jueves, 20 de agosto de 2020

Humanismo cristiano...

“Nada de lo humano me es ajeno”. Afirmación hermosísima de un poeta clásico. El cristianismo lo puede decir con mayor razón, con una profundidad desconocida por los poetas y filósofos de la cultura greco-romana. El Verbo, Segunda Persona de la Trinidad, se hace carne. 



Dios entra en la historia, por condescendencia amorosa con el hombre. 

¡A Dios le interesa el hombre! 
¡Dios ama al hombre!, y por eso en Jesucristo Dios muestra su amor preocupándose y buscando al hombre. 
Por la encarnación todo lo humano alcanza un nuevo valor y significado. Queda iluminado de forma nueva.

Todo esto determina un talante del cristiano ante el mundo, ante la historia, ante el hombre (lo humano), sus proyectos, deseos, angustias, limitaciones. El cristiano no puede pasar indiferente ante lo humano, ante aquello que afecta al hombre, o que el hombre produce, crea, o nace en su corazón. Es, pues, valorar, amar y potenciar lo humano, llamado y destinado a una elevación sobrenatural. 

 
El cristianismo sabe del hombre (“la Iglesia es experta en humanidad” decía Pablo VI) porque lo ama a la luz de la Encarnación; aborrece y denuncia y lucha contra aquello que ataca al hombre y su dignidad (aborto, explotación, violencia, terrorismo, mentira, ignorancia...), promueve lo que es bueno para el hombre (enseñanza, sanidad, promoción y desarrollo), defiende sus derechos humanos que no nacen de una ley ni de un consenso o acuerdo político, sino de su naturaleza humana, de ser amado por Dios y destinado a su propia vida eterna, plena, sobrenatural.

Del corazón del hombre brotan muchas cosas: sentimientos nobles, y odios y envidias; su corazón está herido por el pecado, pero también surge en él y revive la bondad, la belleza, la verdad, la unidad. Hay que discernir. San Pablo invita a esta actitud sabia del verdadero humanismo cristiano: “todo lo que es verdadero, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta” (Flp 4,8).



De lo que se deduce ante todo una primera consecuencia: el apoyo a todo lo que es bueno para el hombre, para su crecimiento y desarrollo, venga de donde venga. Por eso se examina aquello que desde su raíz y sin ambigüedades es auténticamente justo, puro, amable, verdadero. 

Del mismo modo, una segunda consecuencia: estar atentos y desarrollar una sensibilidad y gusto, crítico, ciertamente, de aquello que rodea la vida humana. Un cristiano ama todo lo que tiene que ver con la persona discerniendo: está atento a la ciencia, a los avances técnicos y científicos que pueden servir al hombre; estará atento a aquello en lo que el hombre se expresa: la literatura (poesía, novela...), el cine, la música, la pintura, etc. y denunciará todo aquello que, so pretexto de “modernidad”, de “progreso”, de “científico”, atente contra el hombre, aunque a primera vista no se descubra fácilmente.

También forma parte de la belleza de la vida cristiana, discernir el entramado de nuestro mundo, conociendo y amando al hombre, a todo lo humano, su cultura, sus aspiraciones. 

El cristiano se enriquecerá, crecerá su espíritu, entrando en diálogo con todas estas realidades humanas-personales. ¿Tan importante es’ ¡Es vivir el humanismo cristiano y su mirada entrañable sobre el mundo! 

¿Por qué? Porque “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14).

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