3. Al ser un rito que duraba
tiempo, como hemos visto, pronto apareció un canto que lo acompañase, apropiado
para ese rito eucarístico tan entrañable.
Por
ejemplo, en el rito hispano-mozárabe, el pan se parte (y luego se colocan 9
trozos en forma de cruz sobre la patena evocando cada misterio de Cristo)
mientras se canta la “antífona ad confractionem”, la antífona para la fracción.
El Ordinario ofrece varias:
“Cristo, acuérdate de nosotros en tu
reino, y haznos dignos de tu resurrección”.
“Acepta, Señor, en tu presencia
nuestro sacrificio, y sea de tu agrado”.
“Danos, Señor, la comida a su
tiempo, abre tu mano, y sacia nuestras almas con tus bendiciones”.
“Descienda sobre nosotros, Señor, tu
misericordia, como la esperamos de ti”.
Y
en el santo tiempo pascual: “Venció el león de la tribu de Judá, la raíz de
David, aleluya”.
El
rito romano introdujo a finales del siglo VII una letanía de origen griego:
“Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”. Según el Liber pontificalis,
un Papa de origen griego, Sergio I (687-701) fue quien introdujo esta letanía.
4.
La letanía del Agnus Dei comienza con la invocación “Cordero de Dios que quitas
el pecado el mundo”, tomando las palabras con que Juan el Bautista señaló al
Redentor y lo proclamó ante todos (cf. Jn 1,29).
Son
palabras que evocan al Cordero que fue llevado al matadero sin abrir la boca
(Is 53) sufriendo por los pecados, el Siervo de Dios. Su sacrificio fue
redentor para todos. Palabras que evocan también al cordero pascual que se
inmolaba y era comido como memorial de la salvación de Dios.
No
es de extrañar, con estas figuras o tipos del Antiguo Testamento, que a
Jesucristo se le llame el Cordero de Dios, el verdadero Cordero que quita el
pecado del mundo. No sólo fue el Precursor quien lo calificó así; san Pedro
afirma: “Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de
vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la
sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha” (1P 1,18).
Que
Cristo sea el Cordero verdadero e inmolado, lo vemos igualmente en el
Apocalipsis: un cordero en pie, en el trono, que se notaba que lo habían
degollado y al que todos adoran postrándose y diciendo: “Digno es el cordero
degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría…” (Ap 5,12). Aguardamos
y esperamos las bodas del Cordero con su Esposa, la Iglesia engalanada (cf. Ap
19,7). La categoría de “cordero” es una nota propia de la cristología del
Apocalipsis, y aparece casi 30 veces. Es una construcción simbólica en la que
el cordero es Cristo, preparado por el AT en la doble línea del Éxodo y del
Siervo de Yahvé en Isaías; justamente muerto y resucitado, con todo el poder
mesiánico.
Al
cantar la letanía del Agnus Dei, y su respuesta “ten piedad de nosotros” y
finalmente “danos la paz”, reconocemos también en el rito de la fracción el
sacrificio mismo de Cristo, su inmolación y entrega en la cruz, dándose por
nosotros. Sólo inmolándose alcanzó la redención de los pecados de la humanidad.
Es el rito de la fracción un signo sacramental claro de la Pasión del Salvador. “En el
pan partido el Señor se reparte a sí mismo. El gesto de partir alude
misteriosamente también a su muerte, al amor hasta la muerte” (Benedicto XVI,
Hom., 9-abril-2009). Cristo, entregándose en la Eucaristía, le da a la Iglesia su propia vida,
¡su propio Cuerpo!
Sólo
queda resaltar cómo, la última vez, todos cantan en la letanía “danos la paz”.
Se engarza así con el rito anterior, el beso santo de la paz, y se subraya cómo
toda paz verdadera viene de Cristo que es nuestra paz, no una paz horizontal,
basada en componendas humanas y pactos, sino de Él y de su Reino.
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