sábado, 12 de febrero de 2022

La fortaleza, virtud (y II)



3. La virtud cardinal de la fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir; atacar al pecado, a la injusticia, al mal, a las propias pasiones; resistir, que es más heroico, es dejarse hacer, es soportar la injusticia, el ultraje, la cruz, la persecución, antes que abandonar el bien cometiendo un mal, o rechazar a Cristo. El caso extremo y evidente, es la fortaleza de los mártires en entregar su vida por Cristo.



La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos repentinos e imprevistos y en las circunstancias adversas y dificultades que no esperamos; con razón en el formulario de vísperas del común de mártires suplicamos al Señor que sepamos “soportar con generosidad las contrariedades de la vida”. 

Son estas dificultades e imprevistos los que evidencian si la casa, nuestro ser humano, está edificado sobre roca o sobre arena, según resistan las lluvias y los vientos (cf. Mt 7,21-27) de los contratiempos y dificultades. Y lo mismo es evidente la fortaleza para atacar frente al mal: tiene mayor fortaleza el que reacciona al momento contra el mal, el pecado o la injusticia, sin tener tiempo de pensarlo, que el que lo hace únicamente después de pensarlo mucho y dejar que pase tiempo.

 
La virtud de la fortaleza ataca frente a la injusticia (y se relaciona estrechamente con la virtud cardinal de la justicia), y la fortaleza ataca contra los propios pecados, sin dejarlos pasar, con estrategia y astucia para vencer el pecado y corregir las tendencias del corazón sin desánimo ni derrota en esta lucha. 

Es la fortaleza en tomar decisiones contra los propios pecados (guiados por la prudencia) y ser firmes y constantes hasta erradicar estos pecados del propio corazón.  Advierte San Juan de la Cruz: “tengan fortaleza en el corazón contra todas las cosas que le movieren a lo que no es Dios” (L2, 16).

Es la verdad de nuestro corazón: en el camino de la santificación hay un gran número de dificultades y obstáculos que es preciso superar, y por lo cual, hace falta mucha decisión para emprender este camino, cueste lo que cueste. Igualmente es necesario mucho valor para no asustarse ante nada y para no escandalizarse de los propios pecados y debilidades. 

Es necesario mucho coraje para atacar al Maligno y hacerle frente sin dejarnos seducir por sus tentaciones. En el mismo sentido es conveniente mucha constancia y aguante para ser fieles al ritmo diario de oración y silencio, para abrazar la cruz, para las pequeñas mortificaciones y sacrificios, dominando especialmente la lengua (chismes, cotilleos, críticas...) y la vista (controlar a los demás, mirar aquello que puede ser ocasión de tropiezo...). 

En este programa exigente, es muy buena ayuda una programación espiritual, un horario que sea una pauta fija y constante, y la dirección espiritual junto a la confesión mensual. Además, con la confianza siempre de que la gracia no nos faltará. ¡Hay que “arrebatar el Reino”! (Mt 11,12).

            4. A esta virtud cardinal de la fortaleza se oponen tres pecados que se deben combatir:

a)      El temor o la cobardía, que rehuye soportar molestias necesarias.
b)      La impasibilidad o indiferencia, que no teme los peligros porque no los sabe valorar, o, sobrevalorándose en estima, piensa que no le van a afectar y le da igual de todo.
c)      La audacia o temeridad, que sale al encuentro mismo del peligro con gran riesgo y sin prudencia ninguna.

¿Adquirir fortaleza?

            -La fortaleza del alma –a veces va muy unida al carácter y a la salud física- se va ejercitando momento a momento, y dificultad tras dificultad, sin pensar en las adversidades que vengan después, porque nos asustarían más. Paso a paso uno se va haciendo fuerte, además de actos repetidos de fortaleza en la voluntad para robustecerla. Hemos de saber que, como una virtud nunca va sola, sino acompañada de otras virtudes, “un acto de virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza” (S. Juan de la Cruz, S1, 12, 5).

            -Es bueno objetivar y ver los progresos para que el temor no desfigure la realidad; y por ello hay que ver los momentos en que se ha sido fuerte de alma, cómo lo conseguimos y saber, confiando en el Señor, que frente a esta nueva circunstancia, podremos ser fuertes.

            -La Presencia de Cristo en la Eucaristía, la Palabra y la oración, nos infunde valor, ya que Él camina con nosotros. El trato asiduo con Jesucristo nos fortalece y nos recuerda que todo es gracia y que “te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (2Co 12,9), pues “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Co 12,10).

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