jueves, 12 de noviembre de 2020

La plegaria eucarística de la Traditio de Hipólito


Esta anáfora está compuesta dentro del ritual de la consagratio episcoporum de la Traditio.   

En primer lugar existe una instrucción, que dará lugar a la Liturgia de la Palabra, de forma más organizada; tras la instrucción de los doctores -a la que asisten los catecúmenos-[1], unas oraciones, esbozo de lo que va a constituirse en la Oración de los catecúmenos y, tras ella, la Oración de los fieles. 



Es en este momento cuando, si hay que administrar algún sacramento más, se celebra, como puede ser el sacramento del Orden[2] o los sacramentos de la iniciación cristiana[3]

Puede que existiera ya la costumbre del beso de paz antes de la presentación de ofrendas, aunque Hipólito no lo transmita; nos da pie a pensar en ello los dos besos de paz que Hipólito recoge con motivo tanto de la ordenación, como del bautismo. 

Tras esto, la presentación de dones (aceite, aceitunas, queso...) y la materia de la oblación eucarística, el pan y el vino. Tras esta presentación de los dones eucarísticos, la anáfora que Hipólito recompone en el c. 4. 

Después viene un momento importante de la celebración eucarística, a saber, la fractio panis[4]

Finalmente, la comunión, oraciones, y la despedida[5]

Ciertamente, faltan elementos importantes en este esquema, como, v.gr., la Oración Dominical o la estructuración de la Liturgia de la Palabra, pero también es verdad que Hipólito nunca se propuso describir en la Traditio el ordo missae.


  
Resulta interesante una de las advertencias de Hipólito referidas al celebrante:

            que el obispo dé gracias como anteriormente. No es necesario que lo haga con las mismas palabras ni se esfuerce en pronunciarlas de memoria. Si alguno es capaz de recitar una plegaria prolongada, que así lo haga; si otro, en cambio, prefiere una breve, que la diga. Que cada cual ore según su capacidad dando gracias a Dios; pero que pronuncie una oración sanamente ortodoxa (quod sanum est in orthodoxia).

Esta espontaneidad del presidente de la celebración no es nueva, y, de hecho, ya aparecía reflejada en Justino: "el que preside eleva según sus fuerzas" (ósy dúvamis aùtô)[6], i.e., según su capacidad. 

Se trata aquí de la improvisación que el presidente hacía de la anáfora en cada celebración eucarística. Hipólito es deudor de esta práctica, y al escribir la anáfora, advierte que no se aprendan las palabras de memoria, y que cada cual componga la anáfora según su capacidad. Pero impone una condición: que se mantenga en una sana ortodoxia[7].

Veamos el texto de la plegaria eucarística que ofrece Hipólito en su Traditio:



El Señor sea con vosotros.
Y con tu espíritu.
¡En alto los corazones!
Los tenemos vueltos hacia el Señor.
Demos gracias al Señor.
Es propio y justo.

Te damos gracias, ¡oh Dios!, por tu bienamado Hijo Jesucristo, a quien Tú has enviado en estos últimos tiempos como Salvador, Redentor y Mensajero de tu voluntad, Él que es tu Verbo inseparable, por quien creaste todas las cosas, en quien Tú te complaciste, a quien envías del cielo al seno de la Virgen, y que, habiendo sido concebido, se encarnó y se manifestó como tu Hijo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen; que cumplió tu voluntad y te adquirió un pueblo santo, extendió sus manos cuando sufrió para liberar del sufrimiento a los que crean en Ti.
Y cuando Él se entregó voluntariamente al sufrimiento, para destruir la muerte y romper las cadenas del diablo, aplastar el infierno e iluminar a los justos, establecer la alianza y manifestar la resurrección, tomó pan, dio gracias y dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo, que es roto por vosotros». De la misma manera también el cáliz, diciendo: «Ésta es la sangre que es derramada por vosotros. Cuantas veces hagáis esto, haced memoria de mí».

Recordando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos el pan y el vino, dándote gracias porque nos has juzgado dignos de estar ante Ti y de servirte.
Y te rogamos que tengas a bien enviar tu Santo Espíritu sobre el sacrificio de la Iglesia. Une a todos los santos y concede a los que lo reciban que sean llenos del Espíritu Santo, fortalece su fe por la verdad, a fin de que podamos ensalzarte y loarte por tu Hijo, Jesucristo, por quien tienes honor y gloria; al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en tu santa Iglesia, ahora y en los siglos de los siglos. Amén.


 
En el análisis global de la anáfora de Hipólito podemos detectar, fácilmente, su carácter eminentemente cristológico[8]

No se detiene Hipólito a una acción de gracias con motivo de la creación, como suele ser usual en muchas plegarias eucarísticas[9], ni tampoco el objeto de la alabanza es la historia de la salvación desde el pueblo elegido hasta el hoy de la Iglesia, ni tampoco es la Iglesia misma como Misterio la razón principal de la acción de gracias. Es Cristo el centro y eje vertebrador de toda la plegaria, y Cristo considerado como Redentor, Salvador y Mensajero (Ángel) de la voluntad del Padre.

Pasemos a otra característica, no menos importante, de la anáfora de nuestro autor: su carácter eminentemente bíblico. Hipólito parte, ante todo, de las Escrituras, a la hora de componer su plegaria, inspirándose en ella, e, incluso, tomando expresiones literales.



    [1] C. 17.
    [2] C. 3, ordenación episcopal, c. 7, ordenación presbiteral, c. 8, ordenación diaconal.
    [3] C. 21.
    [4] C. 21.
    [5] Ibíd.
    [6] JUSTINO, Apología I, c. 67. La expresión "según su fuerza" es susceptible de múltiples interpretaciones. Optamos por la más literal, es decir, según su capacidad de espontaneidad y composición de la acción de gracias.
    [7] A este respecto, comenta Hanssens (la traducción es nuestra): "En la enunciación de la acción de gracias propia de la Eucaristía, el obispo debe atenerse a la anáfora adjunta (jointe) en el ritual de la consagración episcopal, pero no está de ninguna forma obligado a recitar esta fórmula textualmente para no parecer que da gracias a Dios por medio de unas frases aprendidas de memoria. Cada uno debe... orar según sus propios medios... nadie está en derecho de prohibir una plegaria así, a no ser que falte (qu´il reste) en los límites de la ortodoxia", HANSSENS, Jean Michel, La liturgie d´Hippolyte, Roma, 1965, pág. 434.
    [8] Cfr. MALDONADO, Luis, La plegaria eucarística, Madrid, 1967, pág. 359; HANSSENS, op. cit. pág. 427; MARTIMORT, op. cit. pág. 514; BOROBIO, D (ed.), op. cit., Vol. II, pág. 268...
    [9] A este respecto sirva de ejemplo la catequesis mistagógica V de S. Cirilo de Jerusalén: "[tras el Diálogo inicial] hacemos mención, después, del cielo, de la tierra y del mar; del sol y de la luna, de los astros y de toda criatura, dotada de razón o sin ella, visible o invisible; de los ángeles, de los arcángeles, de las virtudes, dominaciones, principados, potestades y tronos...". No cita, como acción de gracias del prefacio, ningún motivo cristológico.

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