En la
Iglesia, con origen apostólico, se dan usos o prácticas
diversas, legítimas, enriquecedoras de la vida de la Iglesia, que suelen
abarcar zonas, regiones, ritos, que suelen tener un campo de extensión o
influencia considerables enriqueciendo la vida litúrgica de otras Iglesias. En
la liturgia los usos o costumbres se asumen y se extienden, entendiendo en
ellos un origen apostólico, distinto origen apostólico, pero igual validez para
los distintos usos.
En
primer lugar san Isidoro presenta el origen de las costumbres eclesiásticas en su tratado "los oficios eclesiásticos":
“Las antedichas, y otras muchas prácticas, son las que se encuentran en las diversas iglesias de Cristo. De entre ellas, hay algunas que se recomiendan en los escritos canónicos; otras nunca se fijaron por escrito, pero se difundieron y se observan por tradición. Sin embargo, en cuanto a aquéllas que se guardan en todo el mundo se ha de suponer que fueron instituidas o por los Apóstoles o por la autoridad de los principales concilios, así la pasión y resurrección, la ascensión a los cielos, la venida del Espíritu Santo, que se conmemoran en el correspondiente día del año y, si algo universalmente se observa, téngase por seguro que fue la Iglesia quien lo implantó” (I, 44).
Junto
a lo universalmente admitido, realizado así en el orbe católico, se integran
las diferentes costumbres que son legítimas en sí mismas:
“Aquellas prácticas que de distinta manera se guardan en las respectivas y diversas comunidades, como puede ser el que algunos ayunen en sábado, otros no, que estos comulguen diariamente, otros sólo ciertas fechas, que en algún lugar no quede día en que no se ofrezca el sacrificio, mientras que en otros sólo se celebra sábados y domingos o únicamente los domingos; y si cosas semejantes pueden encontrarse, todo se debe a que esa fue la devoción de sacerdotes que gobernaron dichas iglesias o comunidades, y allí establecieron esas prácticas. Ni tal disciplina es más de elogiar para el serio y prudente cristiano, a no ser que de tal manera se comporte que no se acomode a lo que observa que se practica en la iglesia en la que se encuentre de paso. Todo lo cual, ni contra la fe, ni contra las buenas costumbres se debe seguir indiscriminadamente, es más, en atención a la iglesia con la que se convive, se han de guardar sus tradiciones, para que prácticas dispares no engendren cismas” (I, 44).
Los
usos y costumbres están presentes en la liturgia que san Isidoro describe; unos
como usos recibidos de otras Iglesias que parecen convenientes, otros como usos
propios y legítimos.
Las
antífonas, es decir, el modo antifonal de cantar, es recepción de un uso
foráneo: “Fueron los griegos los primeros que compusieron antífonas,
cantándolas, alternativamente a dos coros, a manera de dos serafines (Is 3), o
los dos Testamentos vitoreando mutua y alternativamente. Entre los latinos fue
el bienaventurado Ambrosio el primero que introdujo las antífonas, siguiendo el
ejemplo de los griegos; y de aquí tal costumbre se extendió por todas las
regiones occidentales” (I, 7).
La composición de formularios eucológicos,
siguiendo el mandato del Señor, también se le atribuye a los griegos: “Fueron
los griegos quienes primero comenzaron a reparar oraciones, para con ellas,
rogar a Dios” (I, 8). Igual valor y reconocimiento tiene otro uso asumido, el
canto de los responsorios: “fueron introducidos, mucho tiempo antes, por los itálicos;
se les dio tal nombre, porque el coro respondía en el mismo tono con que un
cantor iniciaba el cántico” (I, 9). Uso universalmente reconocido es la oración
por los difuntos y ofrecer la
Oblación en su favor: “Ofrecer el sacrificio por el descanso
de los fieles difuntos y orar por ellos, ya que ésta es la costumbre que se
observa en todo el mundo, creemos que fue instituida por los Apóstoles. Es lo
que, en todas partes, mantiene la Iglesia Católica” (I, 18).
Los
Maitines, cual oración litúrgica matinal, es atribuida a la costumbre de la Iglesia de Jerusalén:
“Nos enseña Casiano que el oficio de las solemnidades matutinas, introducido no hace mucho tiempo, comenzó en el monasterio de Belén, donde Nuestro Señor Jesucristo se dignó nacer de una Virgen para la redención del género humano. Desde allí se extendió por todo el mundo la costumbre de tal celebración” (I, 23).
Costumbre
inmemorial, y universalmente establecida, es la forma de orar y celebrar
durante la cincuentena pascual y los domingos:
“En esos días no doblamos las rodillas en la oración, porque, como algún sabio dijo, el arrodillarse es señal de penitencia y de luto. Por lo cual, también en aquellas solemnidades en que guardamos el domingo, es tradición de nuestros mayores que no se debe guardar el ayuno ni doblar las rodillas, en recuerdo de la resurrección del Señor” (I, 34).
Las fechas de las fiestas de los mártires y el modo de celebrarlas para
venerarlos se establecen según los lugares y las Iglesias con legítima
variedad:
“Todas las festividades en honor de los mártires, y teniendo en cuenta la variedad de las liturgias y las diferentes épocas, fueron reglamentadas por varones prudentes, no ocurriese que insólitas reuniones populares menguasen la fe en Cristo. Por lo cual se establecieron algunas fechas para que todos se reuniesen en una única asamblea, a fin de que la mutua unión se consiguiese mayor crecimiento en la fe y redundase en mayor alegría” (I, 36).
La misma variedad se aplica a las prácticas de ayuno, que varían en
días según las distintas Iglesias:
“Además de estos ayunos, ordenados para tiempos determinados, algunos guardan ayuno todos los viernes del año en recuerdo de la pasión del Señor. Otros muchos ayunan los sábados, porque un sábado íntegro permaneció Cristo en el sepulcro, para que no se otorgue a los judíos con alegrías lo que Cristo padeció muriendo. El domingo nunca se deben rechazar los alimentos, para mostrar a los paganos la resurrección de Cristo y, con ella, nuestro gozo, teniendo especialmente en cuenta que la Sede Apostólica observa esta norma” (I, 43).
También
san Isidoro conoce otras prácticas eclesiales que sin embargo difieren de las
costumbres hispanas.
Otras
tradiciones o usos se conocen, pero no se siguen porque ya ahí un uso previo
local que parece más conveniente, como en canto del Aleluya que en Hispania se
canta siempre exceptuando los días de ayuno y la Cuaresma pero “en las
regiones del África, no en todo tiempo, sino únicamente los domingos y
cincuenta día después de la resurrección del Señor se canta el alleluia, para
significar la futura resurrección y la alegría pascual. Entre nosotros, según
una antigua tradición hispana, a excepción de los días de ayuno y de Cuaresma,
todo el año se canta el alleluia” (I, 13).
Ya en la Hispania visigótica el
ciclo de la Apparitio
Domini incluía la doble fiesta de la Natividad del Señor y de
la Epifanía,
pero san Isidoro recuerda el uso local de Egipto que las mantiene unidas en la Epifanía:
“Refiere Casiano que, entre los egipcios, la solemnidad de la Natividad y de la Epifanía no se celebran en fechas distintas, como ocurre en Occidente, sino en una única festividad. Y en ella se envían cartas del patriarca de Alejandría a todas las iglesias y monasterios de Egipto, en las que se les da a conocer el comienzo de la Cuaresma y la fecha de la Pascua” (I, 27).
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