin no estamos obedeciendo el mandato “id a todo el mundo”, ni evitaremos el intento del “bárbaro” de marginar nuestra fe; no somo los Amish.

    Tu luz, Señor, nos hace ver la luz. ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Fe de erratas: falta una letra s en el último inciso del penúltimo párrafo; donde dice: no somo los Amish, debe decir: no somos los Amish.

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    2. Julia María:

      No entro a comentar la errata (jejeje).

      ¿Por qué discrepa de la creación de formas locales de comunidad? Se da por hecho en el planteamiento del autor que son comunidades vivas, no encerradas en sí, mirándose a sí mismas. Eso no construye jamás nada. No me sale ahora la expresión literal, pero Benedicto XVI hablaba algo de comunidades creativas...

      Un gran abrazo (y es muy sincero)

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    3. Sólo discrepo si no se matiza ¿Por qué? me pregunta. Porque la experiencia me ha demostrado, con las excepciones que puedan existir:

      1º. Que lo que se denominan formas locales de comunidad tienden a encerrarse en sí mismas y, lo que es peor, sin que nadie corrija el encierro. Y no fue eso lo que nos mandó el Maestro. No dijo nada de “sentirse calentito” y no fue necesario que lo excluyera porque todo su mensaje lo rezuma.

      2º. Que suelen especializarse y no he visto a nadie menos “especialista” que Jesús.

      3º. Que tienden a imponer su “modelo de espiritualidad” a los demás en especial en cuanto a doctrina y liturgia. Y si no aceptas la imposición y se lo manifiestas con la mayor caridad, se arma el lío. Nada vale que intentes explicarle que tu concepto de Iglesia como comunidad no es tan restrictivo. La frase de san Agustín: "unidad en lo esencial, en lo dudoso libertad", se suele interpretar a gusto del consumidor.

      4º.Que fomentan los protagonismos.

      5º Que respecto a mí suele darse a veces la aparente paradoja de estar más unida a católicos de África y de Hispanoamérica. Tanto mi fe como mi razón me situan en la Iglesia Universal.

      6º. Con el profundo respeto que siento por el Santo Padre, si yo pudiera hablar con él, le preguntaría qué quiere decir “comunidad creativa”. Y bien sabe Dios que no es por fastidiar. Sí, ya sé que parezco una obsesa del lenguaje pero mi preocupación está fundamentada en la experiencia y en mis conocimientos prácticos y empíricos sobre Teoría política.

      Por no extender más (¿): iglesias locales, sí y profundamente unidas entre sí y al sucesor de san Pedro (no únicamente de palabra). Y en ellas, evitar fragmentarismos. Los compartimentos que fuesen estrictamente necesarios deben ser funcionales y tener mecanismos correctores reales. Estos deben estar destinados a evitar o solucionar tanto la descordinación como los peligros a los que arriba me he referido. La imagen que ofrecemos a agnósticos y ateos es, en sus propias palabras, lamentable.

      Mis disculpas por la extensión. Ya sabe que es un peligro alentarme a escribir.(Risas). Valore lo que, en aras de la brevedad, todavía me callo... (Más risas)

      Un abrazo.


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    4. Hoy está de suerte: estoy en el despacho y veo su comentario, con lo que paso a respuesta inmediata.

      No creo que la mens del Santo Padre sean esos grupúsculos tan contentos de haberse conocido a sí mismos, con la altivez del fariseo que mira por encima del hombro a los demás que no son de su "clan". El peligro es real -lo comparto y valoro como vos-, pero también la necesidad de comunidades cristianas (llámense parroquias, llámense Iglesias locales), que tal vez no con una masa informe de gran número, sino con personas de solidez espiritual y formativa, tiren del carro que es la Iglesia, la evangelización, el desafío actual.

      Así que acabamos llegando vd. y yo a puntos comunes.

      La extensión queda disculpada. Valoro lo que calla... porque si lo escribiera... ¡ay, cuántas páginas no se llevaría vd. solita!

      (¿Le gusta la fotografía? ¿Le mando un enlace privado para que vea fotos?)

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    5. Me gusta mucho la fotografía, mi padre era un gran aficionado (todavía conservo la vieja cámara que hizo tantas fotos en el norte de África) y mi hijo mayor también es aficionado aunque ahora no tiene mucho tiempo. Estaré encantada con el enlace.

      Voto por la parroquia.

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  3. La Iglesia salió de la barbarie pagana, y saldrá de la barbarie liberal y probablemente, más limpia, más fuerte, más pura, más cercana a DIOS. DIOS es el SEÑOR de la Historia.
    Sigo rezando. Muchas gracias por todo.

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    1. La Iglesia siempre sale de todo. No me preocupa tanto ese punto cuanto el responder adecuadamente a las circunstancias nuevas en las que nos hallamos.

      Me preocupa que seamos ingenuos y no nos demos cuenta de lo que hay, y pensemos que porque haya multitudes en determinados actos tradicionales, ya casi culturales, como procesiones, y hagan muchos niños la Primera Comunión, soñemos con que esto está cristianizado aún.

      Los retos están ahí. La situación es nueva, aunque se hable muy poco de ella.

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