Dios es Padre: así nos lo ha revelado
Jesús que nos ha manifestado la bondad de Dios y nos lo ha dado a conocer.
“Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar” (Mt 11,27). Jesús se sabe Hijo e Hijo único, en sentido propio y
originalísimo, y esa paternidad de Dios que tantas veces aparece en el
Evangelio (“Tú eres mi Hijo amado”) modifica el concepto y la idea que los
hombres pudieran tener de Dios.
Con la razón natural podemos llegar a una
cierta inteligencia de Dios, de su esencia y majestad, pero jamás el hombre
hubiese podido acceder al pleno conocimiento de Dios. Descubre a Dios según las
categorías siempre limitadas de su inteligencia, y puede llegar a descubrirlo
todopoderoso, sabio, infinito, incluso creador y hasta providente. Mas si Dios
no hubiera manifestado lo que Él es, no lo hubiésemos descubierto nunca.
Y resulta que Dios, el que Es, es Amor, y que es Trinidad
de personas, Comunión de Amor personal, difusivo de Sí mismo, y por eso
engendra, que no crea, a su Hijo único Jesucristo, y en su Hijo único quiere
también hacer al hombre hijo suyo por el Bautismo, hijo adoptivo. Esta realidad
queda muy precisada en la predicación de la Iglesia:
“Pero para que nadie por simpleza o por astuta maldad atribuya a Cristo la misma dignidad que a otros hombres justos, por lo que él mismo dice: “subo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20,17), será bueno prevenirle de que un mismo nombre de “Padre” tiene distintos significados. Dándose cuenta de lo cual, dijo con cautela: “Voy a mi Padre y a vuestro Padre”. Y no dijo “ a nuestro Padre”, sino que hizo la distinción anterior, señalando primeramente lo que es propio suyo, “a mi Padre”, que lo era por naturaleza. Y entonces añadió “y vuestro Padre”, que lo era por adopción. Pues aunque nos concedió, especialmente en las súplicas, decir: “Padre nuestro que estás en el cielo”, le llamamos así por benignidad suya, pues no le llamamos Padre porque hayamos sido engendrados por él de modo natural en el cielo, sino que, trasladados de la esclavitud a la adopción, nos ha sido concedido con la bondad inefable por la gracia del Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo” (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. 7,7).
Aquí la meditación cristiana puede gozar al contemplar el
rostro y el corazón de Dios: la paternidad es su más alta esencia y definición,
y origina un movimiento nuevo de relación y confianza con Dios, no de miedo o
distanciamiento, de terror, sino de santo temor de Dios, de piedad filial, de
amor reverente.
No cabe el cumplimiento con Dios, ni la exactitud fría y calculadora
del fariseo en su liturgia y oraciones, ni el recurso a Dios sólo en caso de
necesidad, sino la vida de hijos, el trato asiduo, diario, con Él, la vivencia
gozosa y plena de la liturgia, el caminar en su presencia todos días de nuestra
vida.
Lo somos obedientes en Cristo por adopción. Y no por creación ni por naturaleza ni cualquier otra cosa oída que es confusión. Abrazos fraternos
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