7.
La paciencia es una virtud que, con el auxilio constante de la Gracia, podremos ir
adquiriendo mediante actos repetidos de paciencia, comenzando por dominarnos,
controlar la ira, no hablar sin estar calmados, saber callar y humillarse en
pedir perdón cuando la impaciencia nos ha dominado.
Es un esfuerzo, un combate interior,
dificultoso y necesario, pero como Cristo y con Él se puede obtener fruto.
Para ir adquiriendo la paciencia recomienda el apóstol Santiago que tomemos por modelo de sufrimiento y de
paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor (5,10).
La paciencia es “fruto del Espíritu
Santo” (cf. Gal 5,22), habrá que rogarla insistentemente para que el Señor nos la regale
como precioso don.
El
ejercicio del Viacrucis y la consideración de la pasión del Señor es remedio
eficaz para nuestras impaciencias; así aconsejaba S. Juan de Ávila en una
carta:
“El Padre amó a su Hijo mucho, y le entregó en poder de muchos dolores. Ama el Hijo a vuestra merced mucho, y por esto envíale éstos [dolores, sufrimientos]: llévelos con paciencia, como el Hijo llevó los suyos, y será amada de Él, y sentarle ha en el trono de Él, como Él se sienta en el trono del Padre” (Ep. 27).
El
recurso a la oración debe ser asiduo y constante en los períodos de mayor
dificultad, persecución, circunstancias adversas, etc. En la oración el Señor
nos concede la paz y abandonarnos a Él.
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