4. En la liturgia hispano-mozárabe y en la romana
La Iglesia, como hemos ido
viendo, no sólo incorporó el Aleluya a la liturgia, sino que lo entonó
gozosamente muchas veces en sus ritos y oficios.
4.1. El venerable Rito hispano
El
rito hispano canta el Aleluya pero, como algo propio y original, lo hace como
conclusión a la liturgia de la Palabra. La
procesión del diácono con el Evangeliario hacia el ambón (también con cirios e
incienso como en todas las liturgias) tiene una aclamación a Cristo. Tras el
Evangelio, la homilía y el silencio meditativo. Entonces, una vez hecho ese
silencio meditativo, puestos todos en pie, se cantan Laudes, es decir, el
Aleluya con su versículo, que es una forma de aclamar la Palabra de Cristo
escuchada y predicada y dar gracias.
El
rito hispano-mozárabe incorporó el Aleluya, también, con normalidad tanto al
canto inicial de la Misa
(praelegendum), como al canto de comunión (ad accedentes) y la antífona de
después de la comunión (post communionem).
El
canto praelegendum, al inicio de la celebración, está enriquecido con el
Aleluya. Por ejemplo, el canto praelegendum del domingo XI de Cotidiano:
El Señor es rey de majestad
vestido, aleluya.
V/. El Señor se ha vestido, se ha
ceñido de poder.
R/. De majestad vestido, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. De majestad vestido, aleluya.
R/. De majestad vestido, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. De majestad vestido, aleluya.
O
el domingo VII de Cotidiano:
Da, Señor,
fortaleza a tu pueblo, aleluya, y bendícelo con la paz, aleluya, aleluya,
aleluya.
V/. Cuando
seas propicio con tu pueblo, acuérdate de nosotros, Señor, cuando vengas a
salvarlo no te olvides de nosotros.
R/. Y bendice
a tu pueblo con la paz, aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Gloria y honor
al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Y bendice
a tu pueblo con la paz, aleluya, aleluya, aleluya.
Tomemos
uno de Adviento, por ejemplo, el domingo
Sube a un
monte alto, mensajero de albricias de Sión, haz resonar fuertemente tu voz,
mensajero de albricias de Jerusalén. Dí a las ciudades de Judá: aleluya,
aleluya.
V/. Viene
nuestro Dios resplandeciente y no callará.
R/. Dí a las
ciudades de Judá: aleluya, aleluya.
V/. Gloria y
honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
R/. Dí a las
ciudades de Judá: aleluya, aleluya.
El
canto propio para la comunión, de ordinario, está formado por el salmo 33 con
Aleluya, salvo que la Misa
señale un canto ad accedentes propio:
Gustad y ved qué bueno es el
Señor,
aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. El Señor redime a sus
siervos,
no será castigado quien se acoge a Él.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
no será castigado quien se acoge a Él.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Gloria y honor al Padre, al
Hijo,
y al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
y al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
Habitualmente,
excepto en Cuaresma, la antífona post-comunionem canta Aleluya:
Alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
te alabamos, Señor.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
te alabamos, Señor.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
4.2. El rito romano
Llegados
al rito romano, veamos el uso del Aleluya y sus particularidades, que se
realiza durante todo el año excepto desde el Miércoles de Ceniza hasta la Vigilia pascual.
En
la Misa, así
como en distintas celebraciones sacramentales, el Aleluya es el canto de
acompañamiento y preparación para el rito del Evangelio. Puestos todos en pie,
se canta el Aleluya mientras se pone el incienso, el diácono pide la bendición
y después, tomando el Evangeliario del altar, va en procesión, con cirios e
incienso, hasta el ambón.
Con
el Aleluya, todos se disponen a recibir a Cristo como Señor que va a hablar a
través de la lectura del Evangelio y se adhieren a Él. Dice la IGMR: “Después de la lectura,
que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya u otro
canto determinado por las rúbricas, según lo pida el tiempo litúrgico. Esta
aclamación constituye por sí misma un rito, o bien un acto, por el que la
asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el
Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto” (IGMR 65).
Por
su parte, la Ordenación
del Leccionario de la Misa
explica:
“También el Aleluya o, según el tiempo litúrgico, la aclamación antes
del Evangelio, "tienen por sí mismos el valor de rito o de acto”, mediante
el cual la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor, que va a hablarles,
y profesa su fe cantando.
El Aleluya y las otras aclamaciones antes del Evangelio deben ser cantados,
estando todos de pie, pero de manera que lo cante unánimemente todo el pueblo,
y no sólo el cantor que lo inicia o el coro” (OLM 23).
Este
canto consiste en la repetición varias veces de la palabra “Aleluya”, sin
glosas ni paráfrasis ni texto alguno ni un canto “sobre” el Aleluya, sino
“Aleluya” varias veces, jubiloso. Luego un cantor entona un versículo,
normalmente tomado del Evangelio que se va a proclamar, y de nuevo coro y
fieles repiten la palabra “Aleluya”, cantándola varias veces con gozo.
