“Nada de lo humano me es ajeno”. Afirmación hermosísima de un poeta
clásico. El cristianismo lo puede decir con mayor razón, con una profundidad
desconocida por los poetas y filósofos de la cultura greco-romana. El Verbo,
Segunda Persona de la Trinidad, se hace carne.
Dios entra en la historia, por
condescendencia amorosa con el hombre.
¡A Dios le interesa el hombre!
¡Dios ama
al hombre!, y por eso en Jesucristo Dios muestra su amor preocupándose y
buscando al hombre.
Por la encarnación todo lo humano alcanza un nuevo valor y
significado. Queda iluminado de forma nueva.
El cristianismo
sabe del hombre (“la Iglesia es experta en humanidad” decía Pablo VI) porque lo
ama a la luz de la Encarnación; aborrece y denuncia y lucha contra aquello que
ataca al hombre y su dignidad (aborto, explotación, violencia, terrorismo,
mentira, ignorancia...), promueve lo que es bueno para el hombre (enseñanza,
sanidad, promoción y desarrollo), defiende sus derechos humanos que no nacen de
una ley ni de un consenso o acuerdo político, sino de su naturaleza humana, de
ser amado por Dios y destinado a su propia vida eterna, plena, sobrenatural.
Del corazón del hombre
brotan muchas cosas: sentimientos nobles, y odios y envidias; su corazón está
herido por el pecado, pero también surge en él y revive la bondad, la belleza,
la verdad, la unidad. Hay que discernir. San Pablo invita a esta actitud sabia
del verdadero humanismo cristiano: “todo
lo que es verdadero, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o
mérito tenedlo en cuenta” (Flp 4,8).
De lo que se deduce ante todo una
primera consecuencia: el apoyo a todo lo que es bueno para el hombre, para su
crecimiento y desarrollo, venga de donde venga. Por eso se examina aquello que
desde su raíz y sin ambigüedades es auténticamente justo, puro, amable,
verdadero.
Del mismo modo, una segunda consecuencia: estar atentos y desarrollar
una sensibilidad y gusto, crítico, ciertamente, de aquello que rodea la vida
humana. Un cristiano ama todo lo que tiene que ver con la persona discerniendo:
está atento a la ciencia, a los avances técnicos y científicos que pueden
servir al hombre; estará atento a aquello en lo que el hombre se expresa: la
literatura (poesía, novela...), el cine, la música, la pintura, etc. y
denunciará todo aquello que, so pretexto de “modernidad”, de “progreso”, de
“científico”, atente contra el hombre, aunque a primera vista no se descubra
fácilmente.
También forma parte de
la belleza de la vida cristiana, discernir el entramado de nuestro mundo,
conociendo y amando al hombre, a todo lo humano, su cultura, sus aspiraciones.
El cristiano se enriquecerá, crecerá su espíritu, entrando en diálogo con todas
estas realidades humanas-personales. ¿Tan importante es’ ¡Es vivir el humanismo
cristiano y su mirada entrañable sobre el mundo!
¿Por qué? Porque “la Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros” (Jn 1,14).
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