18.
El Señor Resucitado es espíritu vivificante, Espíritu que da vida, y comunica
su Espíritu Santo que diviniza y da vida a lo nuestro tantas veces muerto. Principalmente
en la liturgia el Señor otorga su Espíritu que nos hace crecer. Lo que se
contiene en la liturgia son los misterios salvíficos que se comunican, de modo
sacramental, y en general, en el conjunto de todas las acciones litúrgicas.
Participar en la liturgia es dejarse transformar por la energía de Cristo.
19.
En la plegaria personal recibimos lo que gratuita y libremente el Señor nos quiera
comunicar, transformándonos en él, viviendo en Él, siendo injertados en Él. Se
vive, por la liturgia y la plegaria, en unión íntima y amorosa con Él, y el
Amado transforma a su semejanza para vivir en unidad de amor los que son
diferentes por naturaleza.
20.
Nuestra transformación en Cristo será posible si vivimos en íntima unión con
Cristo, estrechando los lazos con Él, enamorándonos de Él, con una profunda
vida interior. A mayor vida interior, mayor cristificación.
21.Para
ser transformado hay que conocerse, y, a la vez, es ley de transformación y
maduración espiritual, el aceptarse a uno mismo, la plena integración de lo que
uno es, con sus luces y sombras, gracia y pecado. Esta aceptación, lejos de la
pasividad, es integración activa para disponerse a recibir gracia tras gracia.
22.
La transformación en Cristo ocurre cuando pasamos de nuestras frustraciones
(con sus consecuencias) al deseo por Cristo, y mendigamos a Cristo.
23.
La transformación del amor se realiza por la Gracia del Amor de Jesucristo. También el amor a
Cristo debe sufrir esa metamorfosis, amar a Cristo por el mismo Cristo, sin
querer retenerlo ni acapararlo; amarlo incluso cuando en su soberana libertad
nos pueda dejar en oscuridad y no sentir -con los sentidos interiores- su
Presencia o su Compañía.
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