La dificultad para el silencio es
evidente. No sólo nos falta educación interna para vivirlo, sino que estamos
viviendo en un mundo ruidoso que ni favorece ni alienta el silencio, sino que,
por el contrario, lo dificulta y no deja ver los beneficios de un fecundo
silencio interior.
Vivimos
con ruido:
“El progreso técnico, especialmente
en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del
hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las
ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque
siempre persiste un ruido de fondo, en algunas zonas también de noche.
En las
últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha
difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la
virtualidad, que corre el peligro de dominar sobre la realidad. Cada vez más,
incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual
a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida desde la mañana hasta
la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta situación, parecen querer
llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir,
precisamente, este vacío.
Se trata de una tendencia que siempre ha existido,
especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados,
pero hoy ha alcanzado tal nivel que se habla de mutación antropológica. Algunas
personas ya no son capaces de permanecer por mucho tiempo en silencio y en
soledad” (Benedicto XVI, Hom. de Vísperas con los cartujos, 9-octubre-2011).
¿Qué
pretendemos, qué es necesario? ¡Formar en el silencio!
“La formación litúrgica
debería considerar tarea propia ayudar a que se dé este proceso interior, para
que la comunión del silencio se convierta verdaderamente en un acontecimiento
litúrgico y, por tanto, en un silencio lleno de contenido”[1].
Dedicaremos una serie amplia de artículo sobre los valores del silencio... hasta desembocar en el silencio en las distintas celebraciones litúrgicas.
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