miércoles, 12 de abril de 2023

Mística del silencio: Edith Stein - III (Silencio - XIX)



Estar con Cristo-Eucaristía, sea en la Misa, sea en la soledad amable del Sagrario, es encontrar vida y gracia:

            “¿Qué nos ofrece el Salvador en la vida eucarística?
            Él nos espera para acoger todas nuestras cargas, para consolarnos, para aconsejarnos, para ayudarnos como el más fiel y siempre amigo.
            Igualmente Él nos permite vivir su vida, especialmente cuando nos asociamos a la Liturgia y allí experimentamos su vida, su pasión y muerte, su resurrección y ascensión, y el devenir y crecer de su Iglesia. Entonces seremos elevados de la pequeñez de nuestro ser a la grandeza del reino de Dios; sus asuntos serán nuestros asuntos y cada vez más profundamente estaremos unidos con el Señor y en Él con todos los suyos. Toda soledad desaparece y estamos incontestablemente escondidos en la Tienda del Rey, caminando en su luz” (Educación eucarística, OC IV, 152).

            El silencio de la oración es testigo de muchas gracias; porque en la oración, Dios va dando forma a cada alma, transformándola, y haciéndola canal de gracia para otras almas. Pero esto sólo ocurre en el silencio de la oración, donde Dios talla el alma, la esculpe, la forja:

            “Lo que Dios obra en nuestras almas durante las horas de oración interior está escondido a la mirada de los hombres. Es gracia tras gracia. Y todas las otras horas de la vida son una constante acción de gracias por ello” (Sobre la historia y el espíritu del Carmelo, OC V, 564).

            Explicando la teología del Pseudo-Dionisio, Edith afirma cómo es necesario el silencio en la teología: por un lado silencio para contemplar lo revelado, por otro silencio después de las palabras, porque el discurso teológico es limitado ante el Misterio:


            “La misma teología mística ocupa el grado superior. Quizás fuese mejor sustituir el calificativo “teología mística” por “revelación secreta”. Dios solamente es reconocido en lo que se revela, y los espíritus, a los que se revela, transmiten la revelación. Conocimiento y anuncio se exigen mutuamente. Cuanto más elevado es el conocimiento, tanto más oscuro y misterioso resulta, y menos posibilidad hay de plasmarlo en palabras. La ascensión hacia Dios es una ascensión a la oscuridad y al silencio. Al pie de la montaña es posible, todavía, expresarse con un lenguaje inteligible” (Caminos del conocimiento de Dios, OC V, 131).

            Así la teología se convierte en discurso y silencio: “la teología positiva y la negativa, una vez cumplido el ascenso, ceden el puesto a la teología mística, la cual alcanza la unión con el inefable en silencio total” (Ibíd.), por ello, “ambas desembocan en la cima de la teología mística, en la que Dios mismo desvela su misterio, dejando entrever al mismo tiempo la impenetrabilidad del mismo” (Ibíd.). Concluyendo su estudio sobre la teología mística del Pseudo-Dionisio afirmará santa Teresa Benedicta:

            “De ahí que también esta “teología afirmativa” necesita del complemento y rectificación de una teología negativa. En ambas se pone de manifiesto algo que hace de todo conocimiento divino un conocimiento de Dios: el encuentro personal con Dios. Cuando finalmente esto se hace experiencia vivida, y no mediatizada a través de imágenes ni comparaciones, ni de ideas –ni a través de lo que no pueda atribuírsele un nombre-, entonces tendremos la “misteriosa revelación” en el sentido más propio, la teología mística, la automanifestación de Dios en silencio. Ésta es la cima a la que conducen los grados del conocimiento de Dios” (Caminos del conocimiento de Dios, OC V, 160).
           
            Cuando Sta. Teresa Benedicta explica y comenta la doctrina espiritual de S. Juan de la Cruz en su preciosa obra “Ciencia de la Cruz”, aparece el silencio en los procesos interiores de la mística: cuanto más se avanza en la contemplación, más en silencio vive el alma; y también un silencio de todo que es purificación de Dios.

            En cuanto a la necesidad del silencio cuanto más interior, amorosa y contemplativa es la oración, dice Edith Stein:

            “Algo parecido vienen a ser las relaciones del alma con Dios tras una larga práctica de la vida espiritual. Ya no necesita el alma de la meditación para conocer y amar a Dios. Este camino ha quedado muy atrás y el alma descansa en el término. Tan pronto como se pone en oración está ya con Dios y permanece en un santo abandono en su presencia. Su silencio le es preferible más que muchas palabras” (Ciencia de la cruz, OC V, 302).

            Pero también es silencio purificador, donde Dios actúa pero el alma no siente nada; así también se avanza en la noche:

            “Es cierto que el alma habría podido conseguir mucho, pero nunca realizar obra tan completa, perfecta y segura como ahora que Dios la ha cogido de la mano. Porque le guía como a un ciego por un camino oscuro, sin que sepa dónde ni por dónde, pero se trata de un camino que, en el más afortunado de los caminos, jamás habría podido encontrar con sus propios ojos y pies. Por eso, sin ni siquiera darse cuenta, da grandes pasos adelante, incluso aunque piense que va perdida” (Ciencia de la cruz, OC V, 321).




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