Daremos un nuevo paso. El primer libro de los Reyes relata
la consagración del Templo auténtico. Templo que sirvió al redactor sacerdotal
en el exilio para proyectarlo a las leyes relativas al culto en el Sinaí,
situando allí todo lo que, referente al culto, se hacía en Jerusalén antes del
exilio babilónico.
La consagración del Templo es rubricada, de forma solemne,
con la venida de la nube que hace visible la gloria y majestad del Señor. Dice
así la Escritura:
"Mientras los
sacerdotes salían del lugar santo, una nube llenó el templo del Señor, de modo
que los sacerdotes no podían oficiar, por causa de la nube. La gloria del Señor
llenaba el templo" (1Re 8,10-11). El Templo es el signo
fundamental de la presencia del Señor en medio de su pueblo.
Este pasaje está
considerablemente ampliado con interpolación de discursos del deuteronomista...
David había llevado el arca, signo visible de la presencia de Yahvé a
Jerusalén, la antigua ciudad yebusea... Salomón ahora toma el arca de la ciudad
de David... en una procesión festiva... La entrada del arca en el nuevo templo,
que simboliza la toma de posesión de su casa por Yahvé, es la principal
ceremonia de la dedicación, pues el templo, de acuerdo con el deseo de David,
al que ahora da cumplimiento Salomón, ha sido construido para Yahvé, que mora
sobre el arca[1].
Este Templo es una casa construida por los hombres para
significar realmente que el Señor está en medio de ellos. "Tú, Señor, dijiste que
habitarías en una nube oscura. Pero yo te he construido una casa, para que
vivas en él, un lugar donde habites para siempre" (1Re
8,12b-13). El Templo se concibe como la morada de Dios con los hombres para
siempre, siendo el signo evidente de la comunión entre Dios y su pueblo Israel.
El Templo queda consagrado tras la traslación del arca (1Re 8,1-9), por medio
de la teofanía que el Señor realiza: la nube llenó el templo, identificando en
este texto la nube con la misma gloria del Señor[2], que toma posesión por
siempre del Templo[3].
Es interesante, de forma muy especial, en este relato, la
prefiguración que podemos encontrar de Jesucristo como el Nombre de Dios en
medio de su pueblo. El Templo es la
Casa construida en honor del Nombre de Yahvé, según la
oración de Salomón, recordando lo que Yahvé dijo a su padre David por "haber pensado en tu
corazón edificar una Casa a mi Nombre" (1Re 8,18b). El Nombre
sabemos que se refiere a Dios mismo; y el "Nombre-sobre-todo-Nombre"
(Flp 2,9) es, según san Pablo, el mismo Cristo Jesús. De tal forma que la Casa edificada al Nombre del
Señor será referida a Cristo Jesús (será lo que veremos al analizar la Anunciación del Señor
en la perícopa lucana, y al que nos remitimos desde ahora).
Este texto de la posesión del Señor del Templo de Jerusalén
por medio de la nube, remite a dos textos más que son paralelos y en los cuales
la gloria del Señor se manifiesta en relación al Templo como presencia
salvadora y lugar de comunión entre el Señor y su pueblo: Dios invade el Templo
por medio de la nube. El primero es un texto de Ezequiel, en torno al cual se
funda el círculo sacerdotal, y en el cual el Templo tiene una gran importancia,
puesta de relieve en todos los textos redactados -o retocados- por el
sacerdotal. El texto de Ezequiel (43,5) en el que nos vamos a detener, está dentro
de un contexto muy determinado. Desde el destierro, Ezequiel, siguiendo los
esquemas que él conoció antes del exilio, proyecta la reconstrucción de Israel
y del Templo, relatado en forma de visiones o de oráculos sobre el futuro, que
abarca la última sección del libro del profeta (40-48,35), predominando un tono
cultual-legislativo, propio del sacerdotal.
En este contexto, Ezequiel ve cómo,
una vez reconstruido el Templo a la vuelta del pueblo a la tierra de Israel, el
Señor lo consagra con su presencia. Dice Ezequiel: "el espíritu me levantó y me
introdujo en el atrio interior. La gloria del Señor llenaba el Templo" (Ez
43,5). Este texto, aunque no lo mencione explícitamente, está referido a la
nube. Ésta invade el Templo, lo llena y lo cubre con su sombra, haciendo que el
kabod del Señor consagre el Templo como nueva morada del Señor con su pueblo.
Así, la esperanza de volver a la tierra tras el exilio, requerirá una
conversión y una vuelta a la comunión con el Señor rota por las infidelidades
de Israel[4], y un nuevo período de
alianza, con la certeza de que el Señor estará en medio de su pueblo.
Presencia del Señor, ratificadora de una nueva -futura, en
este caso- etapa del pueblo elegido, asegurada por la gloria del Señor. Esta
gloria la debemos entender como poder, como la majestad y santidad de Dios que
cubre el Templo, que lo llena. La nube es la gloria y poder del Señor que abre
un período nuevo de relaciones entre el Señor y su pueblo que se compromete a
ser fiel a la Ley.
Finalmente, una presencia consoladora y gloriosa del Señor
al final de los tiempos, en la
Jerusalén celestial. Es el libro del Apocalipsis que toma el
motivo del Templo para expresar la gloria del Señor en la Jerusalén del cielo
nuevo y de la tierra nueva: "el templo se llenó del humo de la gloria y del poder de Dios, y
a nadie se le permitía entrar en el templo mientras no se consumasen las siete
plagas de los siete ángeles" (Ap 15,8). Es un texto
que recuerda claramente a 1Re 8,10, con unas resonancias escatológicas: el pueblo
de los redimidos goza ya de la presencia consoladora del Señor, al final de los
tiempos, y ve este pueblo cómo el Señor, tras el peregrinaje en la Jerusalén terrena, está
en medio de ellos, manifestando su gloria. Es una alianza plena y definitiva
que culmina todas las alianzas que antes hemos visto ratificada por la gloria
del Señor en la nube. Es una presencia definitiva de un pueblo nuevo, el pueblo
de los redimidos, que participa ya en un culto y liturgias distintos: la
liturgia celestial.
Es ya el momento de pasar al N.T. para ver la Anunciación y la Transfiguración
del Señor Jesús. Él es nuestra salvación y el cumplimiento pleno de todas estas
realidades que son figuras y profecías del misterio salvador de Jesucristo:
Es evidente que no sólo toda la Ley y los Profetas penden de
estos dos mandamientos: amor a Dios y amor al prójimo -como hasta el momento de
su venida lo afirma el Señor-. Sino también cualquier otro libro que, para
nuestra salud, fue posteriormente escrito y conservado. De modo que en el AT
está oculto el Nuevo, y en el NT está revelado el Antiguo (S. AGUSTÍN, Tratado
catequístico, 1,4,8).
[3] Es evidente que dentro de la teología del pueblo de
Israel, a pesar de sus muchas fuentes y diversidades, no se puede concebir que
un Templo sea la morada de Dios, puesto que Éste es infinito e inabarcable; sí,
por el cambio, es un signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Cfr.
1Re 8, 23-30.
[4] "Para Ezequiel la causa del cercano hundimiento
de Israel está... en que Israel desfallece en el terreno de lo santo; que
Israel ha profanado el santuario; que se vuelve hacia otros cultos y que ha
metido a los ídolos en su corazón; resumiendo: que Israel 'se ha vuelto impuro'
ante Yahvé; ésta es la causa de su castigo", RAD, Gerhard Von, Teología...
Vol. II. Salamanca, 1990 (6ª), p.280.
No hay comentarios:
Publicar un comentario