Esta anáfora está compuesta dentro del ritual de la consagratio episcoporum de la Traditio.
En
primer lugar existe una instrucción, que dará lugar a la Liturgia de la Palabra, de forma más
organizada; tras la instrucción de los doctores -a la que asisten los
catecúmenos-[1], unas oraciones, esbozo de
lo que va a constituirse en la
Oración de los catecúmenos y, tras ella, la Oración de los fieles.
Es
en este momento cuando, si hay que administrar algún sacramento más, se
celebra, como puede ser el sacramento del Orden[2] o los
sacramentos de la iniciación cristiana[3].
Puede que existiera ya la costumbre del beso de paz antes de la presentación de
ofrendas, aunque Hipólito no lo transmita; nos da pie a pensar en ello los dos
besos de paz que Hipólito recoge con motivo tanto de la ordenación, como del
bautismo.
Tras esto, la presentación de dones (aceite, aceitunas, queso...) y
la materia de la oblación eucarística, el pan y el vino. Tras esta presentación
de los dones eucarísticos, la anáfora que Hipólito recompone en el c. 4.
Después viene un momento importante de la celebración eucarística, a saber, la
fractio panis[4].
Finalmente, la comunión,
oraciones, y la despedida[5].
Ciertamente, faltan elementos importantes en este esquema, como, v.gr., la Oración Dominical
o la estructuración de la
Liturgia de la
Palabra, pero también es verdad que Hipólito nunca se propuso
describir en la Traditio
el ordo missae.
Resulta interesante una de las advertencias
de Hipólito referidas al celebrante:
que
el obispo dé gracias como anteriormente. No es necesario que lo haga con las
mismas palabras ni se esfuerce en pronunciarlas de memoria. Si alguno es capaz
de recitar una plegaria prolongada, que así lo haga; si otro, en cambio,
prefiere una breve, que la diga. Que cada cual ore según su capacidad dando
gracias a Dios; pero que pronuncie una oración sanamente ortodoxa (quod sanum est in orthodoxia).
Esta
espontaneidad del presidente de la celebración no es nueva, y, de hecho, ya
aparecía reflejada en Justino: "el que preside eleva según sus
fuerzas" (ósy dúvamis aùtô)[6],
i.e., según su capacidad.
Se trata aquí de la improvisación que el presidente
hacía de la anáfora en cada celebración eucarística. Hipólito es deudor de esta
práctica, y al escribir la anáfora, advierte que no se aprendan las palabras de
memoria, y que cada cual componga la anáfora según su capacidad. Pero impone
una condición: que se mantenga en una sana ortodoxia[7].
Veamos el texto de la plegaria eucarística que ofrece Hipólito en su Traditio:
El
Señor sea con vosotros.
Y con tu espíritu.
¡En alto los corazones!
Los tenemos vueltos hacia el Señor.
Demos gracias al Señor.
Es propio y justo.
Y con tu espíritu.
¡En alto los corazones!
Los tenemos vueltos hacia el Señor.
Demos gracias al Señor.
Es propio y justo.
Te
damos gracias, ¡oh Dios!, por tu bienamado Hijo Jesucristo, a quien Tú has
enviado en estos últimos tiempos como Salvador, Redentor y Mensajero de tu
voluntad, Él que es tu Verbo inseparable, por quien creaste todas las cosas, en
quien Tú te complaciste, a quien envías del cielo al seno de la Virgen, y que,
habiendo sido concebido, se encarnó y se manifestó como tu Hijo, nacido del
Espíritu Santo y de la Virgen; que cumplió tu voluntad y te adquirió un
pueblo santo, extendió sus manos cuando sufrió para liberar del sufrimiento a
los que crean en Ti.
Y
cuando Él se entregó voluntariamente al sufrimiento, para destruir la muerte y
romper las cadenas del diablo, aplastar el infierno e iluminar a los justos,
establecer la alianza y manifestar la resurrección, tomó pan, dio gracias y
dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo, que es roto por vosotros». De la
misma manera también el cáliz, diciendo: «Ésta es la sangre que es derramada
por vosotros. Cuantas veces hagáis esto, haced memoria de mí».
Recordando,
pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos el pan y el vino, dándote
gracias porque nos has juzgado dignos de estar ante Ti y de servirte.
Y te
rogamos que tengas a bien enviar tu Santo Espíritu sobre el sacrificio de la
Iglesia. Une a todos los santos y concede a los que lo reciban que sean llenos
del Espíritu Santo, fortalece su fe por la verdad, a fin de que podamos
ensalzarte y loarte por tu Hijo, Jesucristo, por quien tienes honor y gloria; al
Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en tu santa Iglesia, ahora y en los
siglos de los siglos. Amén.
En
el análisis global de la anáfora de Hipólito podemos detectar, fácilmente, su
carácter eminentemente cristológico[8].
No
se detiene Hipólito a una acción de gracias con motivo de la creación, como
suele ser usual en muchas plegarias eucarísticas[9], ni
tampoco el objeto de la alabanza es la historia de la salvación desde el pueblo
elegido hasta el hoy de la
Iglesia, ni tampoco es la Iglesia misma como Misterio la razón principal de
la acción de gracias. Es Cristo el centro y eje vertebrador de toda la
plegaria, y Cristo considerado como Redentor, Salvador y Mensajero (Ángel) de
la voluntad del Padre.
Pasemos
a otra característica, no menos importante, de la anáfora de nuestro autor: su
carácter eminentemente bíblico. Hipólito parte, ante todo, de las Escrituras, a
la hora de componer su plegaria, inspirándose en ella, e, incluso, tomando
expresiones literales.
[7] A este
respecto, comenta Hanssens (la traducción es nuestra): "En la enunciación
de la acción de gracias propia de la Eucaristía, el obispo debe atenerse a la
anáfora adjunta (jointe) en el ritual de la consagración episcopal, pero no
está de ninguna forma obligado a recitar esta fórmula textualmente para no
parecer que da gracias a Dios por medio de unas frases aprendidas de memoria.
Cada uno debe... orar según sus propios medios... nadie está en derecho de
prohibir una plegaria así, a no ser que falte (qu´il reste) en los límites de
la ortodoxia", HANSSENS, Jean Michel, La liturgie d´Hippolyte, Roma, 1965,
pág. 434.
[9] A este respecto
sirva de ejemplo la catequesis mistagógica V de S. Cirilo de Jerusalén:
"[tras el Diálogo inicial] hacemos mención, después, del cielo, de la
tierra y del mar; del sol y de la luna, de los astros y de toda criatura,
dotada de razón o sin ella, visible o invisible; de los ángeles, de los
arcángeles, de las virtudes, dominaciones, principados, potestades y
tronos...". No cita, como acción de gracias del prefacio, ningún motivo
cristológico.
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