“Si no hay lugar para Cristo,
tampoco hay lugar para el hombre”[1].
Con frase lapidaria, Juan Pablo II señalaba entonces el gran reto para los
católicos: ¡Cristo debe tener su lugar en el espacio digital! ¡Cristo debe
estar presente también en Internet!, ya que, si no, tampoco hay lugar para el
hombre, pues éste se comprende sólo a la luz del Verbo encarnado (cf. GS 22).
Por lo cual, también es pastoral escribir en un blog; es
también apostolado escribir y participar en los blogs, en los foros, en las
redes sociales, aunque sean formas y métodos nuevos, alejados en cierto modo de
la pastoral tradicional tal como se concibe o se piensa muchas veces.
No es una
pérdida de tiempo ni una afición para ratos perdidos: es un sacrificio de
tiempo (que se roba al sueño, al descanso legítimo o al ocio necesario), de
precisión, de contenidos claros; es apostolado y pastoral para un sacerdote,
para un consagrado y para un fiel laico.
Sólo quien desconozca por dónde va la
cultura y el mundo hoy, puede menospreciar el trabajo apostólico en Internet o
minusvalorarlo (la estrechez de miras de una “pastoral de campanario” o de una
“pastoral secularizada” para lograr sólo un grupo de incondicionales-amigos);
sólo quien sea incapaz de percibir el alcance de Internet puede mirar
altaneramente este apostolado, valorándolo en categorías de entretenimiento, de
superficialidad o de vanidad personal: su difusión increíble logra crear
pensamiento y cultura, y las posibilidades de catequesis, formación y
evangelización se multiplican hoy para quien sea capaz, con sacrificio, de
aprovecharlas y lanzarse a este mundo digital, navegar por Internet y echar las
redes duc in altum. Es más, para un sacerdote es un campo apremiante y necesario
según escribía recientemente Benedicto XVI, y no un entretenimiento ni una
pastoral innecesaria:
“Se
pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en
constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de
animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas
«voces» surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no
sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva
generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios
web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la
evangelización y la catequesis.
El sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos
modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el
rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales
medios –adquirido también en el período de formación– con una sólida
preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su
constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el
presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios,
su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es
propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red»”[2].
Todo lo que se pueda hacer es poco: queda por delante
evangelizar todo este “continente digital” que es Internet, y quien pueda ha de
lanzarse a él, por amor a Jesucristo y a la Iglesia, buscando el bien de los hombres y su
salvación; por eso es pastoral que el sacerdote esté, trabaje y evangelice en
Internet como en cualquier otro ámbito.
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