El Ritual de Órdenes es uno de los elementos más
peculiares e interesantes que podemos encontrar en esta gran obra. Nos revela
la concepción eclesiológica y la organización jerárquica de la comunidad
cristiana en el siglo III. Hipólito, al hablar de la ordenación de obispos,
presbíteros y diáconos, tiene siempre presente que el elegido se agrega a un
ordo, para ejercer, en comunión fraterna, el ministerio apostólico.
Sólo
los tres ministerios apostólicos -episcopal, presbiteral y diaconal- son un
sacramento propio y definido, que se llama ordenación o consagración. El ritual
más completo en la Traditio,
es, sin duda, el episcopal, cima y culmen del sacerdocio.
El
episcopado sólo puede ser conferido a alguien digno y probado en la virtud
pastoral. Altamente significativo nos resulta el hecho de la elección por toda la Iglesia local de aquél que
va a ser su pastor, como Hipólito describe[1].
Una vez
convocada esta asamblea electiva, no meramente consultiva, se procederá a la
ordenación. Ésta se realiza en el domingo, día eclesial por excelencia, para
significar en su plenitud el misterio de la Iglesia que, a la luz de la Pascua, prolonga la presencia
de Cristo en medio de su Iglesia por medio de la ordenación de un obispo y de
la celebración eucarística.
En
la ordenación intervienen obispos y presbíteros. Los obispos de diversas
Iglesias locales circundantes, serán los que impongan las manos al ordenando y
uno de ellos el que pronuncie la plegaria de ordenación. El presbiterio de la Iglesia local no impone
las manos, puesto que el ordenando se agrega a un ordo distinto del
presbiteral: solamente los obispos impondrán las manos para significar más plenamente
la colegialidad del ministerios y la incorporación de un nuevo miembro al ordo
episcopalium.
Mientras se procede a la impositio manuum, el presbiterio
permanecerá en su sitio, sin realizar ningún gesto consecratorio: praesbyterium
adstet quiescens.
Tras la imposición de manos, la plegaria de
ordenación pronunciada por uno sólo de los obispos presentes. Esta plegaria,
según la eucología litúrgica, siempre está dirigida al Padre.
Tras
el rito de la ordenación, el obispo recibe el saludo de paz que todos le
ofrecen como ratificación de la ordenación por parte, tanto de los obispos,
presbíteros y diáconos, como de toda la asamblea que lo eligió.
El saludo de
paz cierra la ordenación episcopal y da comienzo la celebración eucarística que
es presidida, por primera vez, por el nuevo obispo, asistido de los diáconos y
de su presbiterio. El nuevo obispo ofrece la Eucaristía, según la
anáfora que Hipólito propone.
Como
vemos es un ritual muy simple, que da preferencia a la imposición de manos y a
la plegaria de ordenación, frente a cualquier otro gesto ritual. La plegaria de Hipólito ha servido, con la
reforma litúrgica, para inspirar la nueva oración del Pontifical de Órdenes
actual.
Idéntica
estructura ritual presenta Hipólito para la ordenación tanto de presbíteros
como de diáconos, a saber, imposición de manos, plegaria, ósculo, Eucaristía.
Las pequeñas variantes que existen se deben a la forma de realizar la
imposición de manos.
Para la ordenación presbiteral, la impositio manuum la
realiza el obispo juntamente con todo los presbíteros presentes (inponat
manum super caput eius episcopus, contingentibus etiam praesbyteris),
puesto que el presbítero es colaborador y cooperador del obispo en la porción
que le ha sido encomendada y, a la vez, entra a formar parte del ordo
presbiterorum. Por esta razón, junto al obispo, imponen las manos los demás
presbíteros asistentes, manifestando la comunión con el nuevo sacerdote, la
ratificación de su elección y la incorporación al colegio presbiteral que
depende en todo del obispo de la
Iglesia local.
La
ordenación diaconal sólo conoce la imposición de manos por parte del obispo,
pero no de los otros presbíteros y, menos aún, de los diáconos asistentes. La
razón la fundamenta Hipólito de la siguiente forma: porque él no está ordenado
para el sacerdocio, sino al servicio del obispo y para hacer lo que éste le
indique (propterea quia non in sacerdotio ordinatur, sed in ministerio episcopi,
ut faciat ea quae ab ipso iubentur).
La
plegaria de ordenación presbiteral es muy breve.
Destaca en esta plegaria la
figura de los ancianos elegidos por Moisés como figura del sacerdocio
neotestamentario puesto que su función era la de ayudar a Moisés en el gobierno
del pueblo de Dios. Ellos fueron llenados del don del Espíritu para desempeñar
esta misión. Esta figura se cumple en el presbítero (: anciano) que, lleno
también del Espíritu Santo, asiste al obispo, como un nuevo Moisés, en la
dirección y gobierno del nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia.
La petición
es claramente epiclética: respice super servum tuum istum et inpartire
espiritum gratiae et consilii praesbyteris ut adiubet et gubernet plebem tuam
in corde mundo. El Espíritu de gracia y de consejo para participar en
el presbiterio, colaborando con el obispo, ayudándole, a gobernar el pueblo
santo de Dios con un corazón limpio.
La Traditio refleja la
praxis de la Iglesia
primitiva, i.e., diversos ministerios laicales que sin pertenecer al ordo
eclesiástico ni requerir un sacramento, son instituidos para bien de la comunidad
eclesial, enriqueciendo a la
Iglesia con multitud de funciones, edificando el Cuerpo de
Cristo.
Los diversos ministerios tienen un rito litúrgico propio, que Hipólito
gusta de llamar instituidos (cum instituitur C. 10), para
explicitar cómo no es un sacramento, sino simples funciones laicales que, sin
duda alguna, contribuyen al crecimiento de la comunidad eclesial. Hipólito
presenta los siguientes ministerios instituidos: confesores, viudas, lectores,
vírgenes, subdiáconos y los que tienen el don de la curación.
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