Si
cada Eucaristía es un resquicio del cielo, y la liturgia es el cielo en la
tierra, estamos ante el Misterio del cielo y de la tierra, lo visible (lo que
somos, hacemos, cantamos), y lo invisible (los ángeles, los santos, el cielo
entero).
Lo que se canta en las II Vísperas Llegó
la boda del Cordero, su Esposa se ha embellecido, se realiza en lo invisible
del Misterio. Ni estamos solos, ni la Eucaristía es nuestra (de la asamblea concreta
que celebra o del sacerdote que preside). Recordemos Enar 85,1 de S. Agustín recogida en la IGLH: “Cristo ora en
nosotros, ora por nosotros, es invocado por nosotros”.
Este Misterio precioso es la Comunión de los Santos,
los vínculos de amor eternos entre todos los bautizados –diacrónica y
sincrónicamente- los santos del cielo y los bautizados que ahora, aún
peregrinos celebramos la
Eucaristía. Lo confesamos en el Credo apostólico: “Creo en la
comunión de los santos”.
Acudamos primero al Magisterio, luego a la eucología y
la liturgia misma.
Señala y enseña el Catecismo
(946-962) y así destaca:
Como todos los creyentes forman
un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es pues
necesario creer [...] que existe una comunión
de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es
la cabeza [...] Así, el bien de Cristo es comunicado [...] a todos los
miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia. Como esta
Iglesia está gobernada por un solo y un
mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente
un fondo común. (CAT 947).
La
expresión “comunión de los santos” tiene, pues, dos significados estrechamente
relacionados: “comunión de las cosas santas” y “comunión entre las personas
santas” (CAT 948).
La liturgia expresa en dos momentos
fontales esta Comunión de los Santos; primero en la cláusula final de todos los
prefacios para entonar el Santo el cielo y la tierra una sola voz:
Todas tus criaturas, en el cielo y en la tierra,
te adoran cantando un cántico nuevo;
y también nosotros, con los ángeles,
te aclamamos por siempre diciendo: Santo, Santo...
Por él, los ángeles te cantan con júbilo eterno,
y nosotros nos unimos a sus voces
cantando humildemente tu alabanza: Santo, Santo...
Y el mismo papa Juan Pablo II en la introducción a
Ecclesia de Eucharistia hablaba de una
comunión en sentido cósmico, con toda la creación que gime con dolores de parto
esperando el cielo nuevo y la tierra nueva:
“Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas, me han experimentar intensamente su carácter universal y, por así decirlo, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación” (EE 8).
Este valor cósmico viene
maravillosamente expresado en el prefacio IV –inseparable de su plegaria- de
corte alejandrino:
Por eso, innumerables ángeles en tu presencia,
contemplando la gloria de tu rostro,
te sirven siempre y te glorifican sin cesar.
Y con ellos también nosotros, llenos de alegría,
y por nuestra voz las demás criaturas,
aclamamos tu nombre cantando: Santo, Santo...
Un segundo momento realmente
expresivo, donde el sacerdote inclina la cabeza al nombrar a la Virgen María (IGMR
275 a), y hacer la mención explícita con la Iglesia del cielo, haciendo a la asamblea
concreta poner su corazón en la
Comunión de los Santos:
Reunidos en comunión con toda la Iglesia,
veneramos la memoria, ante todo,
de la gloriosa siempre Virgen María,
Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor;
la de su esposo San José,
la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, Andrés (PE I).
Ten misericordia de nosotros,
y así con María, la Virgen Madre de Dios,
los apóstoles, y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,
compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas (PE II).
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