Por
ejemplo: “Aleluya, Aleluya. Habla, Señor, que tu siervo escucha. Aleluya”. Se
repite el Aleluya tantas veces cuantas sea necesaria porque debe acompañar este
canto la procesión con el Evangeliario –cirios e incienso- hasta el ambón. En
Cuaresma, sin embargo, se sustituye por una breve aclamación a Cristo.
¡Qué
bien suena el Aleluya en el Oficio divino! Diariamente, excepto en Cuaresma,
tras el “Dios mío, ven en mi auxilio”, todos, profundamente inclinados, cantan
el “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”, que termina “por los siglos
de los siglos. Amén. Aleluya”. Aleluya, porque el Oficio de las Horas es
alabanza del Señor, una alabanza continua e ininterrumpida a lo largo de la
jornada, donde, además, el cielo y la tierra se unen cantando al Señor.
Cada
domingo, al celebrar las Vísperas, la Iglesia-Esposa canta feliz, con júbilo
indescriptible, el mismo Aleluya que resuena en las moradas celestiales
(exceptuando los domingos cuaresmales). Cada domingo, el Aleluya del cielo
entra en la liturgia de la tierra, y, al unísono, alaban al Señor pequeños y
grandes, sus siervos todos, porque reina el Señor nuestro Dios, dueño de todo,
y porque llegaron las bodas del Cordero y su Esposa se ha embellecido (cf. Ap
19):
Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).
Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).
Son
frecuentes las antífonas con Aleluya en la Liturgia de las Horas dominical a lo largo de
todo el año, si acudimos, por ejemplo, a las cuatro semanas del salterio:
“Por ti
madrugo, Dios mío, para contemplar tu fuerza y tu gloria. Aleluya” (Ant. 1,
Laudes, Dom. I).
“Desde Sión
extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya” (Ant.
1, II Visp., Dom. I).
“Eres alabado,
Señor, y ensalzado por los siglos. Aleluya” (Ant. 2, Laudes, Dom. III).
“Dichosos los
que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados” (Ant.
2, II Visp., Dom. IV).
Las
fiestas y solemnidades son ocasión, asimismo, de vivir el tono pascual con el
Aleluya de las antífonas; por ejemplo la antífona del Magníficat de las II
Vísperas del Apóstol Santiago:
“¡Oh glorioso
apóstol Santiago, elegido entre los primeros! Tú fuiste el primero, entre los
apóstoles, en beber el cáliz del Señor. ¡Oh feliz pueblo de España, protegido
por un tal patrono! Por ti el Poderoso ha hecho obras grandes. Aleluya”.
La
santa Transfiguración del Señor, el 6 de agosto, entona Aleluya:
“Lo coronaste
de gloria y dignidad, Señor. Aleluya, aleluya. Le diste el mando sobre las
obras de tus manos” (Resp. breve, Laudes).
“Una voz,
desde la nube, decía: ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo’. Aleluya”
(Ant. Ben.).
“Cuando
bajaban de la montaña, Jesús les mandó: ‘No contéis a nadie la visión hasta que
el Hijo del hombre resucite de entre los muertos’. Aleluya” (Ant. 3, II Visp.).
Hermosísima
fiesta, entre todas, es la
Asunción de la
Virgen, su propia Pascua, cuando la Iglesia en el Oficio
también entona feliz el Aleluya:
“Cristo
ascendió a los cielos y preparó un trono eterno a su Madre inmaculada. Aleluya”
(Ant. 1, I Visp.).
“Por Eva se
cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen se han
vuelto a abrir a todos. Aleluya” (Ant. 2, I Visp.).
Estos
ejemplos bastan para ver el uso del Aleluya en el Oficio divino, tan abundante,
tan gozoso.
Tan
importante es el Aleluya y tan querido, que si no se canta, es mejor omitirlo
porque recitado, rezado, pierde todo su sentido y fuerza. Y se recibe en la Vigilia pascual con un
deseo ardiente, tras haber quedado mudo durante toda la Cuaresma. En la Vigilia pascual tiene un
rito propio.
El
Obispo en su catedral recibe el anuncio del Aleluya que le comunica un diácono
(o lector) tras la lectura de la epístola paulina: “Reverendísimo Padre: os
anuncio una gran alegría, el Aleluya” (CE 352).
“El
Obispo, de pie y sin mitra, entona solemnemente el Aleluya, con la ayuda, si es
necesario, de uno de los diáconos o de los concelebrantes. Lo canta tres veces,
elevando la voz gradualmente: el pueblo después de cada vez lo repite, en el
mismo tono. Luego el salmista o el cantor dice el salmo, al cual el pueblo
responde Aleluya” (CE 352).
La
santa Pascua, además, tiene un rito especial, sencillo, pero que lo hace ser
distinto. Desde la Vigilia
pascual hasta el Domingo II de Pascua, que cierra la Octava, y el día de
Pentecostés, la despedida litúrgica contiene un doble Aleluya en la monición y
en la respuesta: “Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya. R/ Demos gracias a Dios.
Aleluya, aleluya”.
